El hambre de Luis Ocaña

Mariano José de Larra nació rápido, creció rápido, criticó rápido, vivió rápido y murió joven. Madrileño de 1809, no pasaron más que 28 años para que desapareciera de la faz de la tierra. Inadaptado, enojado, incongruente con lo que le rodeaba, acabó frustrado. Su figura romántica fue inspiración de su generación  y las venideras. El áurea de inadaptado le cinceló, el paso del tiempo le tuvo por uno de los mejores retratistas de la España que le tocó vivir, de la España que le tocó vivir a Luis Ocaña, de la España que nos toca vivir a nosotros. La del “vuelva Usted mañana”.

Carlos Arribas ha hecho una bomba, una bomba de figuras estilísticas, de aromáticas descripciones de los campos y valles que vieron crecer a Luis Ocaña, de los viñedos franceses que le dieron el terruño que tanto ansió. Carlos Arribas, el plumilla ciclista de El País, no escatima medios para describir el hombre que el más famoso de la estirpe Ocaña, un ciclista, una persona, que como Larra, no vivió nunca conforme, que nunca acató, ni nunca asintió. Carlos Arribas ha puesto tanto empeño en cincelar a Ocaña que no escatima, ni recursos, ni descripciones, ni temerarias conversaciones que inventa y pone en boca de los protagonistas con una seguridad y contundencia que suena a poesía. Conversaciones donde el protagonistarepite machaconamente el nombre de su interlocutor.

Siempre me intrigó la figura de Luis Ocaña. Le recuerdo vagamente, en los albores de mi amor por este deporte. En el Tour del 91, hablando desde las faldas del Joux Plane, disertando de los peligros de Miguel Indurain, en forma, fino, bajo el aguacero que amenazó su último día peligroso en el Tour que ganó.

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