La dictadura de la espectacularización en el deporte

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Froome a punto de perder el amarillo en Peyragudes, en el pasado Tour de Francia / © Sky

Jesús Guevara / Ciclo21

El ciclismo sometido a la dictadura de la espectacularización del deporte. Ese es el pensamiento de quienes, a tenor del trazado dispuesto por las tres grandes rondas por etapas en los últimos años, creen que el ciclismo se está alejando de una esencia, hasta ahora, indisoluble.

Entendido como un deporte de resistencia, el llamado “ciclismo moderno” parece estar mutando hacia las querencias de un público que anhela la concentración del espectáculo: que prefiere la potencia de la inducción al sabor del fuego lento.

Su máxima expresión la encontramos en la etapa 17ª del recién presentado Tour de Francia 2018. Solo 65 kilómetros de etapa en la que será, hasta la fecha, la segunda jornada –en 1971 se disputó una etapa de 19,5 kilómetros entre Luchon y Superbagneres- en línea de menor kilometraje de la historia de la ronda gala. Por el camino, eso sí, los corredores ascenderán Peyrsourde –con prolongación hasta Peyragudes-, Val Louron-Azet y la última y decisiva ascensión final al inédito Col du Portet. Una cima desconocida por la ronda gala y que, con sus 17 kilómetros al 8,7% ya ha sido bautizado por Prudhomme como un “Tourmalet bis”.

Televisión, patrocinadores y organizadores parecen querer convertir el ciclismo en un deporte distinto, quizás más emocionante –quizás no-, pero sin duda distinto. La última tendencia es la de recortar el kilometraje a fin de concentrar el interés en un periodo de tiempo más corto. Menos horas sobre el sillín y menos horas “muertas” de televisión a la vez que se concentran las fuerzas en las piernas de los corredores y se incrementan los ataques.

Ese es el razonamiento que parece gobernar el pensamiento de las tres grandes. La aparición de etapas de 130 kilómetros –o menos incluso- son la tendencia general si observamos los últimos trazados de Tour, Giro y Vuelta.

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Enric Mas deja atrás al grupo de Sánchez, en la pasada Vuelta a España / © Quick Step Floors

Lejos han quedado las míticas jornadas de más de 180 kilómetros que decidían la clasificación general. Aquella victoria de Roberto Heras en Valgrande Pajares –año 2005 y 191 kilómetros-, el decisivo descenso de Vinokourov en Monachil –año 2006 y 177 kilómetros- o la ya histórica llegada a Fuente Dé –año 2012 y 181 kilómetros- son, o parecen ser, cosa del pasado.

En las tres últimas ediciones de la ronda española, las jornadas de menor kilometraje parecen haber concentrado el mayor interés y, en algunos casos, el mayor espectáculo. Tras varios años estudiando la posibilidad de plantear un tappone en Andorra, en 2015 la Vuelta Ciclista a España conoce la inédita llegada a Cortals d´Encamp. Una jornada de 132 kilómetros –con victoria de Mikel Landa- y casi 5200 m de desnivel que acapara más espectadores que ataques.

La tendencia continuó al año siguiente con la, esta vez sí, trascendental etapa de Aramon Formigal. Un combativo Alberto Contador demarraba de salida y pillaba descolocado a un Froome que aquel día perdió aquella Vuelta ante un atento Nairo Quintana. Una jornada de 118 kilómetros que, ahora sí –en gran parte por la exigente jornada del día anterior-, resultó excitante de principio a fin.

2017 fue la continuación de la nueva línea de la espectacularización concentrada. Las dos etapas reinas –Sierra Nevada y Angliru– apenas contaron con 132 y 117 kilómetros respectivamente. Mismos protagonistas en ambas etapas pero distinto ganador. Miguel Ángel López –en Sierra Nevada- y Alberto Contador en su histórica despedida en el Angliru alumbraron sendas etapas express.

Esta tendencia, no obstante, no se limita ni mucho menos a una prueba, la española, por otra parte más propensa a innovar en su recorrido.

