Análisis: ¿Se ha terminado el Tour?

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Chris Froome ya sabe lo que es pasar un mal día, lo vivió en el Alpe d’Huez en 2013

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Lo bueno de las redes sociales es que uno se puede hacer una idea bastante clara de cómo sopla el viento no sólo en su bar de confianza o en su barrio, sino en esta aldea global en la que se ha convertido el planeta. Cuando ayer Chris Froome desplegó todo su poderío en la subida la Pierre-Saint-Martin la gran mayoría de aficionados se hacían cruces por lo poco que había durado este Tour de Francia. Apenas un asalto. Dos si, en un ataque de benevolencia, consideramos la complicadísima semana de este Tour calificado como montañoso como un asalto. Sea como fuere, la sensación que dejó el británico, que apabulló a su competencia, hizo que el desasosiego se extendiera como una mancha de aceite entre el mundillo ciclista. Nadie sabe cómo o dónde van a ser capaces Van Garderen, Contador, Quintana –ya no hablemos de un autodescartado Nibali– y compañía no sólo de recuperar el terreno perdido, sino de meterle tiempo a este portento y a su equipo.

Este Tour nos ha durado apenas diez kilómetros” escribía ayer el que esto firma en la crónica de la etapa. Pero… ¿hay algún motivo para el optimismo? ¿Se ha terminado ya el Tour o queda espacio para la sorpresa? Evidentemente, a la hora de contestar a estas preguntas, a la vez de hacer un ejercicio de ciclismo-ficción, es importante dejar claro que debemos de hacerlo descartando la posibilidad de una caída o desastre similar, algo que seguramente nadie –excepto los hooligans de unos u otros– desean.

Será complicado. Por no decir, visto lo visto, algo casi irreal, pero lo cierto es que hay varios factores –más o menos posibles– que invitan a no arrojar la toalla. El primero de ellos, evidentemente, es que llevamos disputada sólo la primera mitad de una carrera que suele castigar de forma especial en su tercera semana. Los corredores, como cualquier otro ser humano, tienen un umbral. Una zona de confort. Durante todo el año, se dedican a correr competiciones de un día, una semana o, como mucho, algo menos de dos semanas. Las tres semanas, ese espacio acotado para el Giro, el Tour y la Vuelta, son algo así como la última frontera. En comparación, la barrera de los 250 kilómetros en una clásica. Todos, o casi todos, aguantan hasta el final de la segunda semana sin excesivos problemas, pero esa tercera semana, ese momento en el que las piernas piden, por costumbre, un descanso, puede causar estragos en alguien que no haya gestionado bien sus fuerzas. Los favoritos, claro está, no son nuevos en esto y la tecnología puesta a su servicio les ayuda muchísimo a gestionar esta cuestión, pero, como decía el clásico, ‘el cuerpo es un enigma’ y nunca se sabe cuándo va a aparecer el tío del mazo.

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Sky deberá de aguantar un dirísimo desgaste

En relación a este primer punto a tener en cuenta, aparecen las dudas sobre el equipo. El Sky se ha presentado como la escuadra más potente y compacta de este Tour de Francia, pero el desgaste que han venido realizando durante estos días y, especialmente, en la jornada de ayer –el propio Froome reconoció que su plan inicial era el de tomarse el día con más calma– tiene que estar, necesariamente, vaciando el depósito de los lugartenientes del líder. Lo lógico es pensar que el Sky no puede aguantar este ritmo durante todas las jornadas que restan hasta llegar a París. Las más complicadas de este Tour.

La de ayer fue una etapa eminentemente llana con una única subida. Ese es, por definición, el terreno preferido de los pupilos de Sir Dave Brailsford. En otras palabras, una escapada insustancial que no importa si es neutralizada o no. Un día de relativa calma en el pelotón, sin demasiados sobresaltos. Un pasar de kilómetros preparando a la presa. Una subida de pulsaciones antes de llegar al pie del puerto para coger una buena posición. Reventar los umbrales de pulsaciones y de vatios, uno a uno, para eliminar a la competencia. Dejar a Porte el trabajo de despellejar a los grandes y, por último, asistir desde lejos a la exhibición del jefe de filas. Un plan perfecto… pero sólo abarcable en este tipo de jornadas.

