Análisis: El Giro necesita despertar

Giro_17_02_Ambiente

Las primeras tres etapas no han deparado un gran espectáculo / © RCS

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Es cierto que mirando los perfiles de las tres etapas que habían preparado desde RCS para arrancar este Giro de Italia del centenario no se podía esperar mucho más. Quizás, la gran sorpresa haya sido que las cosas se hayan dado justamente al revés de cómo cabía suponer. El sprint se dio el día que parecía más adecuado para las aventuras o las emboscadas y las dos etapas que daban la impresión de ser las más idóneas para los velocistas fueron las que se decidieron de forma un tanto atípica.

Sea como fuere, sin embargo, resulta curioso y a todas luces decepcionante que RCS, un organizador que ha demostrado que sabe mimar sus carreras y diseñar trazados que no permiten ni un segundo de relax al espectador, haya apostado por un inicio tan insulso para una edición tan especial de la corsa rosa. Habrá quien diga, claro, que lo de ayer camino de Cagliari fue un espectáculo merecedor de todos los elogios y seguramente no le faltará razón… si se refiere a los últimos 10 kilómetros. Esos en los que Quick Step Floors hizo una de las suyas rompiendo el pelotón en el punto exacto donde todo el mundo esperaba que lo hiciesen y nadie pudo evitarlo. Pero eso, como se suele decir, es mirar a la luna y ver sólo el dedo. Porque en estos tres primeros días de competición el Giro de Italia del centenario ha acumulado ya 559 kilómetros de los que el espectador sólo ha vibrado durante los diez kilómetros finales de la jornada de ayer y, siendo generosos, en los 150 metros finales del primer día gracias al sorprendente y sorpresivo movimiento del (ya olvidado) primer líder, Lukas Pöstlberger. Lo del segundo día fue, sencillamente, para olvidar.

Las cosas, en cualquier caso, son como son y a RCS le ha salido un primer –y corto– asalto para bastante mediocre en términos de espectáculo. Los kilometrajes, excesivos a todas luces, de los dos primeros días no invitaban a florituras a un pelotón que, cada cual con sus cosas, está con la cabeza en otras cuestiones. Los más modestos saben que es demasiado pronto como para soñar con una escapada bidón que les permita soñar con una etapa toda vez que todos los sprinters siguen en liza y con la escopeta cargada y los hombres de la general… bueno, ellos a lo suyo, como no puede ser de otra manera.

Hoy la caravana del Giro terminará de cruzar el mar hasta Sicilia, la tierra de Vincenzo Nibali, uno de los grandes favoritos y el gran héroe ciclista de Italia en el último lustro. Allí espera el Etna con sus casi 2.000 metros de altura y su ambiente volcánico y raro. Será un primer envite en el que, salvo enorme sorpresa, alguno se dejará buena parte (o todas) de sus opciones al triunfo final en Milán, pero, sobre todo, será el momento de, como se suele decir tirando del tópico, sacar las primeras conclusiones.

Será un día, además, cargado de dudas porque a las habituales interrogantes que surgen ante la primera –y tan temprana– llegada en alto de una gran vuelta se sumarán las también normales y habituales incertidumbres que todos tienen tras un día de descanso. O viceversa, que en este caso el orden de los factores no altera el producto.

El Giro necesita despertar. Literalmente. Porque ni tan siquiera una carrera que despierta pasiones tan fuertes como es la gran ronda transalpina puede permitirse, como parece que volverá a ser el caso entre el miércoles y el sábado, que millones de espectadores en todo el mundo no puedan vencer la batalla a Morfeo. Y sí, ya sabemos que este año lo gordo se ha guardado para el final, pero lo visto hasta ahora, repetimos, en términos de espectáculo, ha sido decepcionante. Mañana, con el Etna, será otro cantar. O eso esperamos. Hay que despertar.

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*