¿Cómo hemos llegado al divorcio entre ASO y UCI?

Brian Cookson

Brian Cookson tiene ante sí un reto mayúsculo con el órdago de ASO

Nicolas Van Looy / Ciclo21

Amaury Sport Organisation (ASO) o, lo que es lo mismo, el actor más poderoso en el mundo del ciclismo, ha dado hoy un golpe encima de la mesa y ha cruzado el punto de no retorno en el pulso que, desde hace muchos años, viene manteniendo con la Unión Ciclista Internacional (UCI) por sus distintos puntos de vita en lo que respecta al futuro del deporte, lo que no deja de ser una forma educada de referirse a lo que realmente está en juego: el control del apartado económico del ciclismo. ASO, propietaria y organizadora de las carreras más importantes del calendario internacional, verbigracia, Tour de Francia, Vuelta a España, París-Roubaix, Lieja-Bastoña-Lieja, Flecha Valona, París-Niza… ha decidido retirar del World Tour sus pruebas e inscribirlas en la categoría HC a partir del año 2017. Este movimiento, lejos de ser un disparo con pólvora de rey, es todo un torpedo en la línea de flotación del buque insignia de la propia UCI que queda ahora muy dañada y con la obligación de negociar ante la posición de poder que acaba de tomar ASO. Pero, ¿cómo y por qué se ha llegado a esta situación?

No es, ni mucho menos, fácil de explicar y cualquier intento de hacerlo en un volumen inferior a las mil páginas escritas con un tamaño de letra muy pequeño se quedará, probablemente, muy alejado de abrazar el conjunto de todo el monumental lío que se le viene encima al ciclismo. Pero, dado que las implicaciones que derivan de esta decisión son, para el futuro de este deporte, tan grandes, vamos a intentar hacer un repaso muy general a todo aquello que nos ha llevado a este punto.

En primer lugar, y sin necesidad de recurrir a malabarismos lingüísticos, está la cuestión del reparto del pastel económico del ciclismo. Este deporte ha vivido, en la última década, una inflación como nunca antes en su historia había conocido. Las grandes estructuras manejan presupuestos realmente desorbitados para lo que venía siendo habitual hasta no hace tanto tiempo. Piensen en cualquier gran equipo de la última década del siglo pasado y se darán cuenta de que, con la inversión que realizaban en aquel entonces, difícilmente podrían soñar con montar una escuadra del máximo nivel hoy en día. Esto, por supuesto, ha hecho que la presión sobre estas escuadras y sus empleados estrella, los ciclistas –que también han visto enormemente mejorados sus emolumentos–, se haya disparado a límites insospechados. Ese nivel de exigencia obliga a los mejores corredores a centrar su temporada en aquella prueba donde su patrocinador tiene la mayor repercusión publicitaria: el Tour de Francia –o la París-Roubaix en el caso de las clásicas–.

Así pues, el primer axioma ha quedado desvelado –aunque no resulte ninguna novedad–: todos los equipos quieren correr el Tour de Francia. Para ello y, de alguna manera, para asegurar que el Tour no fagocitase al resto del universo ciclista, se creó hace algún tiempo el World Tour. Los equipos que deseasen estar en este elitista calendario debían de cumplir con una serie de requisitos de todo tipo –incluidos los económicos– y conseguir sumar –o comprar a través de la contratación de corredores– una cantidad determinada de puntos UCI. Con ello, obtenían el derecho y la obligación de correr todo ese calendario. Esta, claro, era una gran noticia para carreras como, por ejemplo –no únicamente–, la Vuelta a España, que de esta manera se aseguraba de un plumazo la presencia de los mejores equipos. El problema, claro, es que ASO, propietaria de la carrera, perdía capacidad de decisión sobre su propio evento. Y ahí comienzan los grandes males, aunque es evidente que ninguna guerra se empieza si no existiesen tensiones previas.

¿Qué ha cambiado ahora para que el status quo se rompa de esta forma? Principalmente, que ASO y UCI han dejado de escucharse y de hablarse. Evidentemente, cada una de las partes culpará a la contraria, pero lo cierto es que tanto desde París como desde Aigle, las posiciones se han ido enconando con los años de forma recíproca. La UCI comenzó hace ya tiempo un proceso de reforma del ciclismo al que ASO –y otros muchos actores de este deporte– se opuso frontalmente en los términos que el organismo mundial proponía y este, a su vez, no quiso escuchar las enmiendas que ASO tenía que aportar.

A principios de este mes de diciembre, la UCI aprobaba esa reforma para el periodo 2017-2020 en la ciudad de Barcelona. Es importante destacar que en esa reunión –y votación– estaban presentes 25 organizadores (incluida ASO) y los 18 equipos con licencia World Tour, por lo que la aprobación de esa reforma, sometida a votación, no fue, al menos aparentemente, una decisión unilateral salida del despacho de Brian Cookson. ¿Cuáles eran esas reformas? Pues muchas, pero principalmente, el panorama se presentaba con las siguientes ideas fuerza:

