La determinación de Lastras en Saint-Maixent-l´Ecole


Ángel Olmedo Jiménez / Ciclo 21

El anuncio del abandono de la práctica profesional del bravo Pablo Lastras (San Martín de Valdeiglesias, Madrid, 1976) nos obliga a echar la vista atrás en la trayectoria de un hombre cuya vida deportiva se ha desempeñado, siempre, en la estructura del actual Movistar.

Dio el salto a profesionales, desde el Banesto amateur, en 1997 y, en total, ha completado nada más y nada menos que diecinueve temporadas defendiendo los intereses del conjunto navarro.

Lastras se puede definir como un auténtico hombre de equipo que, sobre todo en los últimos años, ha aportado sabiduría (gracias a su veteranía) y un especial amor a este deporte. Su lucha frente a la fractura de pelvis (fruto de una caída en el descenso del Coubet en la última Volta)  que, finalmente, le ha apartado del ejercicio profesional ha sido como su desempeño encima de la bicicleta, total y exhaustivo.

En su palmarés, destaca haber obtenido etapa en todas las rondas de tres semanas, además de ser el vencedor de la Vuelta a Andalucía de 2008. Otras pruebas como la Vuelta a Suiza, la Vuelta a Andalucía o el Eneco, también le han visto alzar los brazos, cosechando victorias parciales en ellas.

Dedicatoria a su madre

Dedicatoria a su madre

El gregario madrileño ha participado en un total de 17 grandes vueltas (abandonando en solo dos ocasiones y siendo su mejor puesto un decimoséptimo en la Vuelta a España de 2002 que venció Aitor González) y ha defendido el maillot nacional en los Mundiales de 2002, 2011 y 2012.

Sin embargo, en el día de hoy, pretendemos fijarnos en la que, sin lugar a ningún género de dudas, fue su jornada de mayor gloria internacional, la victoria de etapa en la edición del Tour de Francia de 2003, en la meta de Saint-Maixent-l´Ecole.

Se trataba de la decimoctava jornada de un Tour (que conmemoraba el centenario desde la disputa de su primera edición) que acabaría ganando, en París, el estadounidense Lance Armstrong, por una distancia de poco más de un minuto frente al alemán de Bianchi Jan Ullrich (el texano se había enfundado el distintivo de líder el día en el que la carrera llegaba a Alpe d´Huez, con victoria de Iban Mayo, y no lo perdería en carrera). Es uno de esos Tours que, ahora, tras la investigación de la USADA han quedado sin ganador, manchados por el oprobio del dopaje sistemático, con un doloroso “vacante” en la casilla de ganador.

Situémonos, pues, en aquel 25 de julio de 2003, en el que el pelotón, que afrontaba la penúltima etapa de la carrera, se disponía a tomar la salida en Burdeos, para enfrentar los doscientos tres kilómetros y medio que el libro de ruta deparaba para los supervivientes. Como suele ser habitual en este tipo de días, se formó una escapada masiva (de 16 hombres, de valientes) y en el contaban con representación quince escuadras. Los intereses españoles estaban sostenidos, además de por Pablo, por Pradera, Pascual Llorente y Cañada. Entre los más insignes de los fugados cabía destacar a los italianos Danielle Nardello, Massimiliano Lelli, Andrea Peron, Dario Cioni, Davide Bramati, Francesco Guidi y el francés Voeckler.

La fuga siempre contó con el beneplácito del pelotón en su marcha toda vez que se había atravesado un primer sprint intermedio en el que el hábil Ullrich había descontado dos segundos de bonificación en la clasificación general y ninguno de los aventajados importaban para la general. Fue un día en el que el viento, favorable durante el primer tramo de carrera, hizo que se rodara muy rápido (no en vano se alzó con el segundo puesto en etapa veloz en los últimos cien años del Tour en esa fecha). El entendimiento de los de delante fue siempre muy bueno y a treinta kilómetros de meta su diferencia con el pelotón principal se situaba en más de veintidós minutos, lo que les aseguraba el botín por el que llevaban peleando todo el día.

Su etapa en la Vuelta © 20 minutos

Su etapa en la Vuelta’11 © 20 minutos

La entente cordial se quebrantó a falta de veinte para meta cuando el francés de Brioches la Boulangere, Voeckler, demarraba sin éxito. Esa fue la tónica, con multitud de tomas y dacas, hasta que se conformó un grupo de seis (compuesto por Lastras, Cañada, Voeckler, Flickinger, Da Cruz y Nardello) que comenzó a relevarse bien y obtuvo algo más de medio minuto de diferencia frente al resto, cuando apenas restaban 12 para el desenlace.

Cuando todo indicaba que ese grupo cabecero mantendría su coordinación y apoyo hasta el final, el español de Quick-Step, Cañada se marchó de sus compañeros a menos de nueve para el final. Su ataque fue duro y, a su estela, solo caminaban tres hombres, Lastras, Da Cruz y Nardello.

A menos de cuatro, la referencia visual con Cañada había propiciado que la diferencia se redujera considerablemente, pero el Quick-Step aprovechó la determinación de los de atrás para sostener seis segundos a falta de dos kilómetros. Todo estaba pendiente de un hilo cuando, bajo el triángulo rojo, el español aguantaba en cabeza, mientras por detrás, el galo de la Française des Jeux, Da Cruz, se adelantaba unos metros para capturarle y sobrepasarle. Quedaban menos de trescientos metros y la figura de Lastras se personó, magistral y veloz, dejando de lado a Nardello, superando a Cañada y batiendo a Da Cruz con un sprint autoritario e inapelable.

Lastras, derecha, en el Koppenberg

Lastras, derecha, en el Koppenberg

El hombre de iBanesto.com se llevaba la gloria y se convertía, en aquel momento, en el único ciclista español en activo que exhibía en su palmarés victoria en las tres grandes (en 2001 en el Giro y en 2002 en la Vuelta, por partida doble, en Córdoba y en Collado Villalba [y aún vencería una vez más en 2011, en Totana]).

La victoria de Lastras (Penkas, como es conocido en el mundillo) tuvo una dedicatoria tremendamente especial. El madrileño entró en meta señalando al cielo, recordando a su madre que había fallecido tan solo unos meses antes y que hubiera celebrado su cumpleaños aquel 25 de julio.

Pasarían más de veinticuatro minutos hasta que el pelotón principal hiciera su entrada en Saint-Maixent-l´Ecole, en un sprint en el que el maillot verde, Robbie McEwen, batió a Zabel y Baden Cooke (que sería el que finalmente luciera el maillot de los puntos en la capital del estado francés). Pero poco de eso importaba al madrileño que, en el pódium, no cejaba de dirigir su mirada hacia un cielo en el que, a buen seguro, su madre aplaudía, orgullosa, la hazaña de su retoño.

Con Lastras se marcha un auténtico batallador y guerrero. Un ejemplo de dedicación y profesionalidad que ha de inspirar a los amantes del buen ciclismo y, sobre todo, a sus profesionales. Un ejemplo de tesón y garra.

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