Un millennial no conoce Roubaix con lluvia

París Roubaix de 1994 © Joan Seguidor

Si la lluvia aparece, el espectáculo en Roubaix se multiplica por mil

Hace unas semanas lamentamos que hubiera lluvia el día que se debería haber celebrado la París-Roubaix…

Ley de Pattinson sobre la electrónica: “Si los cables se pueden conectar de dos formas diferentes, la primera de ellas es la que funde los plomos”.

Ley de París-Roubaix: “Desde 2002 nunca va a llover en Roubaix el día que se celebre la carrera ciclista”.

Si existe una jornada de ciclismo en la que el aficionado implora al Dios de la lluvia ésa es el día de la celebración de la París-Roubaix
¿A qué se debe esta petición con denuedo?

Si establecemos un símil con el circo romano, la UCI sería el emperador, los ciclistas serían los gladiadores y el público en este caso jugaría el mismo papel; únicamente se traslada del coliseo a la pantalla.

El aficionado puro al mundo del pedal –en sus raíces la épica era condición sine qua non– siempre va a demandar sangre en las carreras, a mayor sufrimiento del jornalero de la bicicleta mayor deleite del espectador.

Si en este deporte existe una prueba dura por excelencia ésa es el Infierno del Norte, por tanto la Pascale no va a ser ajena al deseo del aficionado de que sea disputada bajo condiciones extremas.

¿Desde un punto de vista empírico, resultan tan atractivas las ediciones de Roubaix con lluvia?

Los datos son contundentes: las cuatro últimas ediciones en mojado de la París-Roubaix (1985, 1994, 2001 y 2002) han sido absolutamente espectaculares.

Artículo completo en El Cuaderno de Joan Seguidor

 

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