Sven Nys ya es Historia del deporte

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Sven Nys en su último podio / @Sporza

Nicolás Van Looy / Ciclo21

En Oostmalle, localidad de la provincia de Amberes donde esta tarde se ha escrito una de las páginas más importantes de la historia reciente del ciclismo, lloraba todo el mundo. Todos salvo dos corredores. No lloraba Kevin Pauwels, olvidado por todos en un rincón del circuito esperando poder subir al podio para recoger el merecidísimo –pero secundario hoy– premio como ganador de una carrera emocionantísima y eléctrica a más no poder. Y tampoco lloraba, rodeado de todos los suyos y consolando a su hijo –y quién sabe si futura figura del ciclocross– el culpable de que 15.000 espectadores abarrotasen ese circuito con un nudo en el estómago. Los demás, lloraban todos. Lloraba Thibau Nys, su hijo, que no paraba de repetir “la vida de mi padre, la única vida que yo conozco, se termina. Ahora, tendrá más tiempo para mí”. Lloraba su masajista mientras le entregaba por última vez sus toallas y ropas limpias para ir al podio, como contaba en esa emotiva carta abierta que le dedicó esta misma mañana. Lloraba Sven Vanthourenthout, el compañero y “mi mejor amigo” al que el Caníbal de Baal se paró –literalmente– a esperar para cruzar juntos la última línea de meta de su vida. Lloraban 15.000 espectadores que no encontraban una excusa sencilla para seguir peregrinando domingo a domingo a esos barrizales. Lloraba, o eso parecía por sus extraños silencios, el comentarista de la televisión belga. Lloraba, lo reconozco, el que esto escribe sobre su teclado mientras intentaba tuitear de la manera más profesional posible lo que ocurría en Oostmalle y en la Vuelta a Andalucía para todos los lectores de Ciclo 21. Lloraban todos, menos él.

Y no lo hacía porque había podido despedirse como siempre soñó hacerlo. Estando con los mejores. Peleando por triunfos. Siendo regular durante todo el año. Manteniendo sus opciones en el Súperprestigio, esa challenge que ha dominado como ninguna otra, hasta el último momento. Siendo competitivo a un nivel que hace hoy justo un año nadie soñaba con que pudiera alcanzar. Dando la impresión de que, si quisiera, podría seguir un año más sin demasiados problemas. Y, sobre todo, siendo admirado, querido y respetado a partes iguales por público, rivales, prensa… por todos los que, domingo a domingo, formamos parte de esta caravana local del ciclocross.

No lo hacía porque había peleado nueve de las diez vueltas que hoy se le tenían que dar al circuito del Sluitingsprijs –literalmente, el Gran Premio de Cierre– con los mejores. Porque, una vez más, había obligado a los Van Aert, Van der Poel, Meeusen y compañía a exprimirse al máximo. Porque sólo un error –feo, pero error al fin y al cabo– de Lars van der Haar, le había privado de seguir junto a los mejores en el último giro. Porque eso le permitió, perdida toda oportunidad de pelear por un puesto en el podio, de detenerse en una curva y esperar. Echar pie a tierra y esperar. Esperar a la llegada de su compañero Sven Vanthourenthout. Esperar la llegada del que ha sido durante tantos años su confidente y amigo. Esperarle para cruzar juntos la línea de meta. Llorando Vanthourenthout. Sonriendo él. Aplaudiendo el público. Aullando la afición.

Y cruzó la meta y cayó en los brazos de Thibau, su hijo. Su amigo. Aquel al que le ha enseñado todo lo que sabe y, aunque no lo diga, espera que llegue a pelear por conseguir logros tan enormes como los que él ha conseguido. Será complicado. Una utopía. Casi imposible. Le abrazaba porque Thibau lloraba. También es ciclista. También se dedica al ciclocross. También gana carreras. Y se cae. Y se hace daño. Y gana. Y se supera. Pero hoy, en Oostmalle, en esa meta, era sólo un niño que veía a su padre correr por última vez. Un niño que no sabe, porque nunca lo vivió, que el ciclocross existió antes de que Sven llegara. Y que el año que viene, cuando ya no dé pedales y esté al mando del Telenet-Fidea, seguirá estando ahí. Porque eso es el deporte. Un espectáculo que nunca para. Ni tan siquiera, por el adiós de aquel que lo ha cambiado todo.

