El dominio del Deceuninck-Quick Step viene de largo

Evenepoel con su máquina © Deceuninck

El Cuaderno de Joan Seguidor / Ciclo21

En el Deceuninck-Quick Step las cosas vienen de más allá de los veinte años

Hay una máxima en el Deceuninck-Quick Step que reza sobre la excelencia en todo lo que se emprende, en la exigencia máxima, en que el trabajo se sólo para un fin: el éxito.

Pero la excelencia es una cosa, y la cuenta de resultados otra.

El Deceunick-Quick Step no es un pozo sin fondo, y en el encaje de figuras del calibre de Alaphilippe, Stybar, Lampaert… los números no siempre maridan a favor.

La temporada 2020 es la temporada de la salida del Deceunick-Quick Step de Enric Mas, Philippe Gilbert y Elia Viviani.

Poca broma, es hueso, core de una estructura que hizo del triunfo el hilo de una campaña, otra, que ha sido memorable. Pero caen en gracia once ciclistas, algunos como Sam Bennett que veremos si rinde al 120% como lo hace cada perla que cae en las manos de Patrick Lefevere, el director que cada año empieza la campaña como un libro escrito de cero, hojas en blanco con la intención de llenarlo de euforia, resultados y podios.

En la entrada de nuevos talentos, podemos descontar que la savia nueva vendrá cargada de calidad, siguiendo la senda de los Remi Cavagna, Florian Sénechal, Álvaro Hodeg y el killer Fabio Jakobsen.

Todos jóvenes, todos con brillo desde el inicio, haciendo del ojeador de este equipo, o equipo de ojeadores, algo muy preciado.

En la historia del ciclismo hay una colección de mecenas extensa que además viene a nuestra memoria vestidos de colores, estampados y líneas que tan bien recogen en este libro.

Que un patrocinador pueda permanecer más de dos décadas, fiel a este deporte, que además estas dos décadas, pensadlo bien, hablamos desde 1999, hayan sido problemáticas hasta la saciedad, y ello no haya espantado al inversor, es loable, casi milagroso.

Quick Step, sabéis es una marca de parquets y suelos laminados, lisos, bien acabados, pulidos, que heredó toda la grandeza del Mapei, el otro bloque azul, el equipo que se manejaba a las mil maravillas por suelos ásperos, saltarines, adoquinados.

En 1999 Quick Step irrumpió en el ciclismo  como segundo de bordo de Mapei.

Era el Mapei-Quick Step.

Tres años después esa estructura pasó a ser el Quick Step-Davitamon.

Nombres que suenan a prehistoria, pero que son de este siglo, de hace quince años escasamente, cuando Patrick Lefevere se entendió con Frans de Cock, entonces CEO de Unilin, el propietario de la empresa de laminado.

Hoy la estructura azul acumula más de 750 victorias, la cuenta sale fácil, más de treinta por temporada, una media que impresiona, como los nombres que las firman, desde un tal Johan Museeuw a Philippe Gilbert, una cuenta de estrellas, imágenes, éxitos en medio de tormentas, que habla de la grandeza de este deporte y de lo que puede ofrecer durante el tiempo.

Hay varios momentos memorables.

Esa Milán-San Remo que gana Pozzato, con Boonen en arco iris detrás, celebrándola como propia, cuando lo que hacía es de tapón, evitó la hemorragia por detrás. Porque Boonen es capital en esta empresa: un año perfecto, el 2005, campeón del mundo, ganador de Roubaix, de Flandes.

Fue el año perfecto, como los dos Flandes de Stijn Devolder o los mundiales de Paolo Bettini, el corredor guindilla, la pesadilla de los rivales.

Cambian los compañeros de viaje, pero Quick Step se hizo hace tiempo su nombre en la historia del ciclismo.

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