Resumen clásicas: Primavera alejandrina

La tercera de Valverde © ASO

La tercera de Valverde © ASO

Nicolás Van Looy / Ciclo21

Si la teología se ocupase del ciclismo, seguramente tendría un amplísimo campo de estudio y de discusión. Como pasa con las religiones, en el ciclismo hay un punto de encuentro: Dios existe. Ahora, cada religión o confesión concreta tendría a su propio sumo hacedor. Tendríamos la religión de las clásicas que, como el cristianismo, habría vivido en algún momento de su historia una escisión al estilo del protestantismo: unos, los pavenianos, veneran los caminos adoquinados y otros, los ardenianos, los bergs holandeses y las côtes valonas. Tendríamos, también, confesiones más unidas. La de las grandes vueltas. Ahí, todos estarían de acuerdo en que para ser considerado un gran vueltoniano se debe de peregrinar a esa Meca llamada Tour de Francia, al menos, una vez en la vida; aunque para ello se deba de pasar, en la mayoría de los casos, por el aprendizaje en tierras infieles en Italia o España. Y, por supuesto, tendríamos a aquellos que, como los budistas, no son tan teístas como los demás y adoptan una visión más universalista y adoran carreras que, en la mayor parte de los casos, son tomadas a mofa por las dos grandes religiones antes comentadas. Esas carreras pequeñas (en comparación con los Monumentos o las tres grandes) que, casi siempre, ofrecen los mejores espectáculos. Sencillas, pero atractivas.

La gran diferencia con las religiones es que en el ciclismo existe un consenso casi unánime: Eddy Merckx es el único dios verdadero. Los demás, gusten más o menos, son sus profetas y tienen sus altares en las parroquias de cada una de las confesiones. Aspiran, sin haberlo conseguido, a sentarse en el trono… aunque todos saben que no lo conseguirán.

Empieza ahora la época dorada de los vueltonianos, que venerarán primero al dios Giro, camino que alguno de los aspirantes a sentarse a la diestra del Dios Merckx, ha elegido para alcanzar la inmortalidad en julio en el Tour. Terminan, por lo tanto –en el ciclismo somos ordenados hasta para no hacer coincidir distintas religiones en las mismas fechas–, esa época dorada de las carreras de un día. Los pavenianos y los ardenianos hacen ahora retiro espiritual. Piensan en lo que ha hecho. Unos, saben que afrontan un complicado camino de purga de sus pecados. Otros, por el contrario, disfrutan de la gloria.

Segundo moumento para Kristoff © twitter

Kristoff, ganador en Flandes

Alexander Kristoff y Alejandro Valverde son los dos grandes nombres del segundo grupo. Uno, ha dominado los adoquines. El otro, las Ardenas. También, aunque en menor medida, se ha colado ahí un satánico John Degenkolb, que como si de un caballero templario se tratara, se adentró hasta las tripas mismas del Infierno y salió vencedor de su enfrentamiento con el Maligno. Un tipo que ha preferido no pelear tanto. Ha optado por seleccionar más sus objetivos y ha demostrado una efectividad fuera de toda duda.

El noruego lo ha ganado casi todo. Sólo se le escapó, para ser leyenda, el doblete Flandes-Roubaix, pero a su edad y con las piernas que ha mostrado este año, es algo que llegará. Segundo en Kuurne y en San Remo, cuarto en Harelbeke, noveno en Wevelgem, undécimo en Het Nieuwsblad; pero, sobre todo, ganador en la Vuelta a Flandes y el Premio Escalda y décimo en Roubaix. Sumado a su Classicissima de 2014, dos Monumentos en su palmarés. Todo eso, con sólo 27 años, parece colocarle en el lugar ideal para ser elevado a los altares.

El español… ¡qué se puede decir del español! Cuando Ciclo 21 quiso entrevistarle hace algo más de un mes en Murcia, le propusimos hacer un reportaje fotográfico en su casa. Al final, aquello no pudo ser, pero ahora sabemos la verdadera causa del porqué: Valverde no quería que viéramos el retrato que, colgado en algún lugar oscuro y lleno de telarañas de su domicilio murciano, envejece por él. Al más puro estilo Dorian Gray. Ese es su secreto… al menos, el único que a estas alturas puede explicar su excelente condición. Para el que esto escribe, no existe una explicación más racional y lógica que un pacto con el diablo.

