Cuando Raúl Alcalá emergió de la lluvia en el Boulevard

Ángel Olmedo Jiménez

Desde que en 1981 se iniciara la historia de la Clásica de San Sebastián, que este año cumple su trigésimo quinta edición, solo un ciclista mexicano ha podido inscribir su nombre en esta prestigiosa prueba.

Su nombre es Raúl Alcalá Gallegos (Monterrey, 1964) y aunque muchos piensen que habría que hablar de él como ex ciclista, lo cierto y verdad es que tal circunstancia solo puede predicarse del cuate desde hace solo cinco años (Alcalá, formalmente retirado en 1994, retomó el ciclismo hasta en tres ocasiones, e, incluso en el año 2010, se proclamó campeón mexicano de contrarreloj).

La edición en la que Raúl venció, la del año 1992, será recordada, además de por la victoria del mexicano, por dos aspectos que llamaron poderosamente la atención. El primero, el torrencial aguacero que esperaba a los ciclistas en San Sebastián, que dificultaba reconocer a los corredores en la transmisión televisiva (fue un día aciago, pues en la primera parte de la carrera una monumental granizada hizo que Miguel Indurain y Gianni Bugno se bajaran de sus bicicletas, abandonando la competición). El segundo, que el farolillo rojo de la prueba fuese el norteamericano Lance Armstrong que pronunció unas proféticas declaraciones nada más concluir el recorrido: “Volveré a esta prueba para ganarla” (y el desafío tuvo cumplida redención en la edición de 1995, ante el italiano Della Santa y el belga Johan Museeuw [el texano, por su parte, cuenta con el privilegio de ser el único estadounidense en haberse alzado con la Clásica]).

Centrándonos en la prueba de 1992, hemos de señalar que el elenco de favoritos en liza era más que relevante, incluyendo a hombres como los italianos Claudio Chiappucci (que venía de hacer segundo ante Indurain en el Tour de Francia) y Maurizio Fondriest (en el 1992, actual campeón de la extinta Copa del Mundo), los franceses Gilbert Duclos-Lasalle (del equipo Z y que había vencido en el velódromo de Roubaix) y Laurent Jalabert (que defendía los colores de la ONCE), el ruso Dimitry Konyshev (del equipo TVM) o Pedro Delgado (que había sido segundo el año anterior ante el todopoderoso campeón italiano Gianni Bugno), todo ello sin olvidar hombres de la valía de Mikel Zarrabeitia, Julián Gorospe, Erik Breukink, Franco Vona o Franco Chioccioli (que el año anterior había vencido el Giro de Italia).

La llegada a meta

La llegada a meta

El mexicano Raúl Alcalá (que lucía los colores del equipo PDM y que destacaba por sus dotes escaladoras) se presentó solo en el Boulevard tras haber lanzado un ataque poderoso cuando restaban quince kilómetros y aguantar la diferencia ante un cuarteto de perseguidores entre los que se hallaban el Diablo Chiappucci, Eddy Bouwmans (enrolado en el Panasonic), Dimitry Konyshev y Luc Roosen (el belga de la escuadra Tulip) confiados en que los treinta y cuatro segundos que mantenía el de Monterrey cuando restaban tres kilómetros para el final serían insuficientes para alzarse con la victoria.

Con carácter previo, Konyshev y Bouwmans habían demarrado y en el alto de Jaizkibel, y gracias al trabajo de los hombres del Carrera, Chiappucci pudo acercarse a los escapados, si bien introdujo en la fuga tanto a Roosen como al, a la postre, vencedor del día.

El de Monterrey era uno de los gallos del pelotón, formando parte de la conocida como generación del 64 (compuesta por hombres de la talla de Indurain, Bugno y Breukink y que compartieron rivalidad con Chiappucci, un año mayor que todos los demás) y con un palmarés en el que destacaban sus dos victorias de etapa en el Tour de Francia (ediciones de 1989 [presentándose en solitario en la etapa que concluía en el circuito belga de Spa Francorchamps] y 1990 [en una crono en la que se impuso a Miguel Indurain]), el maillot blanco de la ronda francesa en 1987 (año en el que también venció una jornada del Giro del Trentino), la victoria en la general de la Vuelta a Asturias o la etapa de la Vuelta al País Vasco de 1991.

Como la gran afición que es, la lluvia no atemorizó a la parroquia donostiarra que aplaudía a rabiar al mexicano, quien se esforzaba porque su diferencia con los de atrás no disminuyera, y cuya figura se intuía en la televisión, al llegar a la recta de meta, gracias a los focos de la motocicleta de la televisión vasca que ofrecía en directo la etapa así como de las luces de los coches de la organización que le seguían.La efigie prácticamente irreconocible del hombre de Monterrey adelantó en un minuto y once segundos a los cuatro perseguidores, encabezados por Chiappucci, que había demarrado en los últimos trescientos metros, imponiéndose al holandés Eddy Bouwmans. En el segundo grupo, que cruzó la línea de meta, a un minuto y treinta ocho segundos, se impuso el italiano Maximilian Sciandri.

La lluvia, y la dureza de la prueba, hizo que el paquete se descompusiera en cientos de pedazos, convirtiendo el acceso al Boulevard en una representación por actos de sufridos ciclistas que concluían la prueba del modo más decoroso posible. Al final de la cita donostiarra, Olaf Ludwig encabezaba la Copa del Mundo con 101 puntos (el alemán, que se año había ganado la Amstel Gold Race, se haría acreedor del entorchado) y con una diferencia de 27 ante el belga Johan Museeuw.

PDM se disolvió ese año 1992, debido a la fuerte crisis económica, y el triunfo de Alcalá fue uno de los más relevantes en la temporada en la que el equipo holandés dijo adiós al concierto ciclista mundial (Sean Kelly había abandonado la disciplina holandesa el año anterior, y el grupo holandés contaba con Erik Breukink como máximo favorito para las grandes rondas [si bien solo pudo cosechar un séptimo puesto en la general del Tour de Francia]. Sin embargo, fue el mexicano Alcalá, que ese mismo año había vencido una etapa en la Setmana Catalana, el que obtuvo un meritorio octavo puesto en la Vuelta a España. Un PDM que también trabajaba para Van Poppel en las llegadas masivas).

El mexicano, en 2012

El mexicano, en 2012

El mexicano, fruto de la extinción del equipo neerlandés, fichó por WordPerfect donde solo corrió una temporada (venciendo el Tour DuPont y una etapa en la Vuelta a Burgos), para enrolarse en el conjunto norteamericano Motorola (donde se alzó con la Vuelta a México y una etapa en el Tour DuPont), antes de lo que parecía su definitiva retirada (en la Subida a Montjuïc) en 1994. En el año 1998 volvió a los pedales en las filas del GT, con un concurso bastante anónimo.

Pero el amor de Alcalá por la bicicleta no concluyó ahí, y en 2008 se preparó para la disputa de la Vuelta a Chihuahua, donde apenas pudo completar dos etapas. Como ya era previamente relatado, el bravo competidor se haría con el título nacional de contrarreloj dos años después en un estado de forma que, obviamente, era poco parangonable con el que evidenció en San Sebastián en el olímpico año de 1992.

Hoy se hace prácticamente imposible pensar en que un ciclista mexicano pueda alcanzar, a medio plazo, el nivel de Raúl Alcalá (no existe ningún profesional de dicha nacionalidad en los equipos ProTour) y, desde luego, que llegue el momento en el que algún compatriota de “El Duende” de Monterrey eleve los brazos en el Boulevard.

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