En 2009, el Giro d´Italia acaparó las críticas de los entendidos y aficionados del ciclismo al proponer dos llegadas en alto con un “ridículo” kilometraje. La llegada a Alpe di Suisi -115 kilómetros- que significó la primera victoria del dominio inquebrantable de Denis Menchov- y, sobre todo, la jornada con meta en el desconocido Blockhaus con tan solo 86 kilómetros concentraron las desaprobaciones de aquellos nostálgicos que seguían aferrándose a las maratonianas etapas dolomíticas que vieron curtirse a Chiappucci o Induráin.

Dos años más tarde, en 2011, y con el Giro volviendo a introducir una jornada de 111 kilómetros –con meta en Montevergine di Mercogliano y sin apenas ataques-, el Tour de Francia se suma a la tendencia de las etapas express. La “jugada” le salió bien a Christian Prudhomme.

En una de las ediciones más espectaculares de los últimos años y con un Andy Schleck que ya había hecho historia el día anterior en la cima del Galibier, Contador y el luxemburgués ponían patas arriba la ronda gala en la última y decisiva jornada de montaña. 109 kilómetros entre Modane y Alpe d´Huez con la eterna ascensión a Galibier por la vertiente del Telegraphè antes de afrontar las 21 curvas del coloso alpino más hollywodiense. Casi 110 kilómetros de infarto donde Voeckler cavó su tumba, Contador engrandeció una leyenda sin premio y Andy sirvió en bandeja el amarillo a un Evans más inteligente que nunca.

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Fraile, vencedor en Bagno di Romagna, en el Giro 2017 / © RCS

2013 con la jornada de 127 kilómetros camino de Annecy Semnoz –donde Nairo y Purito derribaron a un Contador que ni apoyado por Kreuiziger pudo mantener el podium-, 2014 con las explosivas llegadas a Pla d´Adet y Hautacam de 136 y 125 kilómetros respectivamente –que acabaron por enterrar las ansias de pisar el cajón de Paris de un fondista como Alejandro Valverde- y 2015 con los finales alpinos de La Toussire y Alpe d´Huez, ambos de un kilometraje cercano a los 120 kilómetros –encumbrándose Nibali en el primero de ellos y resistiendo Valverde por el pódium y Froome por el amarillo en el segundo- fueron las réplicas del seísmo de las jornadas fugaces.

La fórmula se repetía, al mismo tiempo, también en Italia. La etapa con final en Val Martello –previas ascensiones al Gavia y al Stelvio- decidió, bajo una intensa nevada, la clasificación general de la edición de 2014 a favor de un inteligente Nairo Quintana. De igual forma, 2016 continuó con la tónica de concentrar los grandes puertos en las jornadas más cortas. Tras la jornada de Andalo –también de un kilometraje cercano a los 135 kilómetros- donde Alejandro Valverde, Ilnur Zakarin y Steven Kruijswijk habían desarmado a un enfermo Vincenzo Nibali, sería también en una etapa de escasa longitud –menos de 135 kilómetros- entre Guillestre y Sant´Anna di Vinadio cuando Il Squalo recuperaba, previa exhibición en Risoul y ante la desgraciada caída de Kruijswijk, una maglia rosa a la que apenas podía aspirar dos días atrás.

El último ejemplo de estas etapas express -fuera de nuestras fronteras- tuvo lugar en el pasado Tour de Francia. En una etapa de apenas 105 kilómetros, los corredores abandonaban los Pirineos camino de Foix. Lo probaron Contador, Landa, Barguil y Quintana. Arrojados por las etapas precedentes a lugares no tan privilegiados en la clasificación general, los cuatro abrieron hueco frente a un Sky que, pese a todo, controló la situación y nos privó de ver a Mikel Landa vestido de amarillo.

Así pues, parece un imposible preservar la esencia de un ciclismo nostálgico que se volatiliza ante la dictadura de la espectacularización del deporte. Solo queda esperar que, al menos, veamos espectáculo. No será ciclismo eso sí. Solamente algo que se le parece.

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