El ciclismo, como la vida, se rodea de cromoterapia, una forma más de orientar al telespectador y acercar pequeñas metas al ávido ciclista, caramelos que sueñan con algún día ser globos de helio y llamativos colores que iluminen y pueblen el palmarés. Amarillo, rosa, rojo, verde, azul, lunares, el ciclismo es uno de los deportes más ricos en el uso de la paleta a la hora de colorear toda una serpiente que repta de confín a esquina. El arcoíris reúne siete de ellos para coronar cada año al campeón mundial, ese maillot que durante doce meses será la diana de tantos dedos lejanos, miradas que pesan. Loores que gustan, sueños que se cumplen.
El problema de primer mundo para Tadej Pogacar es que no le caben ni los trofeos ni las bandas conmemorativas de todas sus hazañas. El horizonte se le hace pequeño a este querubín cuyo maillot observa lo inviable que es conectar veintiocho franjas consecutivas. De momento, el esloveno escala por la espalda del también indomable Paolo Bettini para llegar a los tobillos de su vecino Peter Sagan, hasta la fecha el único ciclista de este planeta capaz de entrelazar tres victorias en una carrera tan incierta como el Campeonato del Mundo. Tras un nuevo paseo por el azul de la bandera europea de Valence, queda por confirmar que en Lombardía está a la altura de Coppi, Il Campeonissimo, palabras mayores.
Del mismo modo que la velocidad de la luz encoge distancias en el espacio exterior, el ciclista del UAE vende cada vez más cara su derrota. Por tanto, el reto no suele residir en el qué ni en el cómo, sino en el cuánto. Los cinco Monumentos, las tres Grandes Vueltas, los cinco Tour, los cuatro Mundiales. Con eso, que es mucho, el reinado eterno de Eddy Merckx vería tambalear muchas de sus patas. El objetivo es el cielo, el tridente que conceda vida eterna a su carrera ciclista. Desde ahí, solo quedará contemplar la obra en la distancia, desde el autobús en dirección a otros retos más mundanos y sencillos. Como el camino que recorre el oficinista que decide un día romper con su rutina, coger el hatillo y dedicarse al rock & roll, pero en sentido inverso.
El destino (o la UCI) ha pavimentado una carretera bastante factible hacia la cima del mundo arcoíris. Montréal y Sallanches serán carreras adaptables a la espada del esloveno, con sed de sangre, de historia. En la primera ha campeonado y la segunda resuena a Hinault, a 1980, al conocido como ‘Mundial más duro’. No cabe más simbolismo para un mitómano que posee a su alcance los últimos peldaños de una escalera directa hacia la inmortalidad. Lo inédito en él es la forma de aproximarse al triunfo, en la soledad del gigante que observa a los aldeanos en miniatura huir despavoridos ante el retumbar de sus pasos.
Con lo más difícil a las espaldas de su sillín, los horizontes de 2026 empiezan a amanecer. Nadie duda de la implicación de Pogacar en la primavera, en el verano, pero también en el otoño. Las muecas de cansancio que denotan las entrevistas post-Tour serán sonrisas entre ramos de flores y búsqueda de rivales que no comparecen. En la soledad de la cima hace mucho frío, y tal vez este se convierta en el mayor enemigo a la vista para un campeón de esta envergadura. Nunca es suficiente para quien solo llena la barriga con hambre. Que la avaricia rompa el saco después de haberlo llenado.
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