¿Y si Miguel Indurain hubiese fichado por la ONCE?

Jalabert e Indurain

Jordi Escrihuela / El Cuaderno de Joan Seguidor / Ciclo 21

Indurain en la ONCE: ¿Asaltar el 6º Tour, ganar por fin la Vuelta o ir a por clásicas y Mundial? Lo reconocemos. Nos encantan estos ejercicios de ciclismo ficción e Indurain es un caramelo, la ONCE sería la guinda. Nos gusta crear ucronías y hacernos preguntas del tipo: “¿Qué hubiera pasado si…?” Fantasear con historias alternativas, hechos que no sucedieron pero que podrían haber ocurrido perfectamente.

Ahora que está tan de moda hablar de universos paralelos (o multiversos) en los que cada decisión cuenta, partiendo siempre de nuestro mundo real. Por eso es nuestro propósito recrearnos con la fascinante idea de qué habría pasado si Induráin, aquel lejano mes de diciembre de 1996, hubiese fichado por la ONCE.

Pongámonos en situación, todo viene por este apunte que encontramos en Facebook. Estamos en Torrelavega, donde Manolo Saiz está pasando las fiestas navideñas. Todo hace pensar que Miguel Induráin se retira, que cuelga la bici, que lo deja. Pero él aún espera una última llamada. Suena el teléfono en casa de los Saiz. Lo coge Manolo con una sensación parecida a tener un nudo en la garganta.

-¿Diga?

Al otro lado de la línea está nada menos que el campeón navarro.

-Acepto, Manolo. ¿Cuándo empezamos?

A la ONCE, en aquel momento, le acaba de tocar, de golpe, el cuponazo, la lotería de Navidad y hasta la del Niño. Eso sí, aquel boleto les ha costado la nada despreciable cifra de 600 millones de pesetas. El director de la ONCE llevaba manteniendo contactos con Induráin durante las últimas semanas. Mucho se había especulado sobre su posible fichaje. Hacía unas cuantas semanas, una noche, se habían sentado en torno a una mesa en Vitoria. En aquella cena, existían aún importantes diferencias económicas entre lo que Miguel deseaba y lo que ofrecía el equipo ONCE. Pero el dinero no iba a ser problema. Induráin lo que necesitaba principalmente era confianza.

Y la encontró en las propias de palabras de Manolo Sáiz que le profesó: “Quiero trabajar al menos un año más contigo y, sobre todo, ayudarte a ganar el tan deseado sexto Tour”. En esa conversación Miguel se encontró reconfortado. Sabía, sin lugar a la menor duda, que aún atesoraba calidad en sus piernas para optar al Tour y que podría elegir el mejor calendario para prepararlo de la mano de la ONCE. Además Manolo le prometió llevarse al equipo a su hermano Prudencio y a su fiel escudero Marino Alonso. ¿Qué más podía pedir?

Aquella llamada de teléfono cerró el fichaje bomba de la década y la noticia corrió como la pólvora por todo el planeta ciclista. Hubo una gran explosión de alegría entre los aficionados, si bien muchos arrugaron la nariz, sembrando muchas dudas, a la hora de creer que tanto Jalabert como Zulle fueran a sacrificarse por su nuevo líder. Hay que recordar que el francés y el suizo eran los vigentes números 1 y 2 de la UCI.

¿Cómo encajarían Zulle y Jalabert la llegada de Induráin? Pero en aquella ONCE mandaba Manolo Saiz. Otros vieron con esta maniobra una jugada maestra con tal de desestabilizar a Banesto, el equipo rival que le había amargado el Tour del 95. Una especie de “vendetta”, decían.

Dicho esto, a partir de aquí, y con la nueva temporada, se abría un sinfín de posibilidades para el futuro más inmediato de Miguel Induráin. Pero esta vez con la túnica amarilla de la ONCE. Lo nunca visto. ¿Tour, Vuelta o Mundial? Es en este momento cuando entramos de lleno en las diversas ramificaciones de los universos paralelos y en cómo los aficionados, prensa y demás seguidores podemos fantasear creando nuestras propias ucronías.

