Cavendish, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Cavendish, tras ser operado © twitter

Cavendish, tras ser operado © twitter

Nicolás Van Looy  /  Ciclo 21

Cuando su hombro derecho rebotó contra el duro asfalto de Harrogate Mark Cavendish sabía, como lo saben todos los deportistas en el momento en el que se rompen, que su Tour de Francia había terminado. No habría besos de mamá en el podio. No habría baños de masas y recepción real al vencedor. No habría paseo de amarillo por Yorkshire. Lo que quizá en ese momento no sabía Cavendish es el unánime reproche que su enésimo cabezazo o empujón durante un sprint iba a causar.

Ahora, el de la Isla de Man se recupera, poco a poco, de las secuelas de esa caída. Ha pasado por el quirófano y tendrá mucho tiempo para reflexionar si, de una vez por todas, ha llegado el momento de domar esa bestia que se enciende cuando no se ve capaz de superar a sus rivales en el sprint.

Pero, al igual que sucede con tantos grandes campeones, Cavendish ha mostrado en diversas ocasiones una singular dualidad. Ese Mr. Hyde que emerge en carrera es domado, silenciado, fuera de ella por un pacífico y adorable Dr. Jekyll. Un hombre que es consciente y se toma muy en serio su rol de modelo de conducta para tantos y tantos jóvenes en el Reino Unido.

Así lo refleja su esposa, Peta Todd, en su columna diaria para el rotativo Het Nieuwsblad. Cuenta que su marido es plenamente consciente de la importancia que personajes como él, Froome, Wiggins y compañía tienen en una juventud que está viviendo un enorme despertar hacia el deporte de la bicicleta. Por ello, cuando hace unos días recibió la carta de una niña de siete años que había movido cielo y tierra para conseguir la dirección de su ídolo, no lo dudó. En esa carta, Eva, que así se llama la niña, le decía que para ella Mark Cavendish es el mejor corredor del mundo y, ¡oh sorpresa!, había dejado apuntado su número de teléfono.

Así que no lo dudó y se puso en contacto con ella. La llamó por teléfono y conversaron durante unos minutos. Al día siguiente, claro, la niña no perdió el tiempo y lo contó a todo el mundo en el colegio donde, por supuesto, nadie la creyó. Ella, decidida –quizá mostrando ya destellos de esa mentalidad que tienen los buenos ciclistas– no se amilanó y retó a su profesor a llamar a su padre para que le confirmara la historia. Una llamada que, por supuesto, convirtió a Eva en la protagonista del día en su colegio.

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