Análisis: Es ciclismo, no automovilismo

Sagan_Vuelta_Murcia

Sagan ayer tras ser tirado al suelo por una moto de asistencia neutra

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Vaya por delante un aviso. El que en estas líneas espere encontrar una demoledora crítica a la organización de la Vuelta a España por lo acontecido ayer con Peter Sagan, puede dirigir su ratón a la esquina superior derecha de la pantalla y cerrar la ventana, porque no lo va a encontrar. Dicho esto, claro, no se trata de mirar hacia otro lado. La organización de la Vuelta a España y de cualquier otra carrera ciclista es la última responsable de todo lo que sucede en carrera. Se la podrá criticar, claro, por su idea de hacer pasar a los corredores por encima de una playa, por muy Puerto Banús o Marbella que sea el sitio elegido. Se la podrá criticar, también, por la elección de una estrechísima avenida con más sitio para los tranvías que para el tráfico rodado para entrar en Murcia. Y, por supuesto, se la podrá criticar el excesivo número de vehículos que pululan alrededor de los ciclistas durante la carrera. Pero todo ello, con sus variantes respectivas, son males que afectan a todas y cada una de las carreras que se celebran a lo largo del año en todo el mundo.

Ayer, el ascenso y, sobre todo, el descenso de la Cresta del Gallo eran peligrosísimos. Sin duda alguna. Quizás, un poco demasiado. Eso, claro, se puede discutir. Pero peligros similares hemos visto a centenares cada temporada. ¿No es igual de peligroso, a su manera, el Bosque de Arenberg? ¿O el Paso de Gois? ¿O el Koppenberg? Y son sólo unos ejemplos.

Los que sí es urgente afrontar por parte de ASO, RCS, Flanders Classsics y el resto de organizadores de carreras es el número de vehículos motorizados que pueden circular en carrera. Organizar una prueba ciclista sin motos o coches es del todo imposible, eso está claro. El peligro cero, por lo tanto, no existe. Pero, de un tiempo a esta parte, hemos visto un incremento muy preocupante de coches y motos en carrera. Equipos, jueces, asistencia neutra, fotógrafos, cámaras de televisión, prensa, radios, policía, invitados, organización…

El accidente de ayer con Peter Sagan, como el que le costó –seguramente– la Clásica de San Sebastián a Greg Van Avermaet o el que sacó de carrera a Jesse Sergent y Sébastien Chavanel son achacables en sus totalidad a los conductores de los vehículos involucrados. Faltaría más. Sólo respetar con exquisito celo las normas de circulación en carrera y no confundir una carretera cerrada al tráfico con un circuito de carreras, pueden evitar estas situaciones.

Pero, a la vez, y comienza a llegar el momento de plantearse esta cuestión, los organizadores deben ser mucho más serios a la hora de autorizar una cantidad determinada de vehículos innecesarios en carrera. Porque, por supuesto, nadie duda de que los coches de equipo deben de estar ahí. Igual que nadie puede pretender que las cámaras de televisión no puedan estar cerca de los corredores o que los fotógrafos deban de hacer su trabajo a kilómetros de distancia. Igual de necesaria es la presencia de los jueces y de las motos (que no necesariamente coches) de asistencia neutra.

Pero, a partir de ahí, tal y como exigimos en otros ámbitos, llega la parcela donde hacer recortes. Los invitados, casi todos generosos benefactores de la carrera de turno, quieren vivir la emoción del evento al que patrocinan. Quieren oler el sudor del ciclista y hacerse el mejor selfie posible por la ventanilla del coche. Célebre se ha hecho la imagen de ‘Antonio Alcántara’ asomado por el techo solar del coche de la organización en plena autovía cuando en el pasado Tour (mismo organizador) se sancionó a Davide Bramatti por no llevar el cinturón de seguridad. El comentarista de la radio quiere que su micro capte el ambiente para hacerles llegar a sus oyentes la mejor experiencia posible. El comentarista de televisión quiere estar ahí para enriquecer las palabras de sus compañeros en meta o el estudio. Pero no caben todos. Hay que cortar.

Porque al final, pasa lo que pasa. Que la enorme cantidad de coches y motos acreditados, literalmente, no caben en la calzada. Y cuando ellos dejan de caber, ¿por dónde metemos a los ciclistas? Y eso, en el fondo de la cuestión, es lo que subyace en todo esto. Quizás, sólo quizás, si junto a esa moto de Shimano que arrolló a Sagan no hubiesen estado las del cámara de la tele, la del comentarista de la tele, la del fotógrafo, la del juez… y tampoco hubiesen estado los coches que acompañaban a ese reducido grupo, ese piloto ahora expulsado hubiese tenido sitio para pasar por otro lado. Más alejado.

La responsabilidad, como decimos –y como no puede ser de otra manera–, de ese accidente no es de otra persona que del piloto de la moto. Como lo fue del conductor del coche en la Vuelta a Flandes. Pero, en ocasiones, no basta con castigar una acción, sino con estudiar porqué esa situación se ha llegado a producir. Y, a veces, esa explicación está lejos de la carretera y mucho más cerca de los despachos.

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