  • Las pruebas ya pertenecientes al World Tour seguirían siendo parte del mismo.
  • Estas pruebas no sufrirían cambios en su estructura ni en su calendario actual.
  • Las pruebas de categoría inferior, podrían pedir su inclusión en el calendario.
  • En caso de conseguirla, la licencia World Tour de esas nuevas pruebas tendría una duración de tres años.
  • Las primeras peticiones se estudiarían en 2016 y entrarían a formar parte del World Tour en la temporada 2016.
  • Sólo se permitiría la coincidencia en fechas de dos carreras World Tour.
  • El incremento de carreras en este calendario buscaría una mayor y más efectiva globalización del ciclismo.
  • La creación del ‘Grupo de Trabajo para el Calendario Profesional’, un grupo en el que estarían representados los organizadores (AIOCC), los equipos (AIGCP) y un ‘observador’ en representación de los corredores.
  • Este grupo de trabajo sería el de aconsejar al Consejo de Ciclismo Profesional (CCP) sobre el desarrollo del World Tour.
  • Las licencias de los equipos World Tour se concederían para un periodo de tres años.
  • Esas licencias, sin embargo, se revisarían anualmente basándose en el cumplimiento de criterios éticos, financieros, administrativos y organizativos.
  • Los criterios deportivos serían revisados únicamente al término de ese periodo de tres años.

Aunque el documento de la reforma es mucho más amplio, estas son las ideas principales que emanaron de aquel (efímero) acuerdo. Todo ello, visto lo sucedido hoy, no fue fruto de un consenso unánime, sino de la consecución, por parte de la UCI, de una mayoría simple en la votación.

Con estas reformas, tal y como las plantea la UCI, ASO ve peligrar su posición hegemónica en el ciclismo mundial y, por lo tanto, su enorme peso en el ‘reparto del pastel’ económico que general el ciclismo cuando hablamos en términos de negocio.

Derechos televisivos, el poder de invitar a equipos, merchandising… hay un enorme entramado de intereses que, lejos de unir a la federación y a ASO, les aleja cada día más. A todo ello, además, hay que unir un elemento más emocional que racional: el recelo con el que la vieja Europa ciclista sigue viendo la invasión anglosajona que ha colocado a Brian Cookson en la poltrona de la UCI para mayor desafío. Como decimos, es este un elemento emocional, pero que no puede pasar desapercibido ante la situación actual, como bien ha quedado patente en la frase “más que nunca, ASO se mantiene firme en su compromiso con el modelo europeo de ciclismo y no puede poner en compromiso los valores que representa: un sistema abierto que da prioridad a los factores deportivos”, del comunicado hecho público esta mañana por ASO. Una frase con doble filo: por un lado, evidencia ese mencionado recelo hacia la ‘anglosajonización’ del ciclismo y, por otro, lanza un puñal hacia ese objetivo de la globalización tan perseguida por la UCI.

Pero, como es evidente por sus actos, no es ASO la mayor enemiga de la globalización en tanto que dentro de su catálogo de carreras aparecen, por ejemplo, las dos más importantes de oriente medio: Catar y Omán así como la Artic Race of Norway o el Criterium de Saitama. Ese no es el problema, no. El problema, claro, está en cómo no perder el control financiero de esas minas de oro. Argumentan en París, aunque no lo hacen en público, que no entienden cómo la UCI puede pretender formar parte del reparto cuando son ellos, los organizadores, los que corren con todo el riesgo a la hora de poner en marcha esos eventos.

Y, por supuesto, atrapados en medio de todo este monumental lío, nos encontramos a los equipos y a los corredores. Conseguir una licencia World Tour es, sin duda alguna, uno de los privilegios más caros en el mundo del deporte global, pero lo que los equipos compran en realidad con esa inversión es su participación segura en el Tour de Francia. La corrección política les impide reconocerlo de manera abierta, pero sin el Tour de Francia en juego, esas licencias no valen absolutamente nada más que el precio del papel sobre el que están impresas. ASO lo sabe y, con este movimiento, pretende hacer que la UCI hinque la rodilla en señal de pleitesía hacia el todopoderoso Tour.

En ese sentido, y de manera muy conveniente, han formado en los últimos meses una interesante pinza con los equipos, que estarían a su vez encantados de quitarse el farragoso tema de la licencia de encima –si bien, ven recelosos cómo los criterios de selección que pudieran salir de la desaparición del World Tour no quedan, por el momento, nada definidos–. Así, cuando recientemente los organizadores hicieron público su desacuerdo con los términos que planteaba la UCI, los equipos no tardaron en alinearse con el organizador francés.

Así las cosas, la UCI queda ahora muy tocada ya que, sin el control del UCI World Tour, su posición dominante se ve seriamente comprometida. ASO ha anunciado su salida de cara a 2017. Significa esto, por supuesto, que habrá tiempo para la negociación y, si todo sale bien, la rectificación, pero, a la vez, es un serio primer aviso a la UCI: “o consensuamos las cosas o me monto mi propio calendario al margen del tuyo… y las carreras más importantes las tenemos mis colegas organizadores y yo”.

Un comentario

  1. Agradezco enormemente el artículo, muy útil para poner orden y claridad sobre una compleja red de intereses que a los aficionados en ocasiones nos resulta difícil desentramar. Veremos en qué queda todo, pero ojalá las partes implicadas no olviden que al margen de sus respectivos intereses económicos lo que está en juego es el porvenir de un deporte tan sacrificado como bello, merecedor de un futuro sostenible en que se minimecen las trabas a las que frecuentemente se enfrentan las carreras y equipos más modestos.

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