Bendita primavera

Los dos grandes protagonistas de la clásica belga © Alpecin-Fenix

Rafa Mora Ciclo 21

El ciclismo de hoy, ay, el ciclismo de hoy… Con la ley de los vatios dominándolo todo, con las quinielas cada vez más fáciles de hacer de cara a cada carrera, resulta que no, que los vatios no lo son todo. Bendita primavera.

La experiencia, esa de la que se habla a veces tan ligeramente pero que pulula por el organismo en silencio laborando a su antojo, esa misma, sale a la palestra para desmontar ecuaciones y tablas de Excel de eruditos del ciclismo, preparadores, directores deportivos y aficionados que milimetran sus cálculos. Que sí, que hay corredores que son los mejores, que se quedarán solos delante en una carrera como la Vuelta a Flandes o cualquiera de los cinco (más algún otro) Monumentos en los que los que llegan primero son siempre los más fuertes, pero los vatios no dan todas las victorias.

Esto no es un deporte de científicos, de calculadores ahorrativos, de generadores de datos. Esto es otra cosa. Me niego a pensar en un ciclismo milimetrado y aburrido: existe la bendita primavera, que sigue demostrando que la pasión es posible. Eso sí, tampoco somos ciegos, y queda claro que si uno de los bicharracos actuales quiere ganar, lo hace, pero hay factores que todo lo cambian. Como, por ejemplo, que des todas las muestras posibles y por haber de fortaleza, de sobrado máximo, y acabes no solo no ganando, sino fuera del podio, lo cual, en el caso de Tadej Pogacar en Flandes, es perder.

Y se pierde con todos los vatios en la mano. Y sí, seguro que él tenía los más altos -dijo, tras la carrera, que se quedó sin esa información- pero no consiguió marcharse de Mathieu Van der Poel en ningún momento. Ergo, el más fuerte, lo era, pero tal vez no.

Van der Poel, en lo alto del podio de Oudenaarde por segunda vez © Vuelta a Flandes

Luego llegaron los otros dos por detrás, Valentin Madouas y Dylan Van Baarle, que demostraron otra máxima de este deporte: aunque te quedes, tienes que seguir remando. Porque nunca se sabe, porque aunque el que se te ha ido lo ha hecho demostrando que es más fuerte que tú, hay otras circunstancias que se escapan al control. Y si llega VDP y decide jugar a la sangre fría, allá que puede caerte esa oportunidad que llevas buscando desde que te quedaste de rueda de esos dos galgos.

Entonces, entre la experiencia que sale a relucir (o no), la pasión que todo lo mueve y el premio que te da porfiar hasta morir, se conjugaron en los últimos metros de la Vuelta a Flandes todos los ingredientes para gozar de la maravilla de un deporte que lucha -vatios mediante- por no caer en la monotonía de unos Fórmula 1 dando vueltas a un circuito sabiendo de antemano qué motores son los buenos. Ese sprint pone sobre la mesa ganadores que acaban siendo perdedores, perdedores que acaban ganando más de lo que creían, y viejos zorros de 27 añitos -con perdón- que juegan con sus rivales con la experiencia de haberse visto en más de una de estas, y haber perdido, como toca, otras tantas.

Son esas maravillas que pasan y que hacen grande al que gana y al que pierde, porque Pogacar, en la próxima similar en la que se encuentre, recordará que una vez le pasaron por encima cuando lo tenía todo en su mano. Será entonces cuando la experiencia le dirá, cucú, aquí estoy y estoy contigo, hoy sí, compañero, para que ganes tú y tus vatios. Bendita primavera.

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