Algunos creen que de haber seguido en el 97, los Telekom y Festina, que iban como motos cargados de EPO, habrían acabado de sepultarlo en el Tour, con un recorrido mucho más exigente y montañoso que el anterior.

Es cierto que en el julio francés se hubiese encontrado con el mejor Ullrich de la historia, además diez años más joven que él. Y no sólo al káiser alemán, también enfrentándose a un Pantani desatado en los Alpes. Piensan que 1997 ya no era el momento para que Miguel ganara aquel durísimo Tour, que no estaba ya en esa predisposición ni física ni mentalmente.

Quizás si hubiera llegado bien preparado -el Induráin del Tour del 95 o del Dauphiné del 96-, podría haber optado a estar entre los cinco primeros, en medio de aquella brutal guerra desatada entre Telekom y Festina.

Seguro que incluso brillando puntualmente en alguna etapa, pero después de tres semanas de desgaste Induráin no habría ganado un sexto Tour con la ONCE. Muchos son los que opinan que lo mejor hubiese sido orientar su temporada para ganar la Vuelta y por fin llevarse ese preciado triunfo con pleno en las tres grandes, como los grandes campeones. Aunque es algo que tampoco habría tenido fácil, por supuesto.

Pero en este último caso, tendría que haber sido Manolo Sáiz el que consensuara con él este calendario y no obligarle a correr la gran ronda española como le hicieron en Banesto: “Conmigo como director quiero que participe en la Vuelta, pero si lo hace lo sabrá desde enero y no un par de meses antes”. Estaba claro. O quizás no tanto.

No son pocos los que piensan que quizás con Manolo Sáiz no se habría llevado bien. Porque… ¿qué podía ofrecerle que Induráin no supiera? Miguel era el que mejor se conocía a sí mismo y Manolo seguramente le hubiera hecho correr de diferente manera, a la caza de emboscadas, con otras tácticas de equipo o buscando los cortes por el viento en los abanicos. Pero Induráin nunca compitió de esa manera. Nunca lo hizo.

Uno tampoco se imagina a Manolo, dentro del coche, siguiendo a Induráin en una contrarreloj: “¡Venga Miguel! ¡Baja un piñón! ¡Aprieta, aprieta!”. No lo veis, ¿verdad?

Por eso muchos aficionados siguen insistiendo que si se hubiese quedado un año más, y corriendo con la ONCE, tendría que haber fijado carreras más a su alcance en aquel momento. Más atractivas y que, sobre todo, faltasen en su palmarés. Quizás ganar el Mundial de Donostia o intentar vencer en la Lieja. ¿Por qué no? Carreras que seguro le hacían muchísima ilusión. Como disputar las grandes clásicas.

Pero no creemos que Induráin estuviera dispuesto sólo a esto si continuaba un año más, porque lo que le motivaba a seguir era para volver a ganar el Tour. Eso está claro. Sólo el Tour le valía la pena tanto sacrificio.

Pero con 33 años, con una generación de jóvenes como Ullrich y Pantani, con el ritmo de ascensión que éstos impusieron en el Tour del 97, lo hubiera tenido harto complicado. Tenemos que recordar cómo, por ejemplo, el alemán reventó a todos en la subida a Ordino-Arcalís.

Quizás contra el reloj hubiese tenido sus opciones pero Ullrich también destrozó a sus rivales en la crono de Saint-Étienne, donde Induráin lo habría tenido muy difícil para batirle. Por todos estos motivos muchos creen que lo mejor para Miguel hubiese sido correr las clásicas de primavera y luego la Vuelta. Con esto, piensan que habría sido suficiente para completar una temporada redonda y poner broche de oro a su carrera deportiva.

Pero siguiendo con nuestra onírica fantasía, seguro que existe un universo paralelo ahí fuera en el que Miguel Induráin sí ganó su sexto Tour con el maillot de la ONCE.

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