Identidad de marca ciclista (I): Las clásicas

Ofensiva de Valverde © Movistar

Ofensiva de Valverde en Roma © Movistar

Cada vez estoy más de acuerdo con la afirmación de que las clásicas son como una película, mientras que las vueltas son una telenovela. Claro que hay carreras por etapas que pueden mantener la emoción día tras día, lo mismo que tenemos pruebas de un día que son un plagio de otras y que no aportan nada novedoso.

Y es que una ‘clásica’, para optar al Oscar –siguiendo con el símil cinéfilo-, debe tener antes de nada una personalidad propia, una identidad de marca que la haga distinta a otras pruebas, sean o no competencia directa. Ni que decir tiene que la historia juega a favor –aunque no siempre- por lo que París-Roubaix, Vuelta a Flandes, Lieja-Bastoña-Lieja o Il Lombardía se han ganado ese carácter diferenciado. Quizá debería decirse lo mismo de la Milán-San Remo, aunque la ‘Primavera’ ha tenido en su historia algunos momentos de cambio rotundo, como cuando se introdujo el Poggio en 1960, o con mayor incertidumbre, con  la inclusión-exclusión de la Pompeiana.

La Amstel Gold Race, pese a ser mucho más reciente, también tiene el sello distintivo de las pruebas únicas gracias a esa treintena de cotas que jalonan su recorrido, habiendo acertado plenamente en el alejamiento de la línea de meta del Cauberg, mientras que la última carrera que se ha ganado este galardón ha sido la Strade Bianche. Y es que aunque a algunos les parezca una involución, la prueba toscana ha sabido encontrar un elemento diferenciador en los caminos de tierra.

Evidentemente no en todos los lugares hay pavé, muros o sterrato a los que recurrir, pero sí que se puede buscar dar a la prueba un recorrido diferenciador, o simplemente un final llamativo y único… y mantenerlo edición tras edición, sin renunciar a pequeñas mejoras. Y aunque se intenten confeccionar trazados súper selectivos, una prueba para sprinters también puede tener su propia personalidad: sólo hay que saber buscarla.

¿Cómo te llamas?

Gran parte de las clásicas del calendario –y no sólo en España- se decantan por dos tipos de denominaciones, a mi juicio totalmente trasnochadas: los nombres de las ciudades principio y fin de la prueba o el manido Clásica o Vuelta a la comarca o la región (o su correspondiente traducción). Es comprensible que dicha denominación se mantenga cuando existe una tradición, pero no olvidemos que RCS apostó por un atrevido –y acertado- cambio de Giro di Lombardia a Il Lombardia. Y desde luego, no pasaría nada por quitar el París inicial a ‘La Roubaix’, teniendo en cuenta que la carrera de los adoquines hace mucho tiempo que no tiene nada que ver con la capital gala.

También puede entenderse que se mantenga la denominación cuando lo exige la administración pública como patrocinador principal. ¿Pero si solo se refleja la zona de paso y la aportación es mínima, como viene sucediendo en nuestro país? En este caso, quizás la tradición debería dar paso a la imaginación y como tuiteábamos hace unos días, sería mucho más atractivo el hipotético nombre de Clásica Madrid Siete Estrellas que proponían los amigos de Plataforma Recorridos Ciclistas que ese rancio de Vuelta a Madrid.

Por ello me encantan las denominaciones de Strade Bianche -¿alguien se imagina el encanto que perdería de llamarla San Gimigiano-Siena o Giro della Toscana?- o Roma Maxima, mucho más atractivo para el público que el antiguo y anticuado Giro del Lazio.

Y es que el nombre de una prueba es el primer y más importante elemento de la imagen de esa marca que hay que cuidar. Por ello no comprendo esa laxitud de los organizadores… ni la dejadez de los patrocinadores por asociar su marca a la de la prueba. El caso de la Amstel Gold Race es evidente… y desgraciadamente bastante raro ya que en el WorldTour tan solo el Eneco Tour y la Vatenfall Cyclassicsson denominaciones que corresponden a sendas empresas patrocinadoras, mientras que el GP Ouest-France representa al periódico organizador, en una tradición ciclista que también se está perdiendo.

Por último, quiero hacer mención a las carreras que son homenajes o memoriales a personajes ciclistas, algo bastante común en nuestro país, aunque las consecuencias de ello pueden ser francamente distintas, pudiendo abrir muchas puertas… o acabar con una interesante posibilidad de patrocinio. Sin irnos muy lejos, ¿no sería justo –y rentable- que el patrocinador privado que ha salvado el Gran Premio Miguel Indurain asociara su aún desconocido nombre a la prueba de Estella mediante el pentacampeón del Tour?

En este sentido, sin que importe estar hablando de un escalón menor, el Memorial Pascual Momparler se ha convertido en pionero al asociar a la prueba un ‘name sponsor’ como Ridley… y con un recorrido diferente. Llegará lejos.

Uluru, el blog de Luis Román-Mendoza

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