Elosegui en Italia: ¿La «dolce vita»?

Iñigo Elosegui (Movistar)

Primero de marzo en la Riviera italiana. El mes que poco a poco irá dando paso a la colorida primavera, comienza para nosotros flotando a orillas del mar de Liguria, balanceados por las olas que son las encargadas de introducirnos de nuevo, suave y paulatinamente, al horario y la vida europea después de nuestra pequeña aventura a orillas del Golfo Pérsico.

La vida es ahora tranquila en la costera localidad de Alassio, acostumbrada al ajetreo constante y el paso de turistas en busca de la “dolce vita” que pocos lugares evocan mejor. El sol ilumina con fuerza este primer día. Tanto, que parece querer borrar de nuestras mentes la sensación de estar a lunes y en pleno marzo, para quizás así atraer a los visitantes que tanto echa de menos. Y es que Alassio es en estos momentos un pueblo que duerme en pleno día, con casi el 100% de los alojamientos turísticos cerrados y recibiéndonos como un pequeño soplo de aire fresco que se cuela entre sus callejuelas curtidas por el sol. El hotel que nos cede la organización ni siquiera ha abierto sus puertas aún, por lo que desayunamos suspendidos sobre el mar en un pequeño establecimiento que recibe, cariñosamente, las olas contra su fachada a un ritmo tan armonioso que casi nos invita a acompañarlo con cada sorbo de café. Una vez disfrutado este momento tan placentero, es hora de ponerse el mono de trabajo y salir a rodar por las sinuosas carreteras italianas. Por la tarde, ahora sí, nos espera el hotel de la carrera con las puertas abiertas y recién desempolvadas para alojarnos junto a gran parte del resto de los equipos.

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© Iñigo Elosegui

¿Qué itinerario seguir para entrenar en lugares desconocidos? Os preguntaréis. Esta vez era fácil, ya que gran parte de la carrera se desarrollaba alrededor de esta localidad, y no tuvimos más que poner el “track” (recorrido de la prueba) en nuestro Garmin para que este nos llevase a reconocer los últimos 70 kilómetros de la misma. No fue complicado disfrutar: tres compañeros, un día veraniego y una región montañosa por descubrir. Porque sí, a pesar de estar en la costa, esta es una zona escarpada, hermana pequeña de los Alpes cuyas cumbres nevadas nos cubren las espaldas, y con pendientes pronunciadas que se elevan de forma abrupta desde el mismísimo mar. Una delicia visual y sensorial para cualquier amante de la naturaleza. Descubrimos, como siempre en Italia, carreteras rotas, reviradas y muy exigentes que nos dieron una idea clara de lo que iba a ser la carrera: una batalla por la supervivencia en la que el posicionamiento jugaría un papel fundamental para afrontar las bajadas y no ir desperdiciando fuerzas en los cortes que, con total seguridad, se iban a dar tras cada descenso.

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Ya por la tarde, instalados en el nuevo hotel y con poco o nada que hacer, decido salir a dar un pequeño paseo para matar mis ganas de hacer turismo y, quizás con suerte, olvidar por un momento el cansancio que aún persiste del largo viaje desde los Emiratos Árabes Unidos. Paseo que no acostumbro a dar, para tener las piernas lo menos fatigadas posibles, pero que por una vez considero que unos minutos de tranquilidad a solas conmigo mismo por esas calles de pueblo de cuento de hadas pueden hacerme más bien que mal. No son pocas las veces que me paro a pensar la mejor forma de encontrar el equilibrio entre descanso y vida normal. Tan importante es lo primero para rendir al 100% de tus posibilidades, como lo segundo para satisfacer al 100% tus necesidades. Cada vez siento de forma más intensa que una sonrisa, dibujada en tu rostro fruto de una sincera felicidad, es la mayor fuerza que conocemos para mover el mundo y ser mejores. De ahí, en mi opinión, la importancia vital de encontrar un equilibrio entre el deportista y la persona, si queremos que una parte goce de una larga y exitosa carrera y la otra lo complemente con una vida plena y satisfactoria que vaya mucho más allá del rendimiento deportivo y no permita que la felicidad, y por tanto también la frustración, sean competencia exclusiva de la variante deportiva. Pero este es una tema que merece ser tratado con detenimiento en otra ocasión.

