Calpe d’Huez, la playa de los belgas

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El Peñón de Ifach y la playa del Arenal-Bol sirven de escenario para las etapas del Tour

Nicolás Van Looy / Ciclo21(Calpe)

Llevan años haciendo lo mismo. Un ritual que se repite cada mes de julio. Una tradición casi religiosa. Un peregrinar místico. Aquí, sentados en el mismo lugar, han asistido a los triunfos en París de Armstrong –aunque borrado del palmarés, todavía fresco en la memoria–, de Pereiro, de Contador, de Sastre, de Schleck, de Evans, de Sir Bradley Wiggins, de Chris Froome o de Vincenzo Nibali. Sudan junto a los corredores y esperan, día tras día, a ver esos ataques o momentos épicos de los que hablarán en el futuro, cuando vuelvan a vivir una nueva Grande Boucle aquí sentados. El Alpe d’Huez, que hoy se ha subido, es conocida como la ‘montaña de los holandeses’. Lo sigue siendo, claro, pero el naranja que antes poblaba por completo la ascensión cada vez encuentra una mayor variedad cromática. Los Países Bajos ya no tienen a aquellos corredores míticos que la liaban en esas 21 curvas y son otros países, no siempre con una enorme tradición ciclista, los que aportan aficionados que pueblan los huecos que han quedado libres en las cunetas.

Hoy, como decimos, se sube el Alpe d’Huez, una cima mítica. Aquí, a apenas 50 metros de la orilla del mar Mediterráneo, en la Costa Blanca, los belgas que disfrutan de las bondades de la canícula de esta localidad alicantina, se ríen cuando el periodista, socarrón, les dice “hoy vamos a ver la etapa del Calpe d’Huez con vosotros”. Les hace gracia y ‘adoptan’ el término enseguida. “Calpe d’Huez, la playa de los belgas”, nos añade uno de ellos mientras da un sorbo a la cerveza con la que nos refrescamos la subida. No estamos lejos, apenas unos centenares de metros, del hotel elegido, año tras año, por el Etixx-Quick Step para su concentración invernal.

Si hay un país en el mundo aficionado a la bici ese es, sin duda, Bélgica. Hace años, desde que en 1976 (40 se cumplirán dentro de 12 meses) Lucien Van Impe les brindó el último primer puesto en París (este año se cumplen también 40 años desde que Van Impe se enfundara el primer maillot blanco a puntos rojos que el Tour puso en liza), pero su pasión por los pedales no disminuye. Vibran con los Nibali, Contador, Valverde, Froome, Quintana y demás. Celebran los triunfos parciales de los Etixx o los Lotto como si de la final del Mundial de fútbol se tratase. Cada uno en el grupo –contando a ‘los niños’, ya en plena adolescencia, forman un ‘pelotón’ de 12– tiene a su favorito de cara a la general. Contador arrasa en simpatía. Valverde, como suele ocurrir con el público fuera de España, es el que menos apoyos tiene, aunque su hiperactividad en las últimas tres semanas le ha hecho ganar muchos enteros. Froome paga el precio de la tiranía y tampoco cuenta con demasiados apoyos… todos quieren verle atacado por todos los flancos y Quintana, por su juventud, despierta ilusión por lo que está por venir en años venideros.

Llegaron hace algo más de una semana a Calpe. Son un grupo de amigos de las localidades cercanas a Amberes (tuvieron la ocasión de ver la carrera casi en la puerta de sus casas) ávidos de sol y buena comida. Aficionados, por igual, al ciclismo y a la paella. Son tres parejas con sus hijos. Como decimos, una docena de personas que, casi a diario, repiten el mismo ritual.

Se levantan temprano, como es costumbre, y aprovechan la tregua que ofrece el calor durante las primeras horas del día para desayunar, hacer sus recados y, de vez en cuando, acercarse a los cercanos campos de golf de Altea o Benidorm para jugar algún partido. Todo esto, claro, antes de las doce del mediodía. A esas horas, el sol aprieta fuerte y se convierte en un suplicio para ellos –y para los locales–. Es el momento de coger las sombrillas, las hamacas y las toallas y recorrer los apenas 100 metros que separan sus pisos de alquiler de la Playa del Arenal-Bol, una franja de algo más de un kilómetro de arena con vistas al Peñón de Ifach. Un baño refrescante –todo lo refrescante que los 27ºC del Mediterráneo puedan ser–. Una partida de petanca. Una lectura rápida al periódico. Alguna cabezadita reparadora. Y litros, muchos litros de crema protectora. Un par de horas o tres de playa son más que suficientes. Como un resorte, responden cuando uno pregunta “gaan wij eentje pakken?” –¿vamos a tomarnos una?–. Por supuesto, ‘una’ es un eufemismo que define ‘varias cervezas’ y que implica, necesariamente ‘viendo el Tour’. En otras palabras… ¿nos vamos a ver el Tour?

Y allá nos vamos todos. Las mujeres y los niños, al contrario que en el caso de las catástrofes náuticas, serán los últimos. Prefieren aguantar un poco más en la playa. Se conforman con ver los últimos kilómetros. Ellos, como el que esto firma, prefieren más minutos. Más imágenes. Nos arremolinamos en torno a la mesa –la costumbre hace que esté reservada de forma tácita, como un pacto de caballeros– del Romeo Playa, su –ahora también nuestro– bar de confianza.

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Parte del grupo viendo el ‘Calpe d’huez’

“¿Cuántas cervezas van a ser?”, pregunta un amable camarero algo socarrón… como si no supiese la respuesta de antemano. Un rápido vistazo a su compañero tras la barra lo confirma: el grifo ya está abierto y los vasos se están llenando.

