El Mortirolo que frenó la aspiración rosa de Olano

Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

Todos los ciclistas cuentan con su particular via crucis, un paraje que, como por encantamiento, parece conseguir que sus ruedas se peguen al asfalto y, de un modo increíble, se detenga el avance de la bicicleta.

El mito de la kryptonita se escenificaba en atardeceres en los que la gloria desvía el camino que parecía ya previamente transitado y acude a los brazos de otros competidores que no sufren ese indiscriminado acoso.

Abraham Olano (Anoeta, 1970) recordará, con desagrado, aunque quizá ya con rabia más pausada, su sufrimiento en el Mortirolo (perfil) en el Giro de Italia de 1996. Vestido de rosa, en la penúltima etapa de la carrera, y con el sueño de obtener una victoria en la corsa italiana que, de una vez por todas, le hiciera válido acreedor del título de “sucesor de Miguel Indurain”. La historia, sin embargo, le reservaba un más cruento final a sus aspiraciones.

Olano en el Mortirolo

Olano en el Mortirolo

El guipuzcoano se había hecho con la maglia rosa la tarde anterior, en la etapa que finalizaba en el mítico Pordoi, llegando en compañía de Gianni Bugno y picando un segundo en meta al líder, el ruso de Panaria Pavel Tonkov. El ganador de aquella jornada, el italiano Enrico Zaina sería, a la postre, el segundo clasificado en la general.

La prestación de Olano en Italia, que lucía el maillot de campeón del mundo cosechado en Colombia (el día en el que un fatídico pinchazo casi le aparta del oro universal), estaba siendo auténticamente inconmensurable. El día anterior, en la crono con final en Marostica, se había quedado a un segundo de la victoria de etapa, que cazó el ruso Berzin.

Sin embargo, como colofón decisivo para la carrera, la organización había planteado una etapa, la disputada el 8 de junio, que discurría entre Cavalese y Aprica, con un total de 250 kilómetros, y en el que los ciclistas se citaban con el temidísimo Mortirolo (sin olvidar la primera ascensión a otro coloso, el Gavia).

La cima dolomítica, que había sido visitada por primera vez en 1990 (siendo el hombre llamado a coronarlo en primer lugar el venezolano Leonardo Sierra), causa auténticos estragos debido a la dureza de su vertiente de Mazzo di Valtellina, un total de doce kilómetros y media con rampas de hasta el 18% y un desnivel medio del 10%. Un infierno que se hace más insoportable aún en la vertiente abierta en 2012, la del Tovo di Sant’Agata.

En 1996 era la cuarta ocasión en la que se ascendía el conocido como Paso di la Foppa y Olano había contado con la oportunidad de reconocerlo previamente, concluyendo que su exigencia era auténticamente extrema.

El arcoíris sufriendo

El arcoíris sufriendo

El principio del fin para Olano se escribió en un doble sentido. En primer lugar, la ausencia de compañeros que trabajaran en su favor en el Mortirolo (cierto es que habían impuesto un duro ritmo por el Gavia, que, desafortunadamente, tan solo sirvió para que Berzin se quedase del pelotón de favoritos). En segundo término, por la alianza que entre Tonkov, Gotti, Zaina y Ugrumov se conformó cuando el guipuzcoano flaqueaba en las rampas de la insensible montaña.

Abraham sufrió lo indecible cuando los fugados se partieron en dos. Por delante, Ivan Gotti (Gewiss) y el máximo aspirante al rosa, Pavel Tonkov. Un poco más atrás, el letón Ugrumov (de la Roslotto) y el italiano del Carrera Enrico Zaina. Tonkov se sabía ganador del Giro. Zaina y Ugrumov, por su parte, pretendía despojar al todavía líder de su derecho, al menos, de ver Milán dese lo alto del pódium.

El sufrimiento, la herida que no paraba de sangrar, no cesaba al coronar el puerto, puesto que había que descender, asumir un tramo llano y afrontar la subida a Aprica, donde acaba la etapa. Fueron momentos de máxima exigencia para Olano, consciente de que sus opciones para ser el vencedor de la general se habían disipado pero peleando, como un valiente (un hombre solo frente a su destino, herido pero infatigable) para minimizar los daños.

En meta, Gotti se adelantó a un Tonkov que se sabía maglia rosa, máximo vencedor de la prueba italiana, y que, feliz, satisfecho, se presentó a tres segundos del hombre de la Gewiss. A 57 segundos, la dupla de Ugrumov y Zaina pretendían que la soledad del español le hiciera quebrar sus nervios y entregar el puesto en el cajón.

El tiempo transcurría y la maglia rosa, ya irreal, portada solo de modo testimonial, no hacía su aparición en la línea de meta. Tuvimos que esperar 2 minutos y 57 segundos a que un exhausto arcoíris terminara su participación en la jornada de infausto recuerdo. Pero el crono se había detenido tan solo tres segundos antes de que Ugrumov arrebatara la tercera plaza a Abraham.

Tonkov y Olano se saludan

Tonkov y Olano se saludan

Tonkov terminaba líder con 2 minutos y 43 segundos de ventaja sobre Zaina en la general y 14 segundos más sobre Olano. La posición del vasco no estaba totalmente definida puesto que existían, en la última etapa, bonificaciones en el Intergiro que podían agriar, aún más, el momento padecido en el Mortirolo (no ocurrió, Ugrumov no disputó los pasos intermedios y Abraham se resignó a ocupar la menor altura del pódium de Milán).

Solo un español, Toni Colom en 2008, ha pasado en primera posición por un monte que, sin embargo, trae muy buenos recuerdos a Alberto Contador, que cimentó parte de su victoria en la pasada edición del Giro en un auténtico alarde de facultades que padeció, especialmente, Fabio Aru.

Por su parte, Olano, que tenía 26 años cuando sufrió este varapalo, volvió a descubrirse como un hombre capaz de ganar esta ronda en 2001, cuando disputó la victoria al italiano Gilberto Simoni. En aquella ocasión, concluyó segundo, a más de siete minutos del hombre de Saeco, y con el también vasco Unai Osa acompañándole como tercero.

Aquel Giro, sin embargo, se recordará mucho más por las operaciones policiales antidopaje que supusieron que, como signo de protesta, los ciclistas decidieran no competir la etapa decimoctava, que concluía en Santa Anna di Vinadio.

Nuestro protagonista, como es bien sabido, ganó la Vuelta en 1998 y, ese mismo año, se alzó con el Campeonato del Mundo contra el crono la que, en realidad, fue siempre su gran especialidad, apartado de esas cuestas que hacen flaquear el ánimo y las fuerzas, las que cualquiera podría entender que se hallan bañadas de la más cruel kryptonita.

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