Fernando Ferrari. Kigali (Ruanda). Enviado especial Ciclo 21
Hace 7 años Ruanda se convirtió en candidata a albergar los primeros Campeonatos del Mundo de fondo en carretera. Y en 2021, en el Congreso de la UCI en la cita de Flandes, fue oficial. A partir de ahí ya no había marcha atrás. Tras Bélgica llegaron las citas de Australia, el primer súper campeonato en Glasgow y Zúrich. Con el primer oro de Pogacar y el segundo de Kopecky ya se empezaba a planificar la cita de Ruanda para todos. Y este medio se planteó desde el primer momento el viaje a África oriental, a ese pequeño país de 14 millones de habitantes que fue asentándose en el calendario UCI con su tour que ascendió de 2.2 a 2.1 y que fue atrayendo a equipos europeos y americanos como el Medellín de Sevilla o e Novo Nordisk de Lozano que ya saben lo que es ganar allí, como José Manuel Díaz y o el único ganador español, Cristian Rodríguez hace ya 4 años.
Un bagaje que el Gobierno ruandés del exmilitar Paul Kagame quiso aprovechar para que su nación se conociera lo mejor posible en el mundo, para dejar olvidado el terrible genocidio de los hutus contra los tutsis en 1994 cuando fueron violadas, torturadas y asesinadas un millón de personas y otro tanto huyendo de la barbarie a los países limítrofes como Uganda, Burundi o Congo, antes Zaire con el que firmaron la paz este mismo año. Pasado el exterminio -que no sus consecuencias para las víctimas, los supervivientes y las familias- Ruanda es otro mundo. Un país que crece, se desarrolla, en paz, seguro, limpio y con una riqueza nacional que invita al turismo y a la visita. De ahí que Kagame decidiera invertir en equipos de fútbol como el Arsenal inglés, el Paris Saint Germain francés o el Atlético de Madrid español o recientemente en el baloncesto NBA -Los Ángeles Clippers- y el fútbol americano NFL -Rhams- estadounidense con el eslogan «Visit Rwanda» («Visita Ruanda»). Su otra apuesta fue el ciclismo y la historia. A pesar de los dos siglos de la UCI, jamás las selecciones dirimieron sus fuerzas en dicho continente. Y por fin la deuda quedaba saldada a pesar de las dudas iniciales por sus conflictos fronterizos solventados.
«¿Te vas a ir a Ruanda? ¿Estás seguro?». Fue una de las preguntas más escuchadas desde que este periodista decidiera hace un año no faltar a un Mundial tan exótico como especial. Una cuestión que sin duda recibieron todos los que ya sabían su destino a finales de septiembre. «Pues sí claro. En Ruanda no pasa nada. Y si la UCI decide organizar allí el evento será porque tiene todas las garantías», respondía a mis interlocutores. La ignorancia -en parte lógica- y los prejuicios -menos comprensibles- motivaron que muchos -incluidos muchas figuras del pelotón mundial como Vingegaard o Almeida, verbigracia- se hayan perdido un campeonato que ya no podrán volver a experimentar como muchos de los que ahora se arrepienten de no haber acudido y vivir una experiencia irrepetible. Una semana después sí van al Europeo de Francia.
Así que la maquinaria de Ciclo 21 se puso en marcha y el destino Kigali era prioritario en el organigrama de 2025. Solo era cuestión de tiempo y previsión. Renovación del carnet de la Asociación Internacional de Periodistas de Ciclismo (AIJC) -imprescindible para la acreditación-, petición de la misma a la UCI – que se atrevió a preguntarnos nuestra cobertura antes de concederla- y reserva de avión y hotel para una semana y el habitual carrusel de carreras sin fin. Y no es caro -como el resto del país-, a pesar de la peregrina excusa de varias selecciones para viajar a Ruanda cuando tres años antes fueron a Australia sin problemas. Valencia-Estambul-Kigali es la ruta aérea y un hotel a 5 minutos andando de la meta y sala de prensa la sede. Todo perfecto.