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Sven Nys besa a su hijo Thibau / ©Belga

No lloraba Sven Nys, pero estaba emocionado. Estaba contento. Cogió el micrófono y, como tantas otras veces, se dirigió al público. A esa masa que tanto le ha dado. Que tanto le ha apoyado. A la que, según siempre dijo, tanto le debe. Les habló, como tantas otras veces, directamente a ellos. Era el momento de decir adiós. Y lo hizo sin darse importancia. Como decía Sabina ‘Se fue, sin decir: / llámame un día’. Y para todos, incluido él, a partir de hoy mismo ‘la vida siguió, / como siguen las cosas que no / tienen mucho sentido’.

Pero ya no era ayer, / sino mañana’ y no tuvo más remedio, al ver desde lo alto del podio las lágrimas de todos los presentes, explicar el porqué de la ausencia de las mismas en su rostro. “Se acabó” decía mientras la gente, pañuelo en mano, rompía en un sonorísimo aplauso. “Ha sido bonito. Muy bonito. He podido acabar mi carrera como ciclista profesional con una buena actuación. He podido estar son los mejores, pero el fallo de Van der Haar me ha roto el ritmo. Cuando sucede algo así en un momento tan avanzado de la carrera, ya es casi imposible volver a rehacerte”. Pero a la gente, que aplaudía sin cesar, todo aquello le daba igual. Querían saber cómo estaba. Y él les recompensó. “Quería acabar así de bien. Estando con los mejores y disfrutando hasta el último momento. Cuando me di cuenta de que ya no podía pelear por la victoria, he querido esperar a mi amigo Sven [Vanthourenthout] en la última vuelta. Lo he dado todo durante 40 minutos. Luego, simplemente quería disfrutarlo al máximo. ¡Y claro que es emocionante!. Ahora pienso en muchas cosas. ¡Ha sido tan bonito! Gracias a todos. No he llorado porque estaba muy preparado para este momento y sé que ha sido la manera más bonita posible de terminar. He vivido por y para el ciclocross 365 días al año durante toda mi carrera. Ahora, era el momento de terminar. Estoy muy contento”.

Él no lloraba, pero esas palabras abrieron, más si cabe, el grifo en los ojos de los presentes. Le preguntaron entonces, en broma, si era cierto que acababa de anunciarles a sus seres queridos que iba a seguir un año más. Él reía. “Hace ya años que todos aquellos que empezaron conmigo ya se han retirado. Yo he seguido y lo he hecho peleando con chavales que no habían nacido cuando yo empecé a ganar mis primeros crosses. Es el momento de dejarlo”.

Y entonces sí. Entonces se le quebró la voz y los ojos enrojecieron un punto. Porque fue en ese momento cuando se acordó, como lo ha hecho siempre en estos últimos 20 años, de aquellos a los que más respeta en el mundo: los aficionados. “Lo más bonito de todos estos años no ha sido ningún triunfo, sino el apoyo y el calor que siempre he tenido por parte del público. Espero que el nivel que ha alcanzado el ciclocross siga creciendo en los próximos años a pesar de que yo ya no esté presente como corredor”.

Abrazó a Thibau una vez más, que seguía llorando. Levantó el ramo de flores. Alzó una mano en señal de despedida. Se dio media vuelta y desapareció por un lateral del podio. Y se acabó. Así se terminan 20 años de ciclismo. De deporte. De hazañas y miserias. De momentos buenos y malos. Así, en un frío campo de Oostmalle, el Caníbal de Baal se marchó sin hacer ruido. Sin llorar.

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