Vuelta España: Las lágrimas de Remco Evenepoel

Fernando Ferrari / Ciclo 21

Llorar. Lágrimas. Verbo y sustantivo de una condición humana. Las razones son múltiples, casi infinitas como lo son cada uno de los miles de millones de habitantes que superpueblan este cada vez más tórrido planeta. Se asocia más a la tristeza, decepción, frustración, daño, dolor, rabia. desamor, soledad, pero también al éxito, el triunfo, el podio, la medalla, la suprema felicidad, la emoción de un amor correspondido, un reto conseguido, un reencuentro o una sorpresa inesperada en forma de rosa o libro.

¿Por qué llora Remco Evenepoel? Pues quizás por un cóctel de todo lo apuntado o quizás por muchas variables más que él y su entorno solo saben y nadie conocerá nunca. Pero la imagen del campeón belga en la inédita meta de Larra Belagua no puede quedar indiferente por los múltiples significados que arroja. Su llanto comenzó ya antes de cruzar la llegada navarra, después parado en esa burbuja invisible rodeado de guardaespaldas, auxiliares y periodistas respetando ese momento único. Después casi suplicando un abrazo reparador y cariñoso a los masajistas de su equipo Soudal, esperando a su rival derrotado Romain Bardet que con quien se fundió en otro momento especial y deportivo entre dos personas que saben lo que es sufrir y conocer el anverso y el reverso de la moneda en este siempre áspero banco ciclista. Y después las fue repartiendo por doquier externa e internamente tras un tránsito de 24 horas ideal para el estudio de cualquier psicólogo deportivo.

Y esa ambivalencia de la vida y el deporte profesional la ha vivido el campeón belga en un tan corto espacio de tiempo que solo los privilegiados pueden superar. Por eso está a un éxito de las 50 victorias con apenas 23 años. No hace falta ahora relatarlas ni destacarlas, pero la última hasta la fecha será quizás de las que más se acuerde toda su existencia. Seguramente estas alturas el pupilo de Patrick Lefevere no sabe aún qué le pasó en el Aubisque después del largo descenso del Pourtalet -el amado-odiado puerto de los participantes en la Quebrantahuesos-, pero perdió la Vuelta a España en un santiamén después de seguir siendo una de las ruedas más temidas del Jumbo. Llegó al Tourmalet, a esa cita mítica con la que soñaba, a casi media hora de Jonas Vingegaard rodeado de sus abnegados compañeros. Una distancia no vergonzosa por lo acaecido, pero sí demoledora para un corredor que defendía su dorsal 1 y que buscaba redimirse de su segundo abandono en el Giro de Italia y en éste 2023 con el inri de ir ataviado de rosa líder. «Tenía el tanque vacío» dijo en sus redes sociales porque el otrora locuaz belga no habló rebasada la meta francesa.

«Ayer fue un día muy difícil, también la noche. No pude dormir demasiado, he pasado una mala noche con muchos pensamientos negativos en mi cabeza» reconoció el campeón del mundo contrarreloj tras la pernocta por su pequeño hotel del Pirineo galo a la sombra de una cordillera que busca explorar en julio en su primer Tour de Francia. Por su cabeza revolotearon mil ideas y una la de decir adiós, rendirse y un «hasta aquí henos llegado» como han hecho otras «figuras» de este deporte en su día en idéntica situación.

Motu propio, con ayuda de su familia, su mujer Oumi Rayane -que le dijo «los campeones siempre responden con los pedales, y si lo haces, hazlo por mí’- y su director Klaes Lodewyck, Evenepoel pasó control antidopaje, se puso su flamante 1 en los lumbares -que muchos no pueden lucir por derecho propio-, cambió su mentalidad y con el cuerpo en su lugar partió a por su revancha particular, sabedor que su desventaja le iba a permitir la bula del Jumbo. No esperó nada. Junto con su compatriota De Gendt fue el primero que se movió en la localidad natal de Barthe. Insistió e insistió hasta que se fue definitivamente con Bardet, un ilustre compañero que no pudo más en Larra ante la sorpresa del propio Remco. No aguardó obviamente. Y firmó un día que hubieran rubricado otros como Coppi, Bartali, Merckx, Ocaña o Hinault. Orgullo, determinación, raza, carácter, recuperación, equilibrio, inteligencia e instinto ganador. Y lágrimas. Porque los grandes campeones lloran. De dolor y de éxtasis. Ya tendrá tiempo para analizar su futuro y sus objetivos con esta lección que todo ciclista debe pasar alguna vez. Sus próximos rivales saben que de esta saldrá más fuerte. No tardó en demostrarlo. Y las que le quedan. Más «Evenepoels» humanos en este ciclismo a veces tan a veces robotizado y bloqueado. Por favor.

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