Un largo vuelo de 11 horas repartidas entre las cuatro hasta la exConstantinopla y su imponente aeropuerto y las siete hasta la capital ruandesa, en el que coincido con el expresidente de la UCI, el irlandés Patt McQuaid, que tuvo que gestionar el peor escándalo de dopaje de la historia protagonizado por Lance Armstrong y su entorno y al que se le acusó de haber tapado el caso después levantado por la USADA. La noche -llega siempre a las 18 horas todo el año por su geografía tropical- nos recibe en el pequeño aeropuerto internacional de Kigali. Una instalación ya decorada con los carteles del Mundial y bienvenidas por doquier a todos los que llegamos -en mi caso la primera vez- a Ruanda. Rápido paso por el control de pasaportes y pago de 50 dólares del visado para ingresar en una nación donde las vacunas no son obligatorias.
Tras las contrarrelojes individuales -y la icónica imagen del campeón Evenepoel doblando al cuarto Pogacar- y donde los españoles -sin Valverde- no brillaron, empieza la primera jornada laboral en Kigali para cubrir el relevo mixto por equipos, esa peculiar prueba de reciente creación de la UCI que no acaba de encajar en el programa. Siempre amanece sobre las 6 de la mañana y con sol radiante esta vez. Una ciudad situada a 1493 metros de altitud, con un calor pesado, diferente al Mediterráneo, sin rebasar los 30º, sin viento, pero que se deja notar en el ambiente amén de la polución general por el intenso tráfico y las aún existentes cocinas de carbón en muchas viviendas locales.
Miércoles 24 septiembre
El breve paseo empieza a llamar la atención. El perfecto asfalto, las vallas ya situadas con la rampa de los tríos preparada, y policía, mucha policía por todos los flancos. La sala de prensa está situada en el Centro de Convenciones, junto al hotel oficial de la UCI y todo el escenario de la meta, la zona mixta de entrevistas, el parque cerrado para la UCI y sus invitados, los «boxes» de las selecciones y la zona abierta para los aficionados locales y foráneos con carpas de los patrocinadores exponiendo sus productos. El habitual montaje -a cargo de ASO francesa y Golazo belga contratados por la Federación Ruandesa– es el mismo pero diferente por su inédita ubicación.
Sin acreditación todavía toca explicar a los controladores de los accesos -ataviados con traje y corbata- que vas a recogerla. El segundo filtro es un control de seguridad -los hay en todos los hoteles, restaurantes, supermercados y centros comerciales de la ciudad- de la policía armada. Los que viajan en coche son obligados a bajar del vehículo, mostrar sus equipajes -las bolsas de plástico están prohibidas-, abrir el maletero y el capó del motor y observar como un perro olisquea todo en busca de explosivos. Pero la tranquilidad y la normalidad es el ambiente dominante.
Y la primera nota negativa de la UCI y el Mundial es que la sala de prensa no tiene el servicio de acreditaciones como suele pasar en el resto de eventos ciclistas. Toca trasladarse al flamante estadio de fútbol llamado Amahoro, que en la lengua local significa Paz. Una palabra siempre necesaria, pero aquí más después del genocidio en el que dicho campo sirvió de centro de los cascos azules de la ONU donde protegieron a más de 10000 tutsis que luego no sirvió de nada. El transporte al menos fue en un microbús de la organización que conectaba sin parar ambas instalaciones. Y en el viaje de 5 kilómetros te das cuenta de cómo es Kigali. Ni un metro llano, repechos sin fin, adoquinados resistentes y siempre ese tráfico caótico protagonizado por las célebres moto taxis e incluso bicis taxi. Un escenario para hombres y mujeres afinados. El centro de entrega de credenciales es desangelado, atendido por tres voluntarios -no faltaron en todo el Mundial siempre dispuestos y amables- que sonríen cuando le dices tu apellido «like a car…». Ya estoy acostumbrado. Y ya tengo mi acreditación, única también, y en ese momento, la del único medio español presente, otra de las peculiaridades de esta cita.