A ver si hoy, por fin, atacan fuerte a Froome”, comenta uno de nuestros anfitriones. “¡Es incomprensible! No le han puesto a prueba”, exclama otro. “Sí, pero hay que pensar que igual Quintana y compañía tampoco están para tirar cohetes”, sentencia un tercero. El debate, como ocurre con todos los buenos aficionados, es intenso e interesante.

Mientras, en la tele, los kilómetros se van sucediendo. Nos vamos preparando, casi como los corredores, para las últimas 21 curvas de la etapa, las del mítico Alpe d’huez. Todos, sin excepción, desean ver a Froome puesto a prueba. “Ojalá le pase algo”, dice uno. Le miramos inquisitorios. “¡No me entendáis mal! No quiero que se caiga, eso no hay que deseárselo a nadie, pero sería emocionante que pinchara, que se le saliera la cadena… algo que le haga perder un par de segundos y, sobre todo, la concentración”. Nueva puerta abierta al debate. Hablamos de lo sucedido el día anterior, cuando Froome sufrió una avería y, según el de Nairobi, Nibali se comportó de manera antideportiva al atacarle.

Y entonces, mientras charlamos sobre nimiedades y la cantidad de corredores que todavía acompañan a Froome, se produce el ataque de Valverde en plena subida al Alpe d’huez. “No tiene sitio para recuperar todo el tiempo perdido”, reacciona uno de nuestros compañeros. “Ha saltado para hacer luego de puente para Quintana. Seguro que el colombiano lo intenta en un momento… además, ¡le queda otro tío por delante!”, corrige otro. Y, efectivamente, ese otro tío es Winner Anacona. Y, casi sin solución de continuidad, llega el ataque de Quintana.

Y el maillot blanco abre hueco. Y da la impresión de que Porte y Poels están sacando de punto a Froome. Y el boyacense alcanza a Valverde. Y se van los dos. Es el momento más intenso de la última semana también en nuestra mesa. Nos incorporamos todos. Apuramos los vasos como si nos fuera la vida en ello. Como si temiéramos, al igual que los protagonistas del momento, sufrir una pájara en los próximos minutos. Y la ventaja de Quintana se estabiliza alrededor de los 30 segundos y los kilómetros, en la esquina superior izquierda de la tela, siguen bajando. Y nosotros hacemos cálculos. “Ahora mismo necesita sacar unos 15 segundos por kilómetro”, les digo en un momento dado. Temiendo la respuesta lógica, pero deseando escuchar algo que se le hubiese podido escapar, uno de ellos me mira y me dice “¡venga experto! ¿Crees que puede hacerlo?” Y sus ojos transmiten el deseo, la esperanza, de que la respuesta sea sí. “No. No lo creo. Pero todo dependerá de cómo vaya realmente Froome. No es normal que vaya haciendo la goma con sus compañeros. Si revienta en los próximos dos kilómetros, entonces igual hay opción”.

Y así, pedalada tras pedalada, seguimos con la tensión propia de un Tour que está siendo decidido a muchos kilómetros de allí. Y pasan los corredores por la curva de los holandeses y, claro, resulta inevitable algún comentario ‘cariñoso’ producto de la consabida rivalidad entre ambos países. Risas. Buen humor… otra cerveza.

Cuando ya queda claro que Quintana no conseguirá el amarillo, todos nos rendimos a la evidencia de que Froome ha sido el más fuerte y hábil del Tour de Francia 2015. “Al menos, hoy lo han intentado. Tendrían que haberlo hecho antes, pero lo han intentado por fin. Si no puedes con tu rival, simplemente tienes que aplaudirle y reconocer que ha sido más fuerte que tú. Lo que no puede ser es que te vayas a casa sin saber si hubieses podido ganarle. Sin haberle atacado”. Buen resumen de lo que hemos visto durante las tres últimas semanas.

Otra cerveza y un poco más de charla. Un vistazo a la playa. ¡37º en uno de los termómetros del paseo de la playa! Habrá que ir a bañarse. Cuando la adrenalina del Tour deja de hacer efecto, el calor empieza a hacerse notar de forma excesiva. El mar, tan cerquita, es una tentación demasiado fuerte. Nosotros, al contrario que Ulises y los suyos, sí podemos escuchar los cantos de sirena que llegan desde la orilla. Nuestro rodillo post-etapa particular. La cuenta, por favor.

Y la etapa se acabó. Ya sólo queda la jornada de París. Mañana no vendrán a verla. El horario no lo facilita. El Tour se ha terminado y, aunque a ellos les queda una semana más de vacaciones antes de volver a Bélgica, eso significa que sus vacaciones también tocan a su fin. Es el momento de pensar en hacer la maleta. Recoger las cosas de la que durante las últimas semanas ha sido su casa. De pensar en el año que viene. Pero antes, vuelven a la playa. Un bañito más. Un ratito más de sol antes de recogerlo todo para empezar de nuevo mañana. ¿Rutinario? Puede que sí, pero… las vacaciones no son otra cosa que cambiar nuestra rutina laboral por otra que nos divierta más. Para dejarlo todavía más claro, mientras recogemos, suena un teléfono. Un SMS. “Disfrutad. 19 grados y muchísima lluvia” Es el texto que ha mandado un ‘desafortunado’ que ya regresó hace sólo dos días. Y así, etapa tras etapa, la Playa del Arenal-Bol, se convierte en el Calpe d’Huez… perdón por el chiste fácil.

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