Su paso por las Ardenas ha sido antológico, y no sólo por las victorias en Flecha y Lieja y el podio en Amstel sino, sobre todo, porque lo ha hecho, como acostumbra, después de no bajar el nivel desde el mes de febrero. En su tercer día de competición ya estaba ganando en la Serra de Tramuntana. En la Strade Bianche –quizá la carrera más bonita de lo que llevamos de temporada– nos regaló un show único. Un espectáculo que nunca conseguiremos olvidar. Ni falta que hace. Pinchó, si me permiten la expresión, en San Remo, pero se rehízo, horas después, en la Volta a Catalunya (3 etapas y segundo en la general). Dio nombre y peso a carreras en horas bajas como el GP Miguel Indurain (5º) y La Rioja (6º). Y, después de todo eso, explotó en las Ardenas. Enamoró en Bélgica. Y con la emoción todavía en el cuerpo, uno no pude más que deshacerse en elogios ante este hombre de 35 años recién cumplidos al que, esperemos, parece que le queda toda su carrera profesional por delante.

DEGENKOLB ROUBAIXPAVE

Degenkolb, el mejor en Roubaix

Degenkolb, por su parte, ha sido una suerte de Robin Hood. No ha robado nada a nadie para dárselo a otros. No se trata de eso. El alemán, lo que ha demostrado, es tener la puntería tan afinada como la de Robin de Locksley cuando fue capaz de acertar en el centro mismo de la diana con su flecha, partiendo en dos la que anteriormente había colocado en el mismo lugar el Sheriff de Nottingham. Se ha dejado ver, claro que sí, pero el de Giant-Alpecin se había marcado dos claros objetivos: San Remo y Roubaix. Y no falló. Dos flechazos certeros y al centro de la diana.

Y, como todos los años, la lista de aquellos que ven ahora el resto de la temporada como un largo peregrinaje hacia la redención es mucho más larga que la de los nombres que pasarán a engrosar la lista de santos de cada confesión. Cancellara y Boonen, los dos ídolos caídos –literalmente– en desgracia. Vanmarcke, el hijo pródigo que no ha sabido o podido confirmar sus aspiraciones. Van Avermaet que, con una espada de Damocles llamada ‘caso Mertens’, ha vuelto a pinchar en su primavera. Unos Stybar y Terpstra que no han transmitido que pueden dar el salto a ser esos hombres claramente dominadores como lo ha sido su jefe de filas Tornado Tom. También está Gilbert, que parece que no consigue volver a ser el mismo que deslumbró en el ya lejano 2011. Y a Kwiatkowski, Campeón del Mundo que ha ganado la Amstel, pero que parece estar sufriendo la maldición del arcoíris. Para ellos, y alguno más, queda temporada por delante, pero será un año duro si lo que quieren es volver a ganar enteros y presentarse el próximo mes de febrero en el Circuito Het Nieuwsblad con la vitola de aspirantes a todos.

Ha sido, pues, una primavera cargada de cambios. Una época en la que las grandes figuras del presente-pasado han comenzado a desvanecerse, quién sabe si para siempre, y los nombres que estaban llamados a tomar el relevo lo han hecho, al menos, en parte. Stannard o Geraint Thomas, los británicos que llegaron a conquistar las playas europeas, son otro claro ejemplo que sumar a los de los ya mencionados Kristoff y Degenkolb.

Pero no todo es cambio. Hay un murciano irreductible. Un hombre para el que se acaban los calificativos. Un tipo al que no le hace falta equipo, ni gregarios, ni tácticas… ni nada de nada. Un corredor de los de antes. De los que entienden el ciclismo como la cosa más simple del mundo: se da la salida, se pedalea lo más rápido posible, se busca el momento adecuado para machacar a los demás y se gana. Es así de fácil. Tan sencillo resulta que nadie más lo puede hacer. Sólo él. El Bala. El corredor que tiene un cuadro que envejece por él. Un semidiós para los ardenianos y un ídolo pagano para muchos vueltonianos. Un ejemplo a seguir para los ateos por su entrega en las carreras mal llamadas pequeñas.

Al final, los dos ‘Alejandros’, Valverde y Kristoff, nos han regalado una primavera alejandrina.

Un comentario

  1. Muy buen artículo. Felicidades por el trabajo. Lo cierto es que hablar de hazañas como la que ha protagonizado Valverde esta primavera ayuda también al periodista a superar el nivel.

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