El Giro se enfanga en la plastilina israelí

La denominación que enfadó a Israel / © RCS

Nicolás Van Looy / Ciclo21

También era un mes de noviembre. Han pasado muchos más años de los que parecen, 15 para ser exactos, pero los que vivimos aquellos días pegados a las teles, las radios, los periódicos y los incipientes medios digitales, no los olvidaremos nunca. 243 metros de metal lleno de 77.000 toneladas de denso, viscoso y negro crudo. 26 años de navegación a los que un temporal, duro y jodido como lo son todos en la Costa da Morte, puso fin al rajar el oxidado casco como si fuese un abrelatas. Y, sobre todo, un país que asistía, anonadado, al viaje a ninguna parte al que políticos que luego miraron para otro lado mandaron a aquel cascarón de nuez que acabó hundiéndose en el fondo del Cantábrico.

Aquellos días negros del Prestige serán recordados por muchos, que se veían venir aquella marea de chapapote que lo inundó todo, por los famosos “hilillos de plastilina” que cierto político, que esos días demostró hasta qué punto en este país uno puede hacer carrera poniéndose de perfil, aseguraba que salían del casco roto que reposaba a 3.850 metros de profundidad. Una explicación, la de los hilillos de plastilina, que no es más que una más –quizás la quintaesencia– de esas absurdas estulticias que responsables de entidades políticas, deportivas, sociales y de todo tipo cuelan en el imaginario colectivo cuando no tienen otra salida, creen ellos, que la de mentir sin tapujos considerando, eso sí, que todos somos tan idiotas –o más– como los asesores y expertos que, empeñados en no hacerle ver al emperador su desnudez, les llevan a meterse en estos jardines.

Recordaba este episodio ayer cuando, tras la amenaza de Israel de quitar el apoyo –10 millones por la organización del evento y, dicen, dos más como fijo a Froome por participar– a la Grande Partenza del 101º Giro de Italia a causa de la denominación que desde RCS había escogido para referirse, en todos sus elementos gráficos, a la ciudad que va a servir como inicio y final de la primera etapa de la Corsa Rosa.

Los organizadores italianos, como explicábamos ayer, se referían a ella como Jerusalén Oeste, dando así por buena esa línea divisoria que Israel no reconoce –sí lo hace la mayor parte de la Comunidad Internacional– y que, de alguna manera, podía interpretarse como un guiño al movimiento pro palestino que lleva un tiempo inmerso en una campaña de boicot hacia el Giro por la elección de Israel como socio en esta aventura. Una campaña que, por otra parte, apenas había salido del círculo propio del activismo pro palestino y del que poco o nada se ha hablado en la prensa deportiva o ciclista.

El caso es que los ministros Levin y Regev montaron en cólera, en nombre del muy sensible gobierno de Israel, cuando vieron el apellido Oeste acompañando a Jerusalén, una ciudad que para ellos es capital indivisible de Israel. El resultado del enfado, una postura clara, inamovible y amenazante: o RCS se dejaba de matizaciones buenrollistas y bienqueda o se podía ir olvidando de todo lo anunciado sólo unas horas antes… y del fajo de séqueles comprometidos.

Los israelíes habían conseguido, como tantas veces lo han hecho en el plano geoestratégico con la Comunidad Internacional, dejar a RCS en la peor de las posiciones posibles, que es aquella en la que cualquier decisión será siempre la peor decisión posible. Si no rectificaba peligraba la carrera –habría que haber visto si Israel hubiese llevado su amenaza hasta el final–. Si rectificaba, daba munición y visibilidad a los activistas que habían estado pidiendo boicotear la carrera… y, siendo realistas con la situación política de la zona, ponía una (todavía más) pesada losa sobre la cuestión de la seguridad de la carrera durante su estancia en Israel.

El caso, decíamos, es que RCS hizo lo único que podía hacer: rectificar. En apenas tres horas todos sus elementos gráficos pasaron de reflejar Jerusalén Oeste a sólo Jerusalén. Pero entonces alguien en la planta noble y enmoquetada de la empresa, decidió que había que explicar que aquello no era una rectificación porque, en realidad… y ahí es donde alguien tuvo que pensar duro para rellenar el hueco de la frase.

Y entonces, ese alguien pensó que lo mejor era decir, en un comunicado, que “durante la presentación del curso de la carrera 2018, se utilizó material técnico que contenía la denominación Jerusalén Oeste, debido a que la carrera tendrá lugar de manera logística en esa zona de la ciudad” pasando por alto, eso sí, que hasta el miércoles por la tarde ninguno de los materiales difundidos a través de su web o a la prensa usaba esa coletilla.

Y, para rematar la cosa, el comunicado se cerraba asegurando que “este término, desprovisto de cualquier valor político, ha sido eliminado de cualquier material relacionado con el Giro de Italia”. Sólo faltó que la frase se completase con un “todo lo dicho en este comunicado es verdad… salvo algunas cosas”.

El Giro se metió, con esa necesidad absurda que tienen los altos dirigentes de salvar su propio trasero incluso cuando nadie se lo pide, en un lío monumental. Se quedó pegado a sus propios hilillos de plastilina. Unos hilillos que salen, ya a borbotones, desde el activismo pro palestino que ayer no daba crédito ante la publicidad que entre unos y otros le han dado.

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