Además, no lo olvidemos, quedan doce días de carrera. Doce días en los que el Sky deberá, además de asumir el desgaste normal de un equipo de sus características, sumarle el de ser el conjunto que debe de defender el maillot amarillo.

Nibali_Tdf_2014

Nibali, muy superior a Froome en las bajadas

Y, por supuesto, el líder de la carrera, como cualquier superhéroe de Marvel, tiene su punto débil. Batman no es inmortal y necesita de la ayuda de su mayordomo Alfred para luchar contra el mal. IronMan tiene serios problemas cardiacos. Linterna Verde nunca podría luchar por un Tour de Francia habida cuenta de su animadversión por el color amarillo. Para vencer a Thor basta con hacerle soltar su martillo durante 60 segundos seguidos. En resumidas cuentas, cada Superman tiene su propia kriptonita y Chris Froome no iba a ser diferente. Al británico le pueden las bajadas. Su portentoso pedaleo cuando la bicicleta tiene que viajar hacia el cielo es inversamente proporcional a su destreza cuando se trata de bajar hacia los infiernos. Especialmente Contador y Nibali, pero también varios del resto de sus rivales, podrían tener una buena opción en la larguísima y nada fácil bajada del Tourmalet para meterle tiempo a Froome.

Sería interesante, además, que los por ahora derrotados contactaran con algún chamán especializado en la danza de la lluvia. O que cantaran al unísono en un karaoke una noche. O que laven a mano los coches del equipo… lo que sea, pero la lluvia podría jugar un papel muy importante en caso de aparecer. Por el momento, todas las previsiones nos indican que veremos unos Pirineos secos y soleados, pero esto podría cambiar de la noche a la mañana o, incluso, en los Alpes. Chris Froome, como muchos de sus compatriotas que eligen las playas españolas para sus meses de asueto, parece funcionar con energía solar. Cuanto más sol y calor caiga sobre su amarillo lomo, más blanca y radiante es su sonrisa. La lluvia, sin embargo –y no será porque en su Gran Bretaña no tienen buenas raciones de ella–, no parece ser una gran aliada para él. Lo vimos en la última edición del Dauphiné y no hay motivo para pensar que no pueda repetirse algo así.

Y, por supuesto, nadie está a salvo de un mal día. Ni siquiera, aunque se llame Chris Froome. El delgaducho británico nacido en Nairobi no es, aunque en ocasiones lo parezca, un robot programado para darle a los pedales sin descanso. Como todos, está expuesto a las pájaras, las deshidrataciones, los malos momentos y cualquier problema de índole similar. Hace ahora dos años llegó Froome –y su todo el Sky– a la cima de Ax-3-Domaines dominando de manera insultante a todos. Allí ganó Froome, Porte fue segundo, Contador y Quintana perdieron casi dos minutos –sólo Van Garderen, que entonces se dejó casi un cuarto de hora en un ascenso de sufrimiento extremo para él ha mejorado su prestación–, pero sólo un día más tarde, pajarón colectivo en el equipo británico incluido, conoció el otro lado de la moneda camino de Bagnères-de-Bigorre. Froome se quedó solo demasiado pronto y tuvo que neutralizar los ataques de Contador y Quintana sufriendo como nunca lo habíamos visto hasta entones, pero lo consiguió. En el Alpe d’Huez, sin embargo, se olvidó de comer y lo único que se merendó fue el minuto que Quintana y Purito fueron capaces de meterle en la cima de la montaña de los holandeses. Ganó el Tour, sí, pero demostró que pese a todos los avances tecnológicos que el Sky ha introducido para monitorizar la ‘telemetría’ de su prodigioso robot, a veces las cosas, simplemente, salen mal.

Le Tour c’est Le Tour y, aunque es cierto que se le ha puesto muy de cara a Froome –y, como decíamos ayer, no sólo por el tiempo que ya le mete a sus rivales sino también por la forma demostrada–, queda mucho tiempo y muchas etapas. Queda, sobre todo, mucha montaña muy traicionera y mal harían todos –corredores y aficionados– en tirar la toalla. Además, los aficionados tienen una ventaja respecto a los corredores: pueden disfrutar del resto de peleas que nos ofrecerá este Tour, que no sólo del amarillo vive el ciclismo.

No, el Tour no se ha terminado. Quedan, no nos olvidemos, doce complicadísimas etapas.

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