Remco Evenepoel, de Diablo Rojo a esperanza ciclista

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Evenepoel se ha convertido en una joven promesa del ciclismo

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Si bien hay países, como Bélgica, donde la fama e, incluso, los ingresos de unos y otros podrían ser equiparables, lo cierto es que, al menos a primera vista, la vida del futbolista parece bastante más cómoda que la del ciclista. Las miserias que deben pasar los segundos no parecen entrar en la ecuación de un día normal en la oficina de los primeros. Sin embargo, los hay que, pese a tener un futuro brillante por delante sobre el césped, deciden cambiar de dirección cuando ya tienen buena parte del camino recorrido, colgar las botas y empezar una nueva vida sobre las dos ruedas. Este es el caso de Remco Evenepoel, capitán del Anderlecht y de la selección belga júnior y que, de la noche a la mañana, se olvidó del balón y lo apostó todo por el ciclismo.

En casa había mamado ciclismo. Patrick, su padre, fue un prometedor joven que en 1989 consiguió dar el salto al profesionalismo sólo para darse de bruces con la dura y cruda realidad: las piernas que le habían servido para llegar hasta la máxima categoría no servían para mantenerse con los mejores. Las mismas piernas que le habían servido para ganar en más de una carrera amateur (lo que hoy llamamos Sub23) a los todavía desconocidos Gianni Bugno o Michele Bartoli ya no eran capaces ni tan siquiera de seguir su ritmo y tras cuatro años peleando por ganarse un hueco, problemas cardiacos dieron la puntilla a una carrera que nunca acabó de explotar.

Patrick se convirtió en padre y pronto se dio cuenta que su hijo, Remco, había heredado sus genes de deportista. A los cinco años el pequeño Evenepoel ya había sido seleccionado por el Anderlecht para formar parte de sus equipos de base. A los once años dio un paso que parecía definitivo: fue seleccionado por el PSV Eindhoven desde donde, dos años después, regresó al Anderlecht como un diamante en bruto. Una estrella en ciernes. El central, convertido ya en el capitán de su equipo, fue seleccionado por los Diablos Rojos. Fue internacional indiscutible. Durante dos años jugó prácticamente todos los minutos de cada partido y se ganó el brazalete de capitán de la selección. Sin embargo, algo sucedió. Su progresión se estancó. El Anderlecht le abrió la puerta y la selección dejó de contar con él. Lo que era una carrera desbocada hacia el estrellato acabó dejándole al borde de convertirse en otro juguete roto del deporte.

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Evenepoel en su etapa como futbolista / © Anderlecht

Él mismo lo explicaba en unas declaraciones recientes. “Mis padres ya no me conocían. Normalmente, yo era un chico social, extrovertido y abierto, pero, de repente, dejé de sonreír y apenas decía palabra alguna en todo el día. Me dieron una oportunidad de seguir con mi carrera de futbolista en Malinas, pero algo se había roto. Por mucho que me esforzase entrenando, había perdido la ilusión y la satisfacción. Pese a todo, no me fue mal del todo. Incluso llegue a hacer parte de la pretemporada con el primer equipo, pero sabía que todo había terminado y quería dejarlo. La verdad es que el Malinas podría haberme buscado problemas, pero por fortuna lo entendieron. Fue entonces cuando lo vi claro: iba a correr en bicicleta”.

Todavía con le sensación de fracaso reciente, decidió no compartir su nueva idea con sus padres. En cambio, lo habló con su entrenador personal, “que ya había trabajado con mi padre en su época como ciclista y fue él quien me dijo que podía tener las condiciones naturales para hacerlo, así que empecé poco a poco con una vieja bicicleta de mi padre”.

Todo esto sucedía entre finales de 2016 y principios de 2017. Fue en enero cuando Remco Evenepoel se sacó su primera licencia como corredor y participó en las primeras carreras de su vida. A los 17 años, le tocó comenzar una transformación mental y física que le ha llevado a pasar de los 70 kilos que pesaba como futbolista a los 62 que alcanzó en su mejor momento de forma de esta temporada y le han convertido en uno de los escaladores más prometedores de la categoría. Y entonces, sólo cuatro meses después de dejar el fútbol y comenzar su carrera como ciclista, ganó la etapa reina de la Bizkaiako Itzulia, una de las pruebas con más prestigio internacional y en la que se dieron cita algunos de los mejores jóvenes del panorama mundial del ciclismo.

Más tarde, sumaría una etapa en la Aubel-Thimister-Le Gleize (2.1), donde también se llevó la general por puntos y volvería a levantar los brazos en La Route des Gèants (1.1) y la Philippe Gilbert Junior (1.1). Resultados que le han hecho pasar de ser una de las grandes esperanzas del fútbol belga a una de las grandes esperanzas del ciclismo belga. Casi nada. “No me gusta decirlo, pero mucha gente me dice que nunca habían visto algo así antes. Que parece que haya nacido para esto”.

Pese a esos elogios y al prometedor futuro que parece tener por delante, el ex capitán del Anderlecht y de los Diablos Rojos ha tomado buena nota de lo que el fútbol le ha enseñado. “Sé muy bien que nada puede llegar por sí mismo. Hace falta mucho trabajo, esfuerzo y sacrificio. Tendré que trabajar muy duro para hacer realidad mi sueño”.

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