El día en el que Miguel Indurain se bajó de la bici

Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

Si transitan por las cercanías de Cangas de Onís, en concreto por la población de Vega de los Caseros, en la antesala de los Picos de Europa y muy cerca del afamado río Sella, podrán descubrir un hotel que anuncia su categoría con un luminoso verde sobre el que se estampan dos estrellas. Sobre la puerta, en un neón blanco, se anuncia el nombre del establecimiento, Hotel El Capitán, con un dibujo en el que una afortunada caña de pescar ha hecho morder el anzuelo a un pez.

El hotel no llamará su atención pero es lugar ineludible de todos los aficionados al ciclismo internacional. Una especie de suelo histórico en el que se produjo una de esas imágenes que permanecen en la retina a pesar de haber pasado algo más de veinte años desde su verificación.

Indurain venía de haber perdido el Tour de Francia, en lo que había supuesto una derrota dolorosísima para la parroquia española, especialmente, por lo inesperado. No obstante, y cuando diversas dudas se cernían sobre el rendimiento del navarro, el campeonísimo demostró su entereza al alzarse con el oro olímpico en la prueba contra el crono de los Juegos de Atlanta, en una jornada de gloria para el deporte español, ya que el guipuzcoano Abraham Olano le acompañaba en el segundo cajón del pódium.

Imagen del abandono

Con esa gran victoria en el zurrón, y a pesar de las reticencias del propio corredor, Banesto le impuso participar en la edición de 1996 de la Vuelta a España. La prueba discurría en el mes de septiembre, entre el 7 el 29 de septiembre, y en el elenco de favoritos descollaban los suizos Rominger, Dufaux y Zulle (que a la postre sería el vencedor de la carrera), Fernando Escartín, el francés Jalabert, quien defendía título, y, con más reservas, el propio Miguel Induráin.

Los primeros días de competición transcurrieron de modo pacífico para los intereses de los hombres de la general, sucediéndose diversos velocistas en la obtención de las victorias de etapas (excepción hecha de la etapa de Albacete, en la que se impuso Laurent Jalabert).

La primera de las ocasiones marcadas como importantes era la crono de la décima jornada, entre El Tiemblo y Ávila, en la que los ciclistas habían de completar un total de 46,5 kilómetros. Fue uno de los primeros momentos de aviso sobre la forma de Induráin. El vencedor del día fue Rominger, con su compatriota Zulle a tan solo un segundo, lo que le servía para enfundarse el jersey de líder. Por su parte, el jefe de filas de Banesto perdía 27 segundos.

Tras la jornada de trámite con final en Salamanca, donde venció el italiano Di Renzo, la serpiente multicolor se preparaba para el primer día de alta montaña, con el final en el Alto del Naranco. Y allí, de un modo más que palpable, las esperanzas puestas en Induráin se disiparon. Nardello se hizo con la etapa pero lo más relevante es que Zulle abrió un hueco de un minuto con el navarro, lo que implicaba una distancia de algo más de dos minutos en la general. Algo no funcionaba como estaba previsto y los rumores de un eventual abandono del quíntuple vencedor del Tour de Francia, conforme pasaba el tiempo, tomaban más cuerpo.

Un hotel ya famoso

La jornada del día siguiente era durísima, ya que se había de subir el Fito y, como colofón, los Lagos de Covadonga. Después se supo que todo estaba decidido en la subida al Fito, porque Miguel no funcionaba bien y transitaba descolgado de los principales espadas (en un gesto de humildad inusitado, el propio Indurain mandó para delante a sus compañeros Marino Alonso y Orlando Rodrigues). Pactó con Eusebio Unzue coronar el alto, descenderlo y apearse en el hotel.

La imagen fue histórica. Rodeado de un enjambre de periodistas y de coches, Miguel se detuvo en el margen derecho de la carretera y hubo de esperar a que la procesión de vehículos le adelantara para enfilar hacia la puerta del hotel. Dejó su bicicleta en manos de su auxiliar, el mecánico Pablo López, y se adentró en la recepción, en búsqueda de la habitación 210, alejado del mundanal ruido. La carrera siguió pero ya nada iba a ser igual.

En el Hotel Capitán, plastificado, existe un documento que asevera que Miguel Indurain “se dejó la vida deportivamente”. Con su abandono de la práctica deportiva, el ciclismo no solo perdía un baluarte y un campeón en la carretera, sino, también, a un ejemplo de caballerosidad dentro y fuera del asfalto.

Nadie presagiaba tan cruento final cuando, un 19 de septiembre de 1996, Indurain descendió de su bicicleta y se refugió en el Hotel Capitán.

Un comentario

  1. Adolfo san francisco de anta

    Ese dia iba yo con Onda Cero y habia pactado con Indurain que entrara en directo en nuestro programa de la Vuelta .Todos los colegas de otros medios me decian: «Adolfo se te jodio la entrevista» pero a pesar de todo Miguel junto a Unzue acudió a la cita y fue entrevistado por Chus Carrillo, Jose Manuel Muñoz,Tino Ron, Lobato,Chema del Olmo y yo.Fue un exito

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