Análisis: La UCI apunta a Bélgica y mata a todo el CX

La reforma de la UCI podría acabar con las pruebas ‘menores’

Nicolás Van Looy / Ciclo21

El ciclocross necesita una refundación o, al menos, una revolución. Eso es algo sobre lo que, seguramente, habrá un consenso generalizado más allá de las fronteras de Flandes, donde viven felices engordando la gallina de los huevos de oro de un negocio –aunque cuando hablan públicamente sustituyen esa palabra por deporte– del que, merecidamente, se han hecho dueños y señores y manejan en régimen de monopolio.

 

El excelente estado de salud del que goza el ciclocross en Flandes es, y esto hay que reconocérselo, mérito propio de sus actores. Desde los organizadores hasta los corredores, pasando por managers de equipos, patrocinadores y escuelas de ciclismo, la realidad es que los flamencos han hecho un trabajo descomunal de décadas para llevar a la especialidad invernal del ciclismo a sus actuales cotas de popularidad y a su negocio a las siderales cifras de audiencias televisivas.

Dicho esto, y ante la imposición del nuevo modelo de Copa del Mundo que quiere aprobar la UCI para la campaña 2020-2021, pasando de 9 a 16 pruebas, es buen momento para pararse un segundo a pensar si esa es la refundación –o revolución– que este deporte necesita. Un análisis que es complicado de resumir y, sobre todo, de matizar lo suficiente dados los muchos, y no siempre loables, intereses que se cruzan en esta historia.

Para ello, vayamos, de nuevo, a Flandes. Allí, figuras tan prominentes como Sven Nys han levantado la voz de alarma. Al buen aficionado le sobrarán los detalles, por eso, y en aras de no convertir esta columna en un tratado infinito, los resumiremos de la forma más simple posible. Trofeo DVV, Superprestigio y un importante número de pruebas televisadas que no entran en ninguna de esas dos clasificaciones ven ahora peligrar su posición. No se trata tanto de que sus fechas vayan a estar ocupadas por la challenge de la UCI, ya que eso siempre tiene solución, sino que saben que los mejores corredores del mundo siempre van a elegir acudir al torneo más importante del invierno que a sus pruebas. Y eso, por muy suculentos que sean los fijos de salida que puedan poner sobre la mesa.

Los belgas, cómodos con su monopolio

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Flandes es la meca del ciclocross / © Belga

Eran felices, todos estos organizadores, con el statu quo que lleva años imperando en el ciclocross. Una Copa del Mundo de nueve pruebas era perfectamente compatible con los otros dos torneos, con ocho citas cada uno. Máxime cuando tres de esas nueve citas se celebran en suelo belga (más otra en Hoogerheide, a apenas 25 kilómetros de una ciudad como Amberes). Tras años de trabajo, los flamencos han conseguido establecer un monopolio de tal magnitud que incluso el calendario internacional gira, en muchas ocasiones, alrededor de sus intereses llegando a absurdos de tal calibre, muestra clara de su propiocepción de propietarios del negocio, que sus principales figuras criticaron en el pasado a la UCI por colocar una prueba de la Copa del Mundo un domingo demasiado lejos de la carrera de turno del sábado en Bélgica.

¿Cómo vamos a desplazarnos hasta allí en tan poco tiempo? ¿No se dan cuenta del problema que supone para los deportistas una noche de carretera? Tan interiorizado tienen el hecho de que el ciclocross se corre en Flandes que ni siquiera se dan cuenta de su propio ridículo cuando hablan menospreciando de tal manera a todos esos corredores que llamamos no-Benelux que, ellos sí, se meten kilometradas y viajes impensables para poder hacer un calendario medianamente decente.

La internacionalización, algo necesario, pero no a cualquier precio

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No todo vale para internacionalizar

Pero el problema que supone esta nueva Copa del Mundo no es sólo para los belgas, y ese es el gran error que ha cometido la UCI con su propuesta. Es evidente que la idea que está detrás de todo este asunto no es mala: la internacionalización del deporte. La UCI, extrañamente aliada para ello con Flanders Classics –otro motivo de sospecha sobre las intenciones finales de todo el asunto–, lleva años tratando de llevar el ciclocross a otros países.

Lo han conseguido con sus dos pruebas de Copa del Mundo en EEUU, pero el precio a pagar, literal y metafórico, ha sido terrible. Lo hemos visto en este 2019, cuando muchas de las principales figuras no han acudido a América. Sí lo han hecho, por primera vez, los equipos españoles y eso es una gran noticia, pero la ausencia de muchos de los principales nombres de la especialidad refleja dos cosas: la endogamia flamenca antes citada y el nulo interés que los patrocinadores de esas figuras tienen, en realidad, por dejarse ver más allá de las campas de su región… incluso aunque eso les pueda costar a sus ciclistas sus opciones en la challenge de la UCI.

Internacionalizar está bien. Hay que perseguir ese objetivo porque, de lo contrario, acabaremos con un ciclocross que no tendrá interés más allá de Flandes. Pero esa internacionalización jamás debería llegar con la imposición de un modelo que, a la larga, provocará en enorme cataclismo en la mayor parte de calendarios nacionales.

