La Vuelta 26: Punto de unión entre Morientes, Bartolo, Clinton y Armstrong (Neil)

Acto de presentación del recorrido © La Vuelta

Jorge Matesanz / Ciclo 21

Sin serlo, la bajada de telón tiene comienzo de chiste: aparecen Carlos de Andrés, el celebrado Perico y un francés para conducir la gala de presentación. Si Induráin ganó el primero de sus cinco Tours en el año 91, Roglic ambiciona la quinta a los 91 años de Vuelta a España. Curioso que en 2026 el protagonista pueda ser el número cinco, más aún si Pogacar consigue el repóker en París. En cambio, el mayor paralelismo que ofrece esta Vuelta que cobró vida en Mónaco tiene más que ver con la redondez del balón que con la de las ruedas de la bicicleta: Fernando Morientes. El delantero de Sonseca ayudó a muchos a poner el Principado sobre un mapa, si bien se diferencia de la carrera española en que regresó a Madrid tras la aventura monegasca. Por todos es sabido que esta vez el destino de la serpiente multicolor es Granada, la ciudad de La Alhambra, la del atardecer más bonito del mundo, en palabras de Bill Clinton, aunque cuenta la leyenda que nunca las pronunció. Desde el mirador de San Nicolás se podrá contemplar cómo la caravana de la Vuelta pone fin a tres semanas de desnivel, montañas y calor. Porque diez días de verano por Andalucía se pueden hacer «molto longo» (otro guiño de fútbol). 
 
Javier Guillén y su equipo han preparado un menú de degustación abundante que ha generado mejores opiniones que las raquíticas porciones del recorrido predecesor y que granjeó numerosas y merecidas críticas. Entre Mónaco y Granada han dado rienda suelta a muchas montañas, pero sobre todo a un mar, el Mediterráneo, que vertebra el mapa y preside la carrera desde la nunca lejana orilla. Si las pegas vienen de la mano de la ausencia de Asturias y el norte (hay más etapas en Francia que en once comunidades españolas), es una señal inmejorable de que el recorrido ha gustado, y mucho. Tiene sus contras, como la escasez perenne de contrarreloj y el abuso del final en alto, dos de las señas de identidad de esta prueba ciclista. Pero dentro de que cada uno llevamos un seleccionador dentro (en ciclismo, un diseñador de recorridos, entiéndase), parece unánime la opinión de que esta vez han dado con la tecla. Después, los dioses del ciclismo y los ciclistas decidirán qué grado de espectáculo regalan. Al menos esta vez no habrá excusa de ningún tipo, pues tienen argumentos más que sobrados para hacernos disfrutar. Después vendrá la participación, si bien hay garantía de que será excelente, como suele.
 
Si uno repasa las líneas de llegada observa con interés la carga histórica de los parajes que se atraviesan. Mónaco habrá acogido la salida de las tres grandes. Niza pilla de camino a Manosque, ciudad en la que José Luis Viejo ganó con 22 minutos de ventaja en el Tour de 1976, el de Van Impe. Qué decir de Andorra, de las pequeñas leyendas que ofrece Valdelinares, de Aitana. El monte alicantino, estrenado en 2001 bajo el lema de ‘Mont Ventoux español’, regresa después de una década ausente. El parecido con ‘la luna’ es incluso menor que el de un servidor con George Clooney. Viendo el parecido del cohete de Tintín con las antenas que coronan la Bola del Mundo, cualquiera imaginaría a Armstrong (otro norteamericano, pero Neil, el de la luna) poner el primer pie sobre la cima de Aitana diciendo aquello de «un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad». Y lo fue. El danés Klaus Michael Möller cruzó primero la línea de meta un cuarto de siglo antes. Con tanto desnivel acumulado (58.000 metros), parece que la Vuelta esté intentando conquistar el cielo, tocar con sus propios dedos el satélite. Ya que los sueños del Teide y del Veleta han ido tropezando, al menos queda el consuelo de haber batido por goleada a su hermana de mayo y siamesa de julio. 
 