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Hoy en día, la vida en Alassio concluye a las 18:00, que es la hora de cierre de bares, restaurantes y comercios. Pobre de mí, que fui consciente de esta situación cuando, uno a uno, me negaron en todos los bares la posibilidad de tomar uno de estos “capuccino” que tan bien preparan en el país transalpino. Así pues, vuelta al hotel y a aguardar la hora de cenar mientras los alrededores se iban llenando de coches, camiones y autobuses de los equipos participantes. Cualquiera que alguna vez haya estado en una carrera, sabrá la tremenda infraestructura que moviliza cada equipo para acudir a la misma. La mayoría de las veces parece imposible aparcar todos los vehículos en los alrededores de los hoteles, pero entonces entran en acción nuestros compañeros del staff del equipo y empiezan a hacer su magia. Ni el mejor de los jugadores de Tetris sería capaz de colocar con tal precisión en su pantalla tantas piezas como vehículos colocan estos superhombres y supermujeres en las estrechas calles y angostos callejones de cualquier pueblo en cualquier lugar del mundo. Una vez los vehículos empiezan a tomar posición, en esas calles empieza a surgir la vida como podría hacerlo en cualquier película del “Studio Ghibli”. Los mecánicos empiezan a preparar nuestras bicicletas como el vendedor ambulante que cocina unos jugosos fideos, a la vista y alcance de todo el mundo, y atrae a tantos curiosos que ese lugar empieza a transformarse y pasa a ser uno totalmente diferente. Risas, fotos, conversaciones… el ciclismo, seguramente, alarga la vida, pero yo he comprobado al 100% que, tal y como os estoy contando, también la crea y la moldea a su gusto, como podría hacer Hayao Miyazaki en sus películas anteriormente mencionadas, para hacerla más estimulante e interesante al común de los mortales. Esa es la magia del cine. Esa es la magia del ciclismo. Nos permite vivir una experiencia totalmente nueva en un mundo que ya sentimos asombrosamente rutinario. En época de Covid-19 no es tanta la fuerza que este “ecosistema temporal” genera con su presencia, por la lógica ausencia de gran parte del público, pero intentamos seguir transmitiéndola a través de la televisión o de estas líneas que tienen como objetivo transportaros de lleno al corazón del deporte, ese que está ahí y lo mantiene con vida pero que no se ve a simple vista.

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El día 2 de marzo, previo a la carrera, amanecimos ya todos los corredores en el hotel, y nuestra primera misión matutina fue ir al pueblo de al lado a realizarnos una PCR para poder viajar en los próximos días. Algunos compañeros habían llegado al hotel más allá de la medianoche, algo bastante habitual, con largos y duros días de viaje de por medio, pero que queda escondido a la sombra del aparente glamour del deporte profesional. Otros, servidor concretamente, sufrían aún el cambio de horario producto de la larga estancia en Oriente Próximo, donde cuentan 3 horas más que aquí, y me hacía levantarme a las 5 de la mañana. Contaba los segundos para irnos a rodar, todos juntos al fin, y olvidarme del hambre y el cansancio provocados por este cambio horario. Así fue, y funcionó, ¡Vaya si funcionó! El itinerario fue parecido al día anterior, pero el simple hecho de parar a tomar un café en una pastelería tradicional italiana le dio al entrenamiento un toque dulzón que ni el mejor de los postres podría haberle dado. Bicis, sol, buen café e inmejorable compañía. Viva el ciclismo real: el de salidas con amigos, conversaciones, deporte saludable al aire libre y una buena parada que nos haga olvidar por unos instantes el ajetreado tren de vida que todos llevamos.

La hora de comer (no podemos obviarla) es de máxima prioridad en cualquier viaje a Italia. Nunca falla. Da igual que estés en el más lúgubre alojamiento, de la más inhóspita calle, del más recóndito pueblo: siempre vas a disfrutar de una sabrosa experiencia. A veces, quizás caigas en la tentación de disfrutarla en exceso, ya que no solo son expertos en platos salados, sino también en todo tipo de repostería que te ofrecen continuamente, en nuestro caso seguramente impulsados por el deseo de alimentar un poquito estos cuerpecitos que tan endebles les deben parecer. Es usted muy amable, amigo, pero tengo la inmensa suerte de estar delgado por voluntad propia y no por obligación. Aun así… “un poco de esto, y de aquello, no ha matado nunca a nadie y es pura energía”, piensan muchos tras un poco de insistencia por parte del camarero. Bueno, a veces ni insistencia hace falta. “Grazie, amico. La crostata è deliziosa”.

Por la tarde entran en escena los ordenadores, libros, móviles o cualquier aparato que utilice cada uno para entretenerse y, en definitiva, dejar pasar las horas hasta la cena. Es el único y deprimente plan que tenemos casi cada tarde. Eso y la visita a la habitación del masajista, momento de paz y relajación para piernas y mente, aprovechando el ciclista para liberar su cabeza de todo cuanto le preocupa. Benditos sean los auxiliares, que tienen que escuchar de todo por boca de deportistas que, es cierto, somos egoístas y egocéntricos y pensamos que nadie más que nosotros tiene problemas. ¡Já! Llevamos viviendo en una burbuja (diferente) mucho antes de que las creásemos como protocolo para aislarnos del virus. Después de la cena, es costumbre en el Movistar Team ir al autobús y tener allí, en nuestro santuario, un momento de charla, relajación y sobretodo risas para “hacer piña”. Eso sí, cada uno con su ritual: unos, se preparan el batido de proteína de noche para tomárselo antes de dormir; otros, un descafeinado para darle al estómago una última alegría previa a las largas horas de travesía por el desierto que le esperan hasta el desayuno; algunos, abren cajones y nevera y dudan, tampoco mucho, si echarle mano a cualquiera de la comida que allí tenemos (lo clásico: el chocolate negro). Esta noche, además, vamos a tener la reunión previa a la carrera allí mismo, para estar más tranquilos al día siguiente. Sube el director al autobús, conecta el ordenador a la televisión, tomamos todos asiento y… lo que pasa en el bus, se queda en el bus.