La muerte de los calendarios nacionales

Elorrio es una de las dos pruebas C1 en España / © RFEC

España, con Elorrio y Pontevedra a la cabeza, podría llegar a contar con dos citas en esa nueva Copa del Mundo. ¡Genial! ¡Estupendo! No sólo colocaría a nuestro país a la altura que su potencial ciclista merece sino que, y esto es importantísimo, elevaría a sus organizadores a la categoría de héroes del ciclismo español, donde sacar el dineral que cuesta montar una prueba de Copa del Mundo –nunca menos de 350.000 euros y, “para ir bien”, como reconocen en algunas organizaciones, rondando los 500.000 euros– es casi un ejercicio de alquimia.

Pero, ¿qué pasará con el resto de pruebas del calendario español? ¿Qué pasará con la Copa de España? Organizar una prueba local es mucho más barato que una provincial. Una provincial siempre es más económica que una autonómica, que, a su vez, es más fácil que una nacional… y así, hasta las C1 y CDM.

Uno de los principales motivos, si no el único, por el que un organizador –sólo quedan dos en España– se querría liar la manta a la cabeza y enfrascarse en el monumental lío que supone organizar una prueba C1 es el de, con los puntos UCI como gran atractivo, contar con la presencia de algunos de los mejores crossers del mundo. Además, ser C1 es condición fundamental para poder aspirar a entrar en la Copa del Mundo. Con los 19 fines de semana que van de octubre a febrero ocupados con Copa del Mundo, europeos, nacionales y mundial, ¿quién carajo va a acudir a otras citas ese mismo día?

Una geografía que no ayuda

De nuevo, son los belgas los que lo pueden tener más fácil. Ellos, por su posición geográfica, están en una situación de ventaja. Supongamos que el domingo hay una prueba de Copa del Mundo en, y es un suponer, Noruega. Casi cualquier corredor de un país Europeo podría, sin desviarse en exceso, correr el sábado en Bélgica, porque le pilla de paso, y dar el salto después a Noruega. Lo mismo sucede si la prueba de la UCI se corre en España, Italia, Alemania, Francia…

Pero, ¿qué sucede al revés? ¿Qué pasa con el organizador español (o noruego, británico, alemán, danés, suizo…) que tiene su prueba situada el sábado y tiene que competir con la dominical de la Copa del Mundo? La respuesta es muy sencilla: que no le saldrán los números.

El ciclocross, como el resto de las disciplinas ciclistas, está viviendo un auge espectacular en España. Se nos llena la boca, a organizadores y medios de comunicación, a la hora de aplaudir el cada vez mayor número de inscritos en las distintas pruebas que jalonan los calendarios provinciales, autonómicos y nacional. Ahora bien, la gran pregunta que hay que hacerse es, ¿cuántos de todos esos inscritos son corredores no-máster? Y ahí se evidencia el drama.

Los llenacircuitos no estarán

Felipe Orts, el mejor especialista español

Felipe Orts, Kevin Suárez, Carlos Canal, Ismael Esteban, Xabi Murias, Iván Feijoo, Lucía González, Aida Nuño, Paula Suárez, Paula Suárez… son nuestros Van Aert, Van der Poel, Aerts, Cant, Alvarado… En definitiva, son los que llevan gente a los circuitos. Son los que justifican las benditas locuras de Teika y Nesta. Ambas empresas, además, tienen interés en mostrarse en sus mercados potenciales. Y esos, como les sucede de forma invertida a Telenet, Baloise o las salsas Pauwels, no están en las campas flamencas.

Los máster, que nadie vea aquí un ataque hacia ellos, son quienes hacen posible, con sus tasas de inscripción y sus licencias, buena parte del negocio, pero no son los que van a conseguir que un deporte se haga popular. Con los mejores 19 domingos –y algún sábado– ya bloqueados por la Copa del Mundo y los campeonatos, para qué va a intentar ningún organizador llevar su prueba a las categorías C1 o, incluso, C2. ¡Si no va a ir ninguno de los principales referentes del deporte! Ellos, con razón, estarán pensando en ese calendario imposible de la UCI que, por otra parte (y aquí no vamos a extendernos), habrá que ver quién puede permitirse completar habida cuenta del incremento que supondrá en la partida de viajes.

Toda esta reflexión sirve, cambiando nombres, para cualquier país europeo que no sea Bélgica o Países Bajos. Por ello, parece evidente que, aunque la refundación –o revolución– del ciclocross es una necesidad urgente, la UCI se ha equivocado de pleno en su forma de plantearla. Y no por los interesados motivos que argumentan los flamencos sino, sobre todo, porque a corto o medio plazo supondrá la muerte de los calendarios nacionales. De las pruebas donde cada país puede ir fogueando a sus jóvenes promesas antes de soltarlos a la arena internacional. De las citas en las que los mejores de cada país pueden ir sumando puntos UCI sin tener que arruinarse en viajes que, a la vez, terminan por engordar todavía más la gallina de los huevos de oro belga y su posición monopólica.

La UCI se equivoca, eso está claro. Pero, y esto daría para otra parrafada igual o mayor que esta, por lo que lo dejaremos para otra ocasión, también se equivoca la RFEC si piensa que, apoyando las candidaturas de Pontevedra y Elorrio basta para salvar el match point que este golpe de estado orquestado en Aigle supone. La RFEC tiene la obligación de tomarse en serio la especialidad y llevar, como hacen el resto de grandes potencias del ciclismo, a los combinados cadete, júnior y sub23 a todas las pruebas de la Copa del Mundo con unas condiciones dignas. Con medios suficientes y una planificación clara. Para ello, no basta el empeño de un seleccionador. Él puede hacer mucho, sí; pero necesita que alguien, detrás, firme los cheques que eso requiere.

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