Y, por fin, el Tour

Alpe d'Huez, el juez final © ASO

Alpe d’Huez, el juez final © ASO

Nicolás Van Looy / Ciclo 21

El Comité Olímpico Internacional ha apadrinado, recientemente, un nuevo invento llamado Juegos Europeos. Celebrados en Bakú, aspiran a colocarse un peldaño por debajo de los Juegos Olímpicos de verano que esa misma organización celebra cada cuatro años. Algo así como la Eurocopa de la UEFA respecto al Mundial de la FIFA. Eventos, todos ellos, que consiguen audiencias millonarias en gran parte por esa condición de evento histórico que les otorga que apenas se celebren dos veces por década. Y ahí, en su capacidad de congregar a miles de millones de personas ante la tele y a centenares de miles en las cunetas cada mes de julio es donde el Tour de Francia, el tercer evento deportivo más importante de este planeta, gana a todos los demás por goleada.

Ha llegado, por fin, el momento de la verdad del ciclismo. Europa emigra en masa desde el (cada vez menos) frío norte hacia el soleado sur. Allá donde el mar, el sol y las larguísimas tardes invitan al disfrutar con una carrera que muchos pondrán en duda si es la más bonita, la más disputada, la más especial o la más… lo que quiera. Pero nadie, absolutamente nadie, puede discrepar de la aseveración de que el Tour de Francia es la carrera más mediática e importante del ciclismo. Y, por fin, llegó el momento.

Llegó el momento de que los mejores especialistas en carreras por etapas destapen todo su potencial. De que se olviden de poner excusas. Ya no sirve aquello de que han venido a rodar. O que no han querido tomar riesgos. O que el golpe de pedal todavía no es el adecuado. O que hay que dejar que otros compañeros tengan su momento de gloria. Ahora les toca a ellos. Y sólo la excelencia les permitirá no fracasar. Porque en el Tour, aquellos que salen de Utrecht con el amarillo de París como objetivo sólo tienen una opción: ganar. El segundo puesto, el primero de los tontos, y todos los que vienen por detrás sólo tienen un nombre: fracaso.

Comienza ahora un Tour raro. Sin apenas kilómetros contrarreloj y con montaña. Con mucha montaña. Y, por si eso no fuera lo suficientemente extraño, una crono por equipos incrustada ya en la segunda semana de competición. Todo muy raro.

Los 13,8 kilómetros de CRI del primer día serán los únicos en los que los grandes especialistas podrán buscar su momento de gloria. Insuficientes a todas luces para arrojar diferencias significativas de cara a la general, esta primera etapa sólo servirá para testar cómo llega cada uno. Para sacar unas primeras –y seguramente erróneas– conclusiones. Para soltar los músculos y los nervios antes de la tramposa primera semana con visita a Huy y al temido adoquín de por medio.

Movistar, reconociendo el adoquín

© Movistar, reconociendo el adoquín

Saldrá el pelotón de los Países Bajos para recalar en la preciosa Amberes y enfilar hacia el temido Huy. Allá donde algunos grandes nombres tienen puestas no menos grandes esperanzas. ¿Se moverán los favoritos? Deberían, pero será la tercera de muchas jornadas y más de doscientos corredores por esos sinuosos y peligrosos caminos podrían llamar a la prudencia, si es que de eso puede darse en el Tour. Y después de Huy pisará el pelotón suelo francés por primera vez. Y se meterá en el adoquín. Y todos –menos Nibali– temblarán. Y mirarán al cielo rezando para que no se repita lo del pasado año.

Y, entonces sí, llegará el turno de los velocistas en tres etapas completamente planas. Pero que nadie se lleve a engaño. Serán tres jornadas llanas, pero con un enorme peligro. Siempre paralelos a la ventosa costa de Bretaña, las caídas, los abanicos y los movimientos tácticos harán que los nervios creen un ambiente tenso. Propicio para las desgracias. Y, entonces, como aperitivo, el Mûr de Bretagne. Una segunda parte de Huy. Un nuevo lugar donde liarla. Y la crono por equipos y la Pierre-Saint-Martin y el Aspin y el Tourmalet y Bagneres de Bigorre y Cauterets y el Portet d’Aspet y Plateau de Beille… y no habremos llegado ni tan siquiera a la mitad del recorrido.

Y, para cuando lleguemos al final de esta aventura, apenas habremos visto un solo día llano. Una única jornada de relativo descanso. Un momento de relax en el pelotón. Se trata, pues, de un Tour que, mucho más que sus ediciones anteriores, es absolutamente impredecible. ¿Qué pasará? Pues dependerá mucho de cómo quieran plantear la carrera los grandes nombres del pelotón. Cabe la posibilidad –remota– de que se quieran dar guerra entre ellos de principio a fin. Terreno tienen. Cabe, también, la opción –más realista– de que se trate de una edición propicia para aquellos valientes que decidan buscar la fuga. Ante trazados tan exigentes, no sería de extrañar que los equipos con aspiraciones a París prefieran que las etapas se las peleen los outsiders y centrarse en la lucha por la general en las partes finales de las jornadas.

Y, cuando todo parezca acabado, llegará el Alpe d’Huez precedido por la Croix de Fer, tras la supresión del inicial Galibier por un deslizamiento de tierras. Momento culminante. Allá donde todo se decidirá si es que a esas alturas, con 19 etapas en el cuentakilómetros, todavía queda algo por decidir. Y, por fin, París. Por fin, el final. Y entonces, cuando Nibali, Contador, Quintana, Froome o cualquier otro suba triunfante al podio de los Campos Elíseos diremos… ¿cuánto falta para que, por fin, vuelva a empezar el Tour?

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