La nota de color de Hubert Opperman en la París-Brest

Hubert Opperman en la París-Brest © El Cuaderno de Joan Seguidor

La París-Brest-París se puede considerar una de las carreras más legendarias y perennes de la historia del ciclismo, pues bajo su influjo se mantiene toda una estructura de las “paradójicamente” llamadas brevets, esas marchas de kilometrada indecente que atraen una pequeña pero fiel legión de pedalistas.

Grandes distancias en ritmos asequibles en la mayoría de casos que permiten alargar y alargar la convivencia con la bicicleta, superando cualquier cifra razonable y cabal en el cuentakilómetros. “No hacemos otra cosa que cicloturismo a ritmo alto” decían aquellos forzados de la ruta, hace más de cien años que cada diez tomaban parte en la carrera organizada por Le Petit Journal.

Cada año uno, el primero de cada década, se corría la gran maratón del ciclismo modernola carrera que ganó el primer gran ídolo de masas, Charles Terront, en 1901. Lo cierto es que la París-Brest, con toda la leyenda que le rodeó, incluso en tiempos que estaba en el candelero, no fue nunca una carrera masiva…

En la edición de 1931, un 6 de septiembre sólo 28 ciclistas estamparon su firma en el libro de registro, aunque entre ellos una de las grandes estrellas del momento, Nicolas Frantz, quien se presentaba en la salida con una flamante bicicleta equipada por un cambio de dos coronas en la rueda de atrás.

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