El PsicoTour: El impulso de seguir en carrera

Craddock está viviendo un muy doloroso inicio de Tour / © EF-Education First

-¡Levanta! ¡Coge la bici! ¡Rápido! ¡Súbete! ¡Venga, venga, venga! ¡Continúa! ¡Vamos, que se van! ¿Te has hecho algo?…

-¡Acaba, acaba! ¡Vamos! ¡Tú acaba! No te preocupes, en meta ya veremos…

Estas dos secuencias de autohabla, ejemplificarían el posible diálogo interno de los ciclistas nada más sufrir una caída.



Y es que, para quienes disputan una competición, lo primero tras caerse es subirse de nuevo a la bici. No hay tiempo para mucho más. Subirse a la bicicleta cuanto antes y reintegrarse en el pelotón.

Esto es así porque, por un lado, el ciclismo de carretera, a diferencia de la práctica totalidad de deportes -que se practican en recintos específicamente diseñados para ello, como las canchas o los estadios deportivos- se disputa a lo largo de cientos de kilómetros de vías urbanas e interurbanas, por lo que la prueba deportiva está completamente viva, al discurrir unidireccionalmente por espacios siempre cambiantes.

Por otro lado, como recientemente ha manifestado uno de los protagonistas de esta crónica, ante una caída “nada se detiene por tí, la carrera no se para”. Por lo tanto, o te levantas y continúas o tu participación en la competición está seriamente comprometida.

Este último aspecto es el responsable de ese automatismo inexplicable que impulsa a los ciclistas caídos a incorporarse del suelo, coger la bicicleta y seguir pedaleando.

La primera de las dos secuencias podría ilustrar los instantes inmediatamente posteriores a una caída. En medio de la confusión no queda otra que buscar la bici, verificar de una mirada el estado de ruedas, cadena y cambio y subirse de nuevo a ella.

Aunque todo esto puede que suceda en apenas unos segundos, las diferencias con respecto a quienes han salvado la caída y han continuado la marcha hacen que, hasta que se recupera el ritmo de carrera se pierdan fácilmente unos 30 segundos. Si la carrera va lanzada las pérdidas pueden elevarse rápidamente a más de un minuto.

Es entonces cuando, una vez ya encima de la bicicleta, evaluamos los posibles daños. Éstos serán realmente preocupantes si nos impiden mantenernos encima, manipular las manetas de frenos o cambio y, obviamente, dar pedales.

En el caso de percibir dolores que nos dificulten significativamente el pedaleo, entra en escena la segunda secuencia, la que nos impulsa a llegar a meta como sea.

No queda otra, esto es lo que hay, así es este deporte. Las caídas forman parte inherente del mismo, y cuando éstas se producen no queda mucho margen de actuación.

El suplicio de Craddock y la retirada de Luisle

En lo que llevamos de Tour, pocos corredores podrían ilustrar mejor este impulso de permanecer en carrera como el estadounidense del EF-Education First, Lawson Craddock, y el murciano del Astana, Luis León Sánchez.

El primero, de 26 años, impactó contra un espectador durante el avituallamiento de la primera etapa, produciéndose un llamativo corte en una ceja que atrajo todas las miradas. En meta supimos que se había fracturado la escápula derecha.

La segunda de las caídas tuvo peores consecuencias. En la segunda etapa, a 40 kilómetros de meta, Luisle se caía y se fracturaba el codo y cuatro costillas.

Las cámaras de la televisión retransmitieron esos interminables segundos en los que dudaba sobre la posibilidad de retomar la carrera, donde toda la preparación previa, la estrategia del equipo y las funciones encomendadas para ayudar a los líderes así como la esperanza de lograr algún éxito personal afloran y pugnan con los súbitos e intensos dolores.

Como todos pudimos observar, poner las manos en el manillar fue más que suficiente para comprobar que las lesiones le imposibilitaban subirse a la bicicleta, por lo que tuvo que abandonar la carrera.

Sin duda, dos ejemplos de un impulso que va más allá de la motivación. Ésta se caracteriza por ser un proceso consciente en el que la dirección de nuestra conducta y la intensidad de la misma nos aproximan a la consecución de intereses personales.

El impulso a seguir pedaleando nada más caerse es, a diferencia de la motivación, una conducta más instintiva y primitiva, posiblemente una respuesta adaptativa del ciclista como si de una respuesta de supervivencia se tratara, gracias a la cual podemos reaccionar rápidamente ante una situación potencialmente amenazadora.

Un mecanismo automatizado a lo largo de años de experiencia deportiva que no persigue otra cosa más que permanecer en carrera y que, por su llamativa crudeza, despierta la admiración de quienes lo presencian.

* Antonio Moreno es psicólogo del deporte especializado en ciclismo

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