A lo Machado, la vida es cuestión de perspectivas. A lo Ortega, la circunstancia manda. Por tanto, la caída de Canarias, cuyas islas se cuelan de forma sigilosa y reveladora en el mapa del recorrido, se reconduce sumando la Vuelta a Andalucía bis a la Vuelta a la Comunidad Valenciana. Incluso a la de Murcia en formato de prueba de un día. Calar Alto da la bienvenida. La Pandera, el ‘Angliru del sur’, también vuelve. Y Peñas Blancas, y Córdoba, y Sevilla, y la provincia de Huelva, sin meta en la carrera desde 1997. Algo ha llovido, también fuego en verano. Esos pedazos de sol serán el gran aliado del desnivel para hacerle la vida imposible a los corredores. Menos mal que estas etapas se sufrirán entrados en el mes de septiembre, aunque continúa siendo un mes hípercaluroso. Nunca se sabe, pero pinta feo en ese aspecto. Por contra, la semana fantástica del Corte Andaluz luce espléndida, sobre todo por las dos etapas finales, que son una celebración de la montaña granadina. Ya que Sierra Nevada como puerto de paso parece vetado y que Haza del Lino ha debido robarle la novia de joven a algún dirigente de Unipublic, casi toda la carne estará en el asador. Se estrena el Alguacil, esa montaña que en 2024 iba a entrar como colofón a la primera semana y que por logística se quedó fuera. 
 
Es una etapa tan dura que se codea con las reinas de esta temporada, personificadas en versión dolomítica y alpina en Giro (Plan de Pezzé) y Tour (Alpe d’Huez). El doble ascenso a la pared de Hazallanas intercalando el Purche se antoja como el plato más indigesto que se pueda imaginar. Si hace calor, hará mucho calor. Monachil es un horno. El puerto final será el ‘alguacil’ de la Vuelta, qué mejor nombre para presenciar el juicio final a los corredores que estén en la pelea por el maillot rojo final. Un día más tarde, con los corredores a medias, se disputará una etapa célebre, seguro que al atardecer y bajo la promesa de que si las diferencias son menores de un minuto habrá cosas que dilucidar en esas aún misteriosas ascensiones a La Alhambra. Sí, habrá cervezas, colorido, pero sobre todo una puesta de sol que se promete diferente. A celebrar que la última etapa excluya el paseo insípido del último día, una especie de traslado de Montmartre a Granada. Esperemos que los complejos y el cansancio mental no deriven en cesiones a los perezosos y acabe por celebrarse la etapa sin tiempos para la general. 
 
A ese día, a Velefique y a Bartolo le ponemos las velas y las fichas, rojo o negro. Desde la salida en el Casino de Montecarlo habrá ganas de ver ese monte que lleva nombre de gafas de culo de vaso. El famoso personaje creado por José Mota y los célebres Cruz y Raya bautizan una montaña que supone un hito en la Vuelta. Si los tramos sin asfaltar han sido hasta la fecha un elemento con el que la organización no ha querido relacionarse, este 2026 anticipa un giro (jeje) de timón. Ese Monte Bartolo, que da más miedo en la bajada que en la subida, coronará a un gran ganador en la meta de Castellón. Si el ciclismo se respeta a sí mismo y se acaba celebrando la etapa según lo previsto, será un día marcado en la agenda de cualquier amante de este deporte. La etapa es en sí atractiva, pero con este detalle alcanzará cotas insospechadas. Todo el mundo, literalmente, estará mirando. Esperemos que no se resuelva con una nueva decepción o con una banderola a lo Escartín en Caravaca de la Cruz. La Vuelta ha arriesgado en esta ocasión, ha sido audaz, ha construído un recorrido sólido y merece ver la luz. Y qué mejor que reflejarla en el Mediterráneo, en las espaldas de La Alhambra o en montes pelados de comparaciones inverosímiles. El primero en vestir La Roja ha sido Alberto de Mónaco. ¿Quién será el último? Ni idea, pero lo que es seguro es que ese reirá mejor.

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