Un día de amarillo: Jean-François Bernard (VIII/X)

Bernard, con el amarillo del Tour / © ASO

La Francia del Tour estaba un poco huérfana a comienzos del verano de 1987. Bernard Hinault había puesto fin a su carrera profesional, Laurent Fignon se presentaba en un estado de forma mediocre y quienes se dejaron seducir en 1986 por Greg LeMond, un gringo casi francés, recibieron con decepción la noticia de su abandono tras un grave accidente de caza. En el que se empezó a considerar como el Tour del relevo, Charly Mottet, Pedro Delgado o Stephen Roche no tardaron en presentar sus cartas. Sin embargo, fue otro aspirante el que atrajo todas las miradas en la 18ª etapa, una contrarreloj formidable justo después del día de reposo en la subida al Mont Ventoux. Hasta ese día, Jean-François Bernard formaba parte de los outsiders, pero su excelente actuación lo convirtió en un héroe: en la parte llana que separa Carpentras de las primeras estribaciones, el exlugarteniente de Hinault eclipsó a los mejores rodadores y, al llegar al Mont Chauve, relegó a los escaladores colombianos al papel de meros comparsas. Con esta gran hazaña que le aseguraba un lugar en la historia junto a Charly Gaul, el otro vencedor de una crono en la cima del «Gigante de Provenza», Jean-François Bernard se hacía con un Maillot Amarillo que parecía destinado a conservar hasta París.

«Bernard a lo Hinault», osa escribir L’Equipe en su portada del día siguiente, destacando a un tiempo su gloriosa filiación y su prometedor futuro inmediato. En las columnas del periódico, Pierre Chany comentaba el cambio de estatus de joven borgoñón: «El que acaba de afirmarse en toda su brillantez como uno de los principales candidatos a la victoria en los Campos Elíseos (el primero de esos candidatos, sin duda) demostró, en poco menos de hora y media de esfuerzo total, que sabe combinar a la perfección el talento recibido en forma de don y esa energía animal tan característica de los corredores excepcionales y sin la que la calidad por sí misma no sirve de nada, o vale más bien poco». A pesar de todo, Bernard no las tiene todas consigo con Roche, Mottet y Delgado a menos de 4 minutos y, sobre todo, con cuatro etapas de montaña alpina por delante.

A partir del día siguiente, el Maillot Jaune sufrió una serie de percances mientras intentaba neutralizar el ataque sin cuartel de sus rivales. Todo empezó con un pinchazo justo antes del puerto de Tourniol, a apenas cien kilómetros de la meta de Villard-de-Lans. «Una locura: pinché, lo arreglé y volví a la carrera», recuerda con dolor Jeff Bernard. «En el avituallamiento, atasco, y en el puerto de la Bataille, se me sale la cadena. Me volví loco, en serio. Estuve mucho tiempo a 1’ o 1’30’’, pero acabé tirando la toalla a 10 km de Villard-de-Lans y después de 90 km de persecución. Estaba muy quemado». En total, el calvario se saldó con 4’16’’ perdidos frente a Delgado, vencedor de la etapa, y una desventaja de 1’39’’ en la general frente a Stephen Roche, el nuevo líder de la carrera. La crono de Dijon en la que venció Bernard en vísperas de la etapa parisina no fue suficiente para recuperar la camisola dorada, por lo que el francés acabó el Tour de Francia de 1987 en el tercer escalón del podio.

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