Peter Sagan, el Campeón que el ciclismo necesita

Sagan_Richmond

Peter Sagan, ayer, en el podio del Mundial de Richmond

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Si Peter Sagan podrá pasear con éxito su flamante maillot arcoíris por las carreteras de medio mundo en 2016 es algo que está por ver. El eslovaco se enfrenta, de nuevo, a un año que con casi toda seguridad volverá a catalogarse, una vez más, como “el más importante de su carrera”. El problema para él es que, desde que debutara en profesionales con sólo 19 años, su todavía (seis años más tarde) enorme juventud le sitúa siempre en esa tesitura de tener que demostrar más que muchos de sus rivales. Con un palmarés y una carrera profesional todavía por construir, este triunfo en Richmond podría ser un arma de doble filo para él. El arcoíris supone su gran confirmación, pero, a la vez, supondrá la mayor presión jamás soportada por el corredor del Tinkoff.

Pero eso se verá el próximo año. Ahora, todo el debate, como cada año, gira en torno a la pregunta de si Peter Sagan es el Campeón del Mundo que el ciclismo necesita y la respuesta afirmativa es la que parece obtener el mayor de los consensos.

Sagan, que ha completado seguramente su temporada más brillante pese a la relativa ausencia de victorias, se erige como esa gran estrella, a medio camino entre el deportista y la estrella del rock, que el ciclismo necesita para relanzar su imagen. A sus 25 años, todavía hacen cierta gracia (aunque sea un comportamiento inexcusable) algunas de sus salidas de tono más destacadas, como aquel episodio del podio y el culo de una azafata. A sus 25 años, sus caballitos y celebraciones tras cada victoria no sólo hacen gracia, sino que se perciben como una manera natural y sana de mostrar su alegría por un buen resultado, igual que a nadie le extrañaba la voltereta de Hugo Sánchez tras cada gol o los cada vez más complicados bailes de Neymar cuando consigue batir al portero contrario.

Sagan es, además, un corredor que sabe cuál es su sitio. Siempre. Decir que un tipo que con 25 años ya atesora un palmarés en el que destacan, entre otros muchos triunfos, cuatro etapas del Tour de Francia, otras tantas en la Vuelta a España, un E3 Harelbeke, una Gante-Wevelgem, cuatro maillots verdes del Tour y, ahora, un Mundial (¡y vaya Mundial!), no es un animal competitivo en toda regla sería, cuanto menos, una memez. Pero, a la vez, le hemos visto ponerse el mono de faena y trabajar como el que más para otros cuando las cosas así lo han requerido. Alberto Contador, el líder del Tinkoff-Saxo en el Tour de Francia, deberá de estar eternamente agradecido al eslovaco por la entrega mostrada durante el pasado mes de julio. Sin esa supeditación al jefe de filas, alguno de sus cinco segundos puestos habría acabado convertido en victoria con absoluta seguridad.

Y es precisamente eso, su capacidad para ser siempre fiel reflejo de lo que debe de ser un ciclista, verbigracia, un trabajador, un deportista entregado, un ambicioso animal competitivo, un hombre con un hambre insaciable de triunfo, un showman… lo que convierten a Peter Sagan en el Campeón del Mundo ideal en una era en la que cuenta lo mismo o más la belleza plástica del esfuerzo que el esfuerzo en sí mismo.

Sagan es pura clase. Menos de 24 horas después de vivir su enorme triunfo en las calles de Richmond, esta afirmación corre peligro de ser tachada como oportunista. De haber surgido del calentón propio del periodista. Pero no. Cualquiera que haya seguido los últimos seis años del ciclismo y, muy especialmente, la campaña de 2015, coincidirá en que Peter Sagan ha coleccionado este tipo de elogios de forma más o menos continua. Sagan es puro arte subido en una bicicleta. Es, como ya hemos dicho, la mezcla perfecta entre una estrella del deporte y una estrella del rock.

Dijo Keith Richards en una ocasión, que el rock and roll era siempre lo mismo hasta que llegó un chaval llamado Bob Dylan que lo revolucionó todo. El rock tuvo en Chuck Berry a su padre y el ciclismo tuvo esa figura en los Coppi y Binda. El rock, además, tuvo a su gran rey, al que lo revolucionó todo, en Elvis; y el ciclismo tuvo a su propio Elvis en Eddy Merckx. Ahora, quizás, haya llegado el momento de que Peter Sagan se convierta en ese Bob Dylan que lo cambie todo. Porque, además de hacer sonar la música de una forma distinta, y como muestra de que este joven eslovaco quiere romper con muchas de las tradiciones y normas prestablecidas en el ciclismo, nos encontramos ante un tipo comprometido. “Le dije a mi novia que, si conseguía ser Campeón del Mundo, de lo primero sobre lo que hablaría es sobre la crisis de los refugiados. Lo he conseguido y voy a cumplir con mi palabra. Algo tiene que cambiar en el mundo. No puedo meterme en la cabeza de los políticos y sé que no puedo cambiar el mundo porque soy sólo una persona, pero lo que está ocurriendo me afecta. Algo tiene que cambiar en el mundo. Espero que, a través del deporte, podamos ser un ejemplo para conseguirlo”. No es un poeta. Sus palabras no son ‘Blowin’ in the wind’ o ‘Hurricane’, pero este último detalle, unido a lo mostrado dando pedales, son suficientes para decir que sí: Peter Sagan es, si no nos lo cambian, el Campeón del Mundo ideal para el ciclismo actual.


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