Vuelta al Centro de Convenciones ya fichado para una semana que se espera intensa en lo profesional, pero también en lo personal por el enriquecimiento que siempre supone viajar. Una voluntaria -perfectamente vestida de negro y blanco- me comprueba el QR -y así todos los días- para ingresar por primera vez al que va ser mi lugar de trabajo. Es un edificio de planta circular, con una cúpula cónica iluminada por la noche. La UCI ocupa varias de las salas para su personal y los presidentes federativos y delegados reunidos antes del congreso anual. Paso por el salón del jurado técnico y saludo. «Tortajada». Vicente es el único comisario UCI español presente y, bajo mi prisma, uno de los mejores del mundo. Valenciano de Paterna, con el que ya coincidí en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y compartimos ese primer día histórico con el oro de José Manuel Moreno en el desaparecido kilómetro. «Pues aquí estamos a por otra experiencia diferente», asentimos. Y como suele pasar en las burbujas de este tipo ya no le volví a ver en toda la semana.
Un espacio enorme al que accedes con un lector de QR de tu acreditación. No hay mucha gente, quizás porque los relevos sea la prueba menos interesante. Dos pantallas gigantes flanquean la mesa y las sillas donde pasan todos los medallistas después de cada carrera. Y para verlo todo de la mejor manera elijo la primera fila de las múltiples que pueblan el salón. Saludos a mis colegas femeninas de cyclingnews. Cojo agua -oficial del campeonato- y exploro la comida y bebida que nos ofrecen. Todo dulce, bollería, café americano -nada que ver con el célebre ruandés-, té, zumos no naturales, cacahuetes y palomitas de maíz. Una dieta no muy recomendable, así que me mentalizo para un ayuno intermitente casi obligatorio.
Y como suele pasar en estos macro eventos, los periodistas solemos ser el último grupo a pesar de que a los organizadores siempre se les llena la boca hacia nosotros con nuestro papel imprescindible. Bla, bla, bla. Nuestra difusión y libertad de movimientos debe ser total. Pues aquí no. El viaje de la sala de prensa a la zona de salida, meta, boxes y zona mixta era un trayecto de 50 metros en línea recta. Pues prohibido. Todos los enviados especiales debíamos dar un rodeo de casi 500 metros para llegar al mismo sitio con la consiguiente pérdida de tiempo. Eso sí el resto del personal acreditado sin problemas, pero para eso está la AIJC.
Así que acabado el rodeo llega el primer contacto con el Mundial. El ambiente es fresco, alegre, colorista como ya se apreció en las contrarrelojes previas, pero nada que ver con vivirlo y sentirlo en directo, como debería ser siempre el periodismo, pero cuyas carencias económicas y otras razones lo impiden. Por eso quizás se sorprendieron en el box español cuando me vieron llegar. Y aprovecho para desvirtualizarme con Jesus Fuentes y Pedro Dueñas, del equipo de comunicación de la RFEC. «Hombre, Fernando. ¿qué haces aquí?» me repitieron José Vicioso, Félix García Casas, José Luis de Santos y Alejandro Martín, presidente, director técnico y su adjunto, y el secretario de la RFEC y delegado español ante la UCI. «Pues aquí estoy, a trabajar, contar todo lo que pase, informar de la selección española y vivir la experiencia como todos». Una sorpresa que no debería ser tal, pero lamentablemente -egoístamente mejor para Ciclo21- era el único periodista español.
