Egan Bernal: Ahora

Egan Bernal subirá hoy a lo más alto del podio de París / © ASO Alex Broadway

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Todo tiene un antes. El Tour, por ejemplo, diferencia a sus leyendas entre el antes y el después de la II Guerra Mundial. Entre el ciclismo moderno o contemporáneo y el primigenio que jamás volverá. Entre el que vio triunfar a Henri Cornet (19 años y 352 días), François Faber (22 años y 187 días) u Octave Lapize (22 años y 280 días) y el del ya destronado Felice Gimondi (22 años y 289 días) que en 1965 se convirtió en el ganador más precoz de un Tour de Francia ya profesionalizado y al que ahora ha borrado de su puesto de honor el mágico y magnético Egan Bernal con sus 22 años y 197 días.

Todo tiene un antes y Egan Bernal, a su edad, también. “Siempre he tenido claro que mi principal miedo es no dejar un legado” decía, joven e insolente, el hombre llamado a protagonizar la nueva era de este deporte en una entrevista a El Espectador tiempo antes de arrancar el Tour de su consagración. Con su sonrisa perfecta, su verbo tan grácil como sus pedaladas y ese punto de incredulidad todavía muy patente en el rostro, Egan Bernal, el estudiante de periodismo que dejó de lado su sueño de juntar letras narrando la actualidad política y económica de, hoy más que nunca, su Colombia; ha dejado un legado indeleble en un país que merecía, quizás hace ya tiempo, ese primer Tour que parecía que nunca llegaba.

Bernal abrirá hoy las puertas de la eternidad ciclista / © Sky

Egan Bernal irrumpió en el ciclismo, como a su manera lo hizo Peter Sagan hace ya algunos años, con la siempre peligrosa etiquita de, como gusta decir a sus patrones anglosajones, the next big thing. El nuevo mirlo blanco, que diríamos en castellano, aunque la traducción no es del todo literal. Antes que él habían sido muchos los que soñaron con llevarse el primer Tour caribeño y todos ellos se estrellaron, por una cosa u otra, contra el aparentemente infranqueable muro francés.

Decían los de la primera hornada de escarabajos, que son ya el antes, que las largas estancias en Europa se les hacían, ironía pura, demasiado cuesta arriba. En aquellos años 70 y 80 no era tan fácil subirse a un avión y volver a casa entre carrera y carrera. Ni los presupuestos ni la empatía de los jefes era la misma.

Llegaron entonces los neoescarabajos, que ahora también son, de golpe, el antes. Y, de nuevo, cada cual por un motivo, se quedó más o menos cerca. Nairo Quintana, el hombre que estuvo a punto de ganar la Grande Boucle en aquel 2013 en el que Bernal decidió dejar la bici por los libros –decisión que luego repensó para gozo de todos–, lo rozó con la punta de los dedos. El Cóndor –quizás algún día sepamos de verdad qué le ha pasado para mutar de un corredor atacante, atractivo, alegre y magnético a un ciclista gris y aparentemente malhumorado– ya nunca será el primer colombiano en ganar el Tour. Ya nunca será el después. Ya siempre será el antes.

Mierda, creo que ahora puedo decir que gané mi primer Tour de Francia”. Y así, como un puñetazo en la cara, Egan Bernal, 22 años y 197 días, se dio cuenta, amarillo impoluto y eterno, de que acababa de convertirse, ya para siempre, en la frontera entre el antes y el después del ciclismo colombiano.

Bernal firma un maillot amarillo / © Sky

Egan Bernal escucha reguetón. “Pero reguetón del viejo. El retro, como del estilo de Daddy Yankee”. Y Geraint Thomas (33 años), Chris Froome (34 años), Vincenzo Nibali (34 años) o los retirados Bradley Wiggins (39 años), Cadel Evans (42 años) y Andy Schleck (34 años), los ganadores de los Tours de esta segunda década del siglo XXI, deben de alucinar con el concepto mismo de lo que para Bernal, bello y descarado sobre el podio de Val Thorens, significa el concepto de clásico, de vetusto. Porque habrá, que nadie lo dude, un antes y un después de Egan Bernal. Un después al que, sumando algún nombre que todavía se nos escapa y que seguro aparecerá, se sumarán los Wout Van Aert, Mathieu van der Poel, Tom Pidcock o, por supuesto, Remco Evenepoel, que sueña, él sí, con las mismas metas que Bernal.

Adicto al café –así lo reconoció él mismo–, esta tarde, cuando suba al siempre precioso e infinito podio de París para mirar de frente al antes y, a la vez, asomarse a la eternidad; sabremos si ha tenido tiempo de aprender algo de francés, el idioma que tiene en la lista de cosas pendientes. En las próximas semanas sabremos si conoce a Nicky Jam, el cantante estadounidense que señaló, antes de su Tour, como la persona a la que le gustaría conocer si, vestido de amarillo en París, le dieran la oportunidad de elegir. Dentro de un año, si Chris Froome regresa completamente recuperado de su terrible lesión –nadie puede desear lo contrario– confirmaremos si también para Sir Dave Brailsford el de 2019 fue el Tour que marcó el antes anglosajón y el después latinoamericano. Dentro de una década, más o menos, será el momento de echar la vista atrás y ponderar el legado de Bernal.

El último libro que leyó el nuevo ganador del Tour de Francia, corporativismo puro, fue Sky’s the limit. Hoy, de pie ante la puerta de la eternidad, cuando ya puede desprenderse del peso que en su mochila vital supusiera ese “miedo a no dejar un legado”, sería un gran momento para hacer suyas aquellas preciosas y también inmortales letras de Antonio Machado: “Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde. Ahora”.

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