Muere el exdirector deportivo Moncho Moliner

Moliner, sentado, segundo por la derecha

Moliner, sentado, segundo por la derecha

N. Van LooyF. Ferrari / Ciclo21

Nada surge por generación espontánea. Nada. Ni siquiera, las grandes figuras de deportes que, cuando no existe tradición de su práctica en un país determinado, llegan a alcanzar grandes triunfos en los más importantes eventos internacionales. Cuando a principios de los 80 los nombres de Perico Delgado, Lale Cubino, Eduardo Chozas, Javier Mínguez, Manolo Sainz, Alberto Fernández y muchos más comenzaron a asomar por el quicio de la puerta del panorama internacional –y a pesar de que España ya había conocido algunos importantes campeones como Poblet, Bahamontes u Ocaña, entre otros–, la cosa de aspirar a todo en las más importantes carreras era algo así como una quimera. Cuando en el 88 pasó lo que pasó en el podio de París, alguno pensó que aquello había sido obra divina. Otros, miraron y glosaron lo hecho por el segoviano y sus compañeros de década en el Reynolds. Otros, los menos, le guiñaron un ojo a Ramón Chamorro Moliner, Moncho Moliner. Porque esos pocos, los verdaderos amantes del ciclismo español, sabían que él había sido el gran hacedor de todo aquello. Que la generación espontánea es un invento absurdo. Una explicación para vagos y estúpidos que no quieren mirar un poco más allá. Esos pocos, los mismos que hoy le lloran, sabían entonces y recuerdan hoy, lo crucial de su figura. Porque muchos, por no decir todos –por aquello de que en el deporte todo es evolución, nunca revolución–, de los grandes logros de esta época dorada del ciclismo español llevan su firma. Son, desde hoy más que nunca, su legado.

Esta tarde nos ha dejado Moncho Moliner, un hombre al que toda una generación llora porque fue su padre, la palabra más repetida entre aquellos que estuvieron a sus órdenes. Un padre deportivo. Un mentor. Un amigo. Un guía. Un hombre que nos ha dejado a los 79 años y los que vivieron aquel incipiente despertar del ciclismo español nunca olvidarán, pero que podrá descansar en paz y tranquilo porque su sombra es tan inmensa que esos mismos discípulos se han encargado –y se encargarán, de eso no cabe duda– de contarnos a los que llegamos más tarde el porqué todos los que vivimos de esto –desde corredores a periodistas pasando por mecánicos, organizadores, auxiliares…– se lo debemos, en gran medida, a Moncho.

Hubo carreras de enorme importancia, incluso alguna Vuelta a España, en aquellos maravillosos años 80 en los que todo era nuevo e inocente, en las que más de medio centenar de ciclistas, incluidos los que peleaban por el triunfo, habían pasado por sus manos.

Manolo Saiz ha sido uno de los primeros en reaccionar a la muerte de Moncho y aseguró que con él “se va el primer director deportivo con título nacional. Se va el altruismo del ciclismo. Se va la persona por la que he sido todo lo que soy. Densansa en paz, padre y amigo”. En términos muy similares se ha expresado el actual seleccionador nacional, un muy afectado Javier Mínguez, que decía que Moncho Moliner ha sido “el padre de muchos ciclistas desde mi generación y algo muy especial para mí”. Seguro que Mínguez también tenía un lugar muy especial en el corazón de Moliner, no en vano la de un Mínguez de sólo 15 años fue la primera victoria en la carrera de ambos. Pero, su ojito derecho siempre fue Pedro Delgado, un corredor que con cada victoria hacía asomar las lágrimas a los ojos de su director de juventud y que hoy se ha acordado de él a través de Twitter.

Semblanza de Moncho Moliner

La aportación de Moncho Moliner (17-4-1936) al mundo de la bicicleta no es directamente proporcional con la sorprendente afirmación que salía de su boca. «A mí realmente no me gustaba el ciclismo, sólo me complacía ganar». Pero es que Moncho, al que no se le conoce afición anterior, apareció un buen día en una carrera y luego en otra y en otra hasta que el pelotón le envolvió para sus «adentros». Y todo ello mediante un vaso comunicante muy especial: la Semana Santa vallisoletana. Lo cierto es que Moliner pertenece a esas personas emprendedoras y activas al que cualquier cosa le parece factible. «Un grupo de amigos habíamos fundado una cofradía: «Nuestra Padre Jesús Resucitado. Nuestra Señora de la Alegría «, de la que era yo presidente. En vísperas de Semana Santa, el vicepresidente de esta cofradía, Manolo Jiménez, que a su vez lo era de un equipo ciclista, me dice que tenía que acudir a la primera carrera de ese año y, como necesitábamos vernos, quedamos allí… No vi la carrera ni nada, pero lo que sí me acuerdo era que ganó por primera vez y con 15 años un chaval llamado Javier y de apellido Mínguez».

Su licencia de director

Su licencia de director

El domingo siguiente la cita fue en Burgos, y el siguiente en Santander… y nuevos triunfos. Con Germán Iglesias Salamanca de presidente, formaron este equipo, el Club Valladolid Ciclista: Tomás Nistal, Jesús Martín, Alfredo Herrero, José Luis Alba y Javier Mínguez. Eran los primeros años de los ‘60 y Moncho Moliner no se esperaba que poco después y ya bajo el patrocinio de Sava y Antonio Blanco, el entrenador de este conjunto, pensaran en él para sustituirle en esas labores. «Apenas sabía nada de ciclismo así que le pregunté a Antonio qué es lo que había que hacer. El me dijo textualmente: «Que se suban a la bicicleta y que anden, que no se paren». Yo me daba cuenta de que eso no podía ser todo, así que en la primera ocasión que tuve hice un curso en Madrid». Fue, concretamente, el primer curso de entrenadores nacionales de ciclismo y Moncho sacó el número uno de esa pionera promoción.

Pero tener la licencia número uno de director deportivo en el panorama nacional no varió su forma de entender este deporte. Continuó ligado al Sava. Más a gusto y con más satisfacciones en las categorías juveniles que en las de aficionados.

Semblanza completa de Moliner aquí

Galería de fotos históricas

Ampliaremos información.

https://twitter.com/pedrodelgadoweb/status/709467014973276160

 

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