El Rojas que se quedó por el camino

Rojas, con la ONCE

Rojas, con la ONCE

Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

El actual campeón de España de fondo en carretera, José Joaquín Rojas (Cieza, 1985), victorioso en solitario en la meta de Cocentaina y que tendrá el honor de vestir el maillot rojigualda (o aquel distintivo que su equipo, Movistar, tenga a bien) es el hombre que continúa una tradición ciclista familiar que el infortunio segó hace algo más de veinte años.

En esa misma localidad murciana, Cieza, el hermano de José Joaquín, Mariano Rojas, nació el 12 de junio de 1973 y, ya desde sus prometedores inicios en las categorías juvenil y amateur, se descubrió la valía y posibilidades que atesoraba el joven valor.

Mariano dio el salto a profesional en la estructura de ONCE, capitaneada por Manolo Sáiz, en 1994, pero fue al año siguiente cuando su nombre comenzaría a hacerse un hueco en las crónicas.

Transcurría el año 1995. Miguel Indurain era el hombre que acaparaba, gracias a un dominio inédito, las portadas de los diarios franceses en el Tour, pero, en paralelo, en esas historias que salpimientan la grandeza de la ronda gala, el más joven participante de aquella edición se permitía el lujo de acaparar miradas y concitar las más halagüeñas expectativas para el futuro.

No en vano, Mariano Rojas, que acudía al Tour, además de a tomar contacto con la prueba a colaborar en las aspiraciones de su jefe de filas, el suizo Zülle (que concluiría segundo aquella carrera), había comenzado a dar buena muestra de sus virtudes. En la tercera etapa, una de las que Saiz marcaba en rojo año tras año, la crono por equipos, la escuadra quedó en segundo lugar. Y, en la primera crono individual larga, entre Huy y Seraing, Rojas clasificaba en un meritorio decimocuarto lugar.

Rojas, a la derecha

Rojas, a la derecha

Llegó entonces la alta montaña, el episodio que hace que los ciclistas que recorren por vez primera las carreteras del Tour puedan medir el contenido de sus fuerzas y, sobre todo, su vigor psíquico ante la cruenta batalla que se plantea en los durísimos ascensos a los puertos más afamados. Y Mariano Rojas dio algo más que el do de pecho. Aguantó junto a los favoritos en gran parte de ellas y su buen trabajo le permitió liderar la clasificación del maillot blanco (el de los jóvenes, el que se permite señalar a los vencedores del futuro) hasta que una infortunada caída descendiendo el Tourmalet, resquebrajó su clavícula y, a la par, los sueños del murciano y de los aficionados españoles que ya tendían un puente entre las exhibiciones de Miguel y las maneras que ofrecía el joven ciclista de ONCE.

Rojas, gracias a su maravillosa prestación, había contravenido las órdenes de Saiz, que deseaba que su estrella en ciernes solo completara doce etapas. Cuando esa inoportuna caída le apartó de la competición, el murciano transitaba en una excepcional decimonovena plaza de la clasificación General.

Aquel día, el 18 de julio, fue el del trágico fallecimiento del italiano Fabio Casartelli, el mismo en el que la organización permitió un derroche de alegría desenfrenada del ídolo popular, Richard Virenque, que había vencido en la meta de Cauterets.

Conviene recordar que, ese mismo año, Rojas había concluido tercero en la general de la Vuelta a Andalucía y vigesimotercero en la Vuelta a Suiza, que le sirvió como banco de pruebas para su bautizo en el Tour. También había cosechado dos cuartos puestos en la Midi-Libre y en el Tour del Porvenir.

Para el recuerdo queda que, en aquel año, el maillot blanco lo vencería un italiano que defendía los intereses del equipo Carrera, Marco Pantani. Su final fue, a la postre, tan fatal como el de Mariano, aunque por motivos bien diversos.

Mariano y José Joaquín Rojas © Kec

Mariano y José Joaquín Rojas © Kec

Un 22 de junio de 1996, cuando Mariano utilizaba su vehículo para acudir a la disputa de los Nacionales de carretera (que se disputaban en Sabiñánigo), sufrió un trágico accidente de tráfico, al chocar, violentamente, con un camión a la altura del municipio de Archena. Eran las 12.45 horas de la mañana.

Las primeras noticias no eran optimistas. Mariano sufría explosión hepática y esplénica, y presentaba un hematoma retroparital, contusiones renales, fracturas en brazos y piernas, y traumatismo craneoencefálico. Fue rápidamente llevado al Hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, donde fue operado hasta en tres ocasiones.

Todos los esfuerzos fueron baldíos. Dos días más tarde, fallecía, arropado y acompañado por parte de sus compañeros de la ONCE y la dirección del equipo, que decidió no participar en las diversas pruebas que repartían los títulos de campeones nacionales.

Su palmarés en 1996 reportaba un tercero puesto en la Vuelta a Valencia, un decimosegundo en la París-Niza y un segundo en el Circuito de La Sarthe y su participación era segura tanto en el Tour de Francia como en los Juegos Olímpicos de Atlanta.

La tragedia impidió que los sueños y aspiraciones de Mariano pudieran cumplirse.

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