 
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El día de carrera empieza, como siempre, con un deseo casi incontrolable de bajar a desayunar. Y mi día, concretamente, había empezado varias horas antes, ya que me seguía resultando imposible dormir más allá de las 5 de la mañana. Pequeños factores, y como este muchos, que afectan en el día a día y que son parte de un “todo” que hacen del mundo del rendimiento deportivo algo muy complicado de manejar a la perfección. Estos días cada equipo tiene su táctica, y no hablo de la carrera. Mientras unos deciden acercarse a la salida en bus y a determinada hora, otros, en este caso nosotros, decidimos ir en bici aprovechando que no tenemos más de 3 kilómetros por recorrer, y vemos por la ventana marchar, uno tras otro, al resto de equipos que se hospedaban en el hotel mientras nosotros seguimos tranquilamente tumbados en la cama. Ya llegarán luego las prisas. Ya han llegado. Nos acercamos al escenario, subimos a la presentación de equipos, seguido vamos al bus y nos ponemos manos a la obra con todo lo que queda por preparar: llenar los bolsillos de comida para la carrera, última visita al baño, colocarse las radios… a veces todo esto se alarga más de lo debido. “Chicos, 1 minuto para salir. Los que no estéis aquí todavía, no tardéis”, se oye por el pinganillo a través de la voz de un compañero. Dicho y hecho: salimos corriendo y llegamos cuando la salida neutralizada ya se había dado. Con las prisas he olvidado el chaleco. No importa, creo que no me hará ninguna falta.

La carrera, por supuesto, fue rápida y sin respiro alguno. Os resultaría curioso saber lo grande que es la diferencia entre correr en un país u otro, y en Italia lo característico son la dureza de sus recorridos, la distancia de sus carreras y, sobretodo, lo revirado de sus trazados y el mal estado de muchas de sus carreteras. Por lo tanto, la prioridad es solo una: correr delante y concentrados todo el rato. Fácil de decir o escribir, no tanto de hacer. Porque todos queremos lo mismo y eso hace que la velocidad crezca, la tensión se dispare e, inevitablemente, las caídas se produzcan. La carrera se corta en cada bajada, lo sabíamos, pero hay que ser muy habilidoso para bajar delante y no es fácil acertar en cada trazada en la primera carrera de este tipo. ¡Vaya, un pequeño destello de paz! Y es que tras una de las bajadas, pedaleando con todas nuestras fuerzas y la cabeza casi mordiendo el manillar, veo de reojo la pastelería en la que habíamos parado a tomar el café el día anterior. Casi puedo oler los dulces desde aquí. Pero, en el mismo instante que lo recuerdo, ya lo he olvidado. El sufrimiento es demasiado intenso como para pensar en algo que no sea pedalear. Y así, 200 kilómetros. Con el miedo metido en el cuerpo y el dolor haciendo mella, poco a poco, en cada músculo existente. Pero bueno, ya hemos acabado, hora de descansar…

Error. Las carreras suelen terminar muchas horas después de haber cruzado la línea de meta, y es que, en este caso por ejemplo, un cambio de planes el día anterior había alterado algunos viajes, y el mío no era precisamente agradable. Tocaba seguir sufriendo. Algunos compañeros, junto al staff, pusieron rumbo a Siena para la próxima competición; otros, con un auxiliar, al aeropuerto de Niza para volar ese mismo día a casa; dos de nosotros, los menos agraciados en esta ocasión, a la central de alquiler de coches para coger el turismo que teníamos reservado y sentarme al volante para conducir, de noche y tras 5 horas de carrera, durante las próximas 4 horas por carreteras congestionadas que irritan incluso al más paciente de los monjes dedicados a la meditación. Cualquiera que haya viajado alguna vez por las autopistas de la costa Italiana entenderá a lo que me refiero, y es que siempre hay kilómetros y kilómetros de obras y carriles cortados en los que, curiosamente, nunca ves a nadie trabajando y se mantienen igual con el paso de los años. Ya es algo característico de la zona, supongo. Se le coge cariño.

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Una vez en destino, cena rápida y a dormir. Aguarda un día largo de viajes, escalas y muchos controles y papeles que rellenar en los aeropuertos. No es hasta después de más de 24 horas de cruzar la meta cuando, por fin, empezamos a tomar la suave curva que siempre nos da la bienvenida a Zierbena, mi hogar, y empieza a vislumbrarse el monte Punta Lucero, la iglesia que, desde lo alto, arropa a sus habitantes y devuelve una mirada amistosa a quienes pasan por allí y, finalmente, mi casa. Me recibe la familia y en ese preciso momento es en el que acaba la carrera y empieza la recuperación. Vuelvo a ser, de nuevo y por unos días, un vecino más que, como el resto, se levantará cada mañana a trabajar duro y, en mi caso, a esperar otra aventura digna de ser contada y, por encima de todo, digna de ser vivida. Pero no tan deprisa, que la mejor aventura de todas es disfrutar con tu gente entre viaje y viaje, y esta no ha hecho más que empezar.

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© Iñigo Elosegui

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