Los relevos se ponen en marcha. Acudo a la rotonda de la salida de los tríos y allí están ya preparados Iván Romeo, Raúl García Pierna y Héctor Álvarez. Me mezclo entre los aficionados locales que no paran de animar al ritmo de la batucada, bailar, ondear sus banderas ruandesas, captar lo posible con sus móviles, espoleados por los locutores oficiales en inglés y el kynyarwanda indígena. Muchos no saben quiénes son esos ciclistas embutidos al máximo -la discutida equipación española es otro debate- y con cabras de más de 10000 euros en el caso de las selecciones más profesionales. Les da igual. El Gobierno de Ruanda suspendió las clases para que todos los niños y los jóvenes -sus padres no estaban tan contentos por la conciliación- acudieran a disfrutar del evento y vaya si lo hicieron. Tampoco quisieron perder la oportunidad de vivir in situ un evento deportivo de tamaño calado con los mejores de mundo y que ya veremos si se repite. Y es que la vistosidad del ciclismo no deja indiferente a nadie. Incluso a los que no les gusta. Un vivero para futuros ciclistas.
Australia se lleva el oro y España acaba sexta a pesar de ocupar la silla caliente un buen rato con además Mireia Benito, Paula Blasi y Usoa Ostolaza. Los ciclistas están obligados a pasar por la zona mixta para conceder entrevistas a los medios presentes. Por allí pase el trío masculino. Raúl García -hijo de Félix- pasa de largo, mientras que Romeo -«venga rápido que estamos cansados»- y el siempre dispuesto Álvarez atienden a Ciclo 21. De regreso a la sala de prensa llega la conferencia más multitudinaria con Australia, Francia y Suiza con Reusser de portavoz expresiva y destacada. Crónica y previas de las primeras carreras de fondo. Acaba el primer día. Sales de noche. Paseo reparador y, como siempre, los numerosos mototaxistas -menos de un euro el trayecto- te buscan como cliente. Una experiencia imperdible, divertida, recomendable y práctica para moverse por la ciudad.
Jueves 25 septiembre
El resto de la semana en un Mundial suele ser rutinario en el sentido de la lista de pruebas. Pero el jueves 25 de septiembre era especial. Por primera vez se celebraba una carrera exclusiva para las féminas sub-23 igualándolas con los hombres. Y España tenía opciones y muchas con Paula Blasi. Me cuelo en en el pelotón antes del inicio. Las ciclistas van colocándose en la línea de salida y casi de las últimas me pasa Blasi por detrás. «Suerte, Paula» le digo a la que me responde un «gracias» concentrado. Los coches seguidores de marca alemana se sitúan. Gema Pascual al volante acompañada del también exprofesional Lute Anguita, seleccionador júnior, que aprovecha también para estudiar el trazado del circuito marcado por la cota del elitista campo de golf y ya la célebre cota adoquinada de Kimihurura, jueza de este Mundial. La madrileña está más tranquila porque su líder se recuperó del fiasco de la contrarreloj. Casi 120 kilómetros después Blasi es bronce, la primera medalla española. Mientras me cruzo con Vicioso, le felicito y me cuenta porqué no ha salido elegido en una UCI que David Lappartient -sin oposición- gobernará 4 años más. Esperamos a la catalana en la sala de prensa, donde en un perfecto inglés responde a los periodistas internacionales. Acaba, la saludo y nos desvirtualizamos. Le espera el control antidopaje, pero antes toca trabajar, entrevistarla -gracias a Jesús de la RFEC- y conocer sus sensaciones de primera mano a una exultante y feliz Blasi en su última ocasión en la categoría. Y no suelo hacerlo, pero la ocasión lo merecía y me hago una foto con ella como recuerdo imborrable. No iba a ser la última.
Viernes 26 septiembre
Por fin no estoy solo. Llega Daniel Miranda por el diario As mientras Nacho Labarga de Marca me cuenta que ya anda por allí. Los tres medios españoles amén de Carlos Pizarro –otro español de Valencia residente en París y que trabaja para Radio Francia Internacional- y Eurosport en la zona mixta. Nadie más. Y enseguida nos pusimos a trabajar con la rueda de prensa del nuevo presidente Lappartient -que aprovechó para arremeter contra España mintiendo sobre Pedro Sánchez y su gobierno-. Pero la mañana prometía y así fue. Paula Ostiz, tras su pequeño disgusto con la plata contrarreloj, se proclamaba campeona del mundo júnior de fondo en carretera por primera vez en la historia. A diferencia de Blasi, estuve en la meta en previsión del oro de la navarra. No me equivoqué y compartí el clímax de Ostiz y el resto de la selección que vibraron y lloraron -especialmente las compañeras de Ostiz como la valenciana Almena– en un momento histórico del ciclismo español. Eusebio Unzue -su próximo mánager en el Movistar 2026– la felicitaba, al igual que las elites españolas que llegaban justo en ese momento al box español antes de su meta. Y entre ellas Mavi García. Podio especial, el himno de España -única vez que lo escucharon los ruandeses- y el protocolo. Ostiz, con su brillante medalla de oro y su maillot blanco con los aros olímpicos llegó a la sala de prensa que ya conocía por su plata. De momento no sabe inglés así que tocó traducción con el móvil del responsable de prensa y una pregunta de una colega ruandesa que costó descifrar. Alegre y tranquila a la vez, Ostiz nos habló a As, Radio Francia y Ciclo 21. Y tampoco pudimos evitar otra instantánea con la ciclista española que más promete. Y después mensajes coincidentes en mi whatsapp. «Te he visto en la tele». Un clásico.
Pasado el carrusel de emociones y la crónica de un oro -siempre inspira y motiva más- llegaron las féminas elite donde las esperanzas no eran muy optimistas a pesar de la buena preparación de una Mavi García que en la víspera anunció en primicia a Ciclo 21 que seguía un año mas y esta vez sí el último. «Puede pasar cualquier cosa» me dijo y no le faltó razón. Salgo al circuito y me cruzo con la excampeona estadounidense Ruth Winder -me niego a usar su Edwards de casada-, a la sazón sobrina de mi amiga cicloturista Anne Barton a quién conocí en Valencia cuando venía a entrenar con el Sunweb 2018. Disfruto del ambiente -después de discutir con el controlador a la zona de aficionados y regreso- y los pasos por meta con las españolas bien colocadas. Los chavales disfrutan con el espectáculo ávidos de algún bidón volador de souvenir, mientras otros aprovechan las pantallas gigantes para no perder ripio de la carrera y aplaudir cada paso. Ambientazo. Las favoritas se relajaron o se bloquearon -como por ejemplo en Tokio con Kiesenhofer- y Vailleres, Fisher-Black y García lo aprovecharon. A sus 41 años -la más veterana que no vieja del grupo- la mallorquina culminaba su carrera con el podio y el bronce, que nunca es una victoria, pero sí para ella teniendo en cuenta cómo discurrió la carrera y su pugna perenne por un día como este. La espero en meta. Se abalanzan sobre ella como si hubiera ganado el oro. La felicito y me responde con ironía «mira la vieja me llamabas» por lo de veterana en la previa. Es su gran día. Saluda, salta, sonríe más que la sorprendente campeona canadiense. Y reconozco que su éxito me alegró más de lo que debe un periodista que, en mi opinión no debe tener amigos en el pelotón. No lo soy de García Cañellas, pero la conocí siguiendo en moto el Campeonato de España de 2016 en Cocentaina donde ganó en solitario por delante de la favorita local Anna Sanchis. Allí fue mi primera entrevista y hasta este 2025 al menos ocho más gracias a sus victorias en el TOP Ciclo 21 como mejor española del año que tengo el honor de entregar cada año. Así que nuestras citas son frecuentes siempre con exquisita atención como la profesional que es. Salté cuando gano su etapa del Tour de Francia y mi entorno sabe que dije que iba a Ruanda, entre otras cosas, a ver a Mavi García en el podio pensando que iba a ser el último. Por suerte no me equivoqué y pude disfrutar profesionalmente de otro momento único con foto incluida para un recuerdo imborrable. La cuarta presea española, todas femeninas y la última aunque no lo sabíamos.
Sábado 27 septiembre
Tampoco lo sabía Benjamín Noval, el líder júnior pupilo de Anguita. Pero los despistes y errores se pagan caros y el asturiano se fue contra una valla por mirar atrás cuando se lanzaba a en pos del fugado y a a la postre campeón, el británico Hudson. Sangre, sudor y lágrimas, tal cual, cuando llegó el próximo corredor del Ineos. Su llegada a meta fue drámática, cruel, triste, impotente. Sabía que acababa de perder una medalla, quién sabe la de oro, después de un gran trabajo de sus compañeros. Anguita fue a consolarlo, sabedor de que la cara negra del ciclismo afecta más a un corredor de su edad. Nadie quería molestarle. Esperamos paciente su relajación y con su brazo en cabestrillo atiende a As y Ciclo 21 a pesar de las circunstancias. No tiene consuelo, pero se alivia pensando que es de primer año y que tendrá otra ocasión en la norteamericana Montréal presentada en Kigali. Saludo al campeón del mundo de madison Eñaut Urkaregi que compartía la decepción, al igual que el resto de la delegación española que lamentaba una formidable ocasión perdida. Las caras eran largas, opuestas a las generadas por las féminas. Lo efímero siempre del deporte.
Quedaba la opción de los sub-23 con un buen trío, pero como nos dijo el debutante seleccionador Orengo, «no tengo un Finn o un Widar». El excampeón de España cadete -otro éxito que pude vivir en directo- acertó de pleno. El italiano engarzó su oro junior con 2024 con el sub-23 de 2025 con Álvarez, cuarto; Martí, sexto, y Pericas, noveno, la mejor selección, pero un consuelo sin premio. De ahí la resignación tras el siempre áspero cuarto puesto del alicantino que también podrá repetir en 2026. No así Martí y Pericas, felicitado por el presente Matxin. El catalán lleva el 21 de modo que le pido el dorsal para el recuerdo y para nuestra particular colección. Otro buen detalle. Me cruzo con el expresidente José Luis López Cerrón, ya jubilado tras dejar su puesto en la UCI. Y ambos con Unzue que se iba a al aeropuerto después de cerrar el acuerdo con el belga Uijtdebroeks con su agente Alex Carera. «Si mañana gana uno de los míos os invito a una botella de champán», pero nos quedamos secos. La jornada siguió como todas en la sala de prensa -a veces gélida con el aire acondicionado-, con las crónicas, las entrevistas –Ayuso y Valverde no quieren hablar la víspera- y con todos pensando -y escribiendo la previa- en la carrera dominical. El día de Pogacar.
Domingo 28 septiembre
Sol y calor en Kigali. Quizás el día más caluroso del Mundial. Voy de rojo, empatizando en parte con la azulada España, aunque siempre prefiero que gane el mejor, por encima de, este caso, selecciones y banderas. Acudo pronto a la salida para sondear el ambiente. Saludo a mi colega Labarga, a los corredores españoles como Verona -«es mi primer Mundial»-, Canal o Balderstone. Todos bien, tranquilos, expectantes ante una jornada larga y dura, la cuarta más exigente de la historia tras Sallanches y las dos de Nurburgring. Veo a lo lejos un tumulto de cámaras. No podía ser otro. Porta el dorsal 1 y va de verde. Un tal Pogacar. Mientras llega Ayuso, el único líder español, aparentemente concentrado y sin hablar con nadie. Un poco más tarde aparece por fin Alejandro Valverde, dispuesto a afrontar su primer Mundial de fondo después de estar ausente en las contrarrelojes por la concentración de Navacerrada. Delgado, gafas de sol, sin afeitar y ataviado, como toca, con el polo de la RFEC y saludando a los que le descubren en la zona. «Va a ser un día exigente» nos apunta antes de la carrera. Nadie lo duda después de ver las carreras previas. Los auxiliares colocan bolsas de hielo en la nuca de los españoles para mitigar el calor que poco a poco fue remitiendo. Paco Lluna, el masajista de Ayuso aún en el UAE -con el que competí en juveniles en Valencia-, me confirma que ficha también con Lidl -«no sé los años- y que el alicantino afincado en Andorra se encuentra bien para su segundo envite.
Este Mundial arranca. El pelotón más especial y cromático de cada año y más este año con mayor presencia de las federaciones africanas y sus llamativas equipaciones. También estaba el israelita Nadav Raisberg, pero nadie le hizo caso ni hubo protesta alguna. Lappartient en su discurso ambiguo respecto a Rusia y Bielorrusia, sigue defendiendo la selección del genocida Netanyahu y el equipo de su amigo Adams, que aprovechó la cita para crear en Ruanda un centro ciclista, otro escalón del blanqueamiento habitual. Mientras Tom Pidcock, a lo suyo, sale el último.
El día del Mundial elite masculino es más relajado porque nuestro trabajo efectivo empieza cuando acaba la carrera. Toca controlar la carrera y estar atento por si pasa algo -como las caídas de Soler y Van Wilder- e ir repasando los abandonos, cómo van cediendo los ciclistas no profesionales de países más débiles. La historia ya es conocida. El ataque de Pogacar a 104 kilómetros en el atestado Muro de Kigali, la resistencia inicial de sus compañeros de equipo Del Toro y Ayuso y poco más amén de conocer los acompañantes del esloveno en el segundo podio dorado del gorila Pogacar.
Las ocasiones son únicas y me apresto a vivir en vivo y en directo la entrada triunfal. Mientras de reojo observo a su emocionada novia Urska Zigart, pendiente de las imágenes y de los locutores. Cruza Pogacar y el revuelo lógico. Poco más tarde ingresan Evenepoel, Healy y en octava posición el descolocado Ayuso que al final fue el único español en meta junto a un buen Carlos Canal. Miranda, Labarga y servidor esperamos que el español recupere las pulsaciones para conocer sus sensaciones. Móvil en mano, nos aprestamos a preguntar por turnos, pero Ayuso, sin mirarme a la cara, dice que «a Fernando no le voy a responder». No le respondo para no enturbiar sus declaraciones y dejo que lo hagan mis colegas. Tras acabar le pregunto porqué no me responde. «Ya sabes por qué». Sí. No me responde porque publicamos en su día el positivo de un colombiano que militó en 2024 en su equipo júnior Ayuso Team. Como en la Volta a Catalunya -donde rechazó recibir su trofeo TOP Ciclo 21– sigue erre que erre confundiendo las cosas, despreciando a los lectores de Ciclo 21 a su mediador, obstruyendo el derecho constitucional a la información y olvidándose de que estaba representando a la selección española de ciclismo, sufragada por la RFEC y el Consejo Superior de Deportes. No es excusa que tenga 23 años. Ya es mayor de edad y algún día se dará cuenta de su error, falta de respeto y profesionalidad vetando unilateralmente a un medio especializado español enviado exprofeso a la cita ruandesa. Una situación que vieron los federativos sin preguntarme nada y que me temo quedará sin reprimenda alguna a su convocado. Siempre hay otros caminos de apelación.
Alejandro Valverde sí respondió como toca a los tres periodistas españoles -a pesar de la megafonía narrando las medallas del podio final-, pero con un balance que no les sirvió para ser protagonista y del que tendrán que extraer conclusiones de cara a Montréal. Dejamos al murciano firmando maillots de campeón del mundo 2018 -llegaron un poco tarde- a auxiliares sudamericanos y a la sala de prensa. Aparece Pogacar como si nada hubiera pasado tras más de 6 horas, 270 kilómetros y 5475 metros de desnivel en la conferencia de prensa respondiendo a todos como toca. Antes que el algo más feliz Evenepoel con su doble medalla y el más exultante Healy que sucedía a sus compatriotas Roche y Kelly. Toca escribir la crónica del segundo oro de Pogacar que titulo con el animal rey de Ruanda, mientras mi gran redacción de la semana -Montes, Molina y Ramírez- apoyaba desde España nuestra -creo- completa cobertura del Mundial. Mis colegas Pizarro y Miranda vienen a despedirme y nos emplazamos para próximas citas. Por fin cierro el ordenador. Soy de los últimos con la conciencia del trabajo bien hecho. Doy gracias a todos los voluntarios que quedan en el recinto y salgo. Una sensación rara. Ha terminado el Mundial tal cual después de meses pensando en él. El arco de meta aún está iluminado con la publicidad de la UCI. La policía vigila la zona, ya en silencio tras la algarabía de toda la semana. La cúpula del Centro de Convenciones resplandece con los colores de la bandera de Ruanda. Me voy a cenar a un local junto a mi hotel con alquiler, taller y tienda de bicicletas y ropa. Y una cerveza local a la salud de Pogacar y el ciclismo femenino español.
Los días después
Mientras el hotel se va vaciando de acreditados en el Mundial, decidí quedarme dos días para salir de la burbuja y disfrutar del ambiente de Kigali. Paso de nuevo por la zona de salida y meta que sigue prácticamente igual. Quedo con unos amigos del grupo «españoles en el mundo» que trabajan para la Unión Europea –en Ruanda no hay embajada española y depende de la de Tanzania- y nos citamos justo en una cafetería en plena cota adoquinada de Kimihurura y valoro el descomunal esfuerzo de los protagonistas vuelta tras vuelta. Me cruzo con los daneses liderados por Morkov y con Skjelmose y cuando entro veo cuatro bicicletas aparcadas. Veo que son de los portugueses Morgado, Ivo Oliveira, Antunes y el top-10 Eulálio disfrutando del café y las vistas a las colinas ruandesas. A su lado Egan Bernal con su pareja y mientras por detrás pasan el retirado enfermo Julian Alaphilippe y su mujer Marion Rousse, la directora del Tour de Francia femenino. Ciclismo totalmente fuera de contexto.
El martes es mi último día. Aprovecho para visitar la ciudad con un guía local donde las bicicletas son protagonistas en la vida normal como medio de transporte. En el peculiar mercado de Kimironko pruebo una bicitaxi de considerable peso que me hace preguntar quñe puede haber muchos ciclistas potenciales en el país habida cuenta del esfuerzo que han de hacer con semejante orografía. Visita obligada al Memorial del Genocidio, donde quizás Lappartient, Adams y Netanyahu deberían rendir visita y darse cuenta de lo que pasó no hace nada en Ruanda y ahora en Gaza sin fecha de término. Lo mismo que en el Hotel des Mille Collines, donde el gerente protegió a un millar de tutsis de sus seguros asesinatos y que se narra en la gran película Hotel Rwanda.Y la última visita, casi de casualidad, al final del Muro de Kigali, donde Del Toro pasó primero con Pogacar a rueda y Ayuso ya jadeando de dolor. Otro lugar simbólico y clave de este Mundial.
Regreso de nuevo a la zona de meta y ya está casi desmontado, pero aún les queda un día más. Recojo unos trozos de valla despedazados con los aros olímpicos -o el arcoíris- que seguro a algún amigo le gustará. Repito cena en el restaurante ciclista y me llevo de recuerdo el anterior maillot de la creciente selección de Ruanda. Un ciclismo que habrá aprovechado el evento y del que posiblemente salgan ciclistas procedentes de los que se extasiaron viendo al espectáculo detrás de la valla. Como Binian Girmay, el longilíneo eritreo del Intermarché con el que coincidí en el vuelo de vuelta Kigali-Entebbe-Estambul y todo un referente para los africanos y al que aproveché para saludarle reconociendo que conocía nuestra web. En el aeropuerto turco le vi alejarse camino de sus próximas citas y hacia su nuevo equipo 2026. Busco la puerta de embarque para Valencia. Es la A10, adeu -adiós- en valenciano. Adiós Ruanda o hasta pronto. Quién sabe porque ya pensamos en Canadá 2026.
EL MURO DE KIGALI
El Monte #Kigali2025 pic.twitter.com/Q8rKi0aMpE
— Fernando Ferrari (@fernanferrari